No es solo que gane todo lo que corre. No es solo que haya trascendido la competición para plantearse sus propios retos. También está su cuerpo. Kilian Jornet fascina por sus resultados, pero también por la trastienda que se oculta tras ellos.
Sus 34 pulsaciones por minuto (ppm) en reposo son propias de un atleta de fondo de élite, pero quedan por debajo de las legendarias 28 de Miguel Indurain. Sea como sea, no es esa la clave de su éxito, sino la capacidad que tiene para mantenerse durante mucho tiempo cerca de su máximo. Se le han medido promedios de entre 180 y 190 ppm durante una maratón alpina. Eso significa que su corazón aguanta durante cuatro o cinco horas el ritmo al que un corredor popular de 25 o 30 años soporta unos cuatro o cinco minutos. Su máximo, por cierto, es de 204.
En otra variable que suele medirse en los fondistas, el consumo máximo de oxígeno, registra 85 ml/kg/minuto, cifra superior a la de David Meca, que ya de por sí era un privilegiado (80). Hay quien explica esta variable apuntando la altitud en la que ha vivido toda su vida, factor que comparte con los indios tarahumaras de México, capaces de correr cientos de kilómetros a la semana, o los fondistas del valle del Rift, en África, dominadores del fondo en atletismo. Debe añadírsele que, como sucede con estos exóticos ejemplos, Kilian corre mucho y muy a menudo. En concreto, de cinco a siete horas diarias, siempre en el monte, lo que implica que a veces debe trepar, otras veces corre por encima de un glaciar y en otras ocasiones le toca ir esquivando rocas y árboles mientras desciende cuestas salvajes.
Cuando se le pregunta si no le tienta el asfalto, relata que apenas ha corrido sobre él y que desde luego nunca ha participado en una carrera urbana. Por ello, cuesta medirle en parámetros olímpicos, pero en alguna concentración con otros atletas ha registrado tiempos de 2 minutos 40 segundos en un kilómetro llano. La proyección de ese ritmo a unos hipotéticos 5.000 metros lisos sería de 13min 40s, un minuto más que el récord de Kenenisa Bekele. Por supuesto, hay más de ficción que de realidad en la proyección, porque Kilian jamás entrenará con esos objetivos, pero sirve para hacernos una idea de su nivel.
En su libro “Correr o morir” no se explaya mucho en sus números biológicos, pero cuenta experiencias que definen muy bien su carácter y su asombrosa capacidad de sufrimiento. En su relato de una carrera de ultradistancia cuenta como, tras sufrir una rampa en el gemelo, en lugar de parar a estirar, decidió ocultarle esa debilidad a su rival. Quien haya sufrido un calambre muscular sabrá lo que eso significa: lo habitual, si un corredor sigue trotando sin estirar, es que a las tres zancadas se le suba el gemelo de la otra pierna. A Kilian no. Tiene rampas, como todos, pero él sigue.
– No diga deporte, diga Kilian Jornet (I)
* Pau Farrás es periodista.
– Foto: Mayayo
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