"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Desde la primera vez que lo vimos supimos que Kenneth Faried éramos todos (como Kawhi Leonard y esos jugadores que tienen el pelo guay y talento que parecen no tener), aunque él, por estrictos motivos personales, lo fuera un poco más. Lo demostró el otro día cuando hizo público lo que ya sabíamos desde hace tiempo por ese tipo de cosas que gustan a veces más a los comentaristas de deporte que el propio deporte: el chaval tiene dos madres y ningún padre oficial, un problema como otro cualquiera, una familia con sus cosas buenas y sus cosas malas, como la nuestra, con sus vicisitudes, sus cuitas, sus cumpleaños, su amargura, su felicidad y su ternura. Sus viernes por la tarde y sus lunes por la mañana. Un niño que en el año 2000 tuvo que empezar a aguantar bromitas variadas de los otros niños a cuenta de que su nuevo padre tenía más pecho que su madre y también menstruaba cada 28 días.
Kenneth luego fue a la universidad en Kentucky pero no a la de los Wildcats, sino a una pequeña y secundaria como Morehead State, un programa que solo ha aportado cuatro jugadores a la NBA en toda la historia y del último hace ya 20 años (el recientemente fallecido Bob McCann, que jugó varios años en España). Allí cumplió su ciclo universitario con unos números espectaculares que ya lo postulaban como un abonado perpetuo al doble-doble, un reboteador instintivo, un defensor de raza, un luchador infatigable y un mal tirador de tiros libres. Recomendado por Dennis Rodman, robado del draft desde Colorado, Faried se convirtió en un perfil apetecible que en los Nuggets de un George Karl, cada vez más obsesionado con las transiciones rápidas y las rotaciones cortas, podía venir como anillo al dedo para que en un futuro no muy lejano los de Denver pudieran meter sus dedos en otros preciados anillos. Las dudas eran las de siempre con este tipo de jugadores: ¿Sería más como Joaquim Noah o como Renaldo Balkman? Por seguir con jugadores con los pelos guays.
Esas dudas se acabaron cuando mandaron a Nené Hilario (un jugador que nunca sabremos si es 4 ó 5) a la capital de los EE. UU. por el díscolo pero con mayor potencial interior JaVale McGee. Muchas voces se alzaron contra la gestión del novato Masai Ujiri, pero en su apuesta había un voto de confianza a la renovación de un equipo que con la salida de Iverson y Carmelo Anthony había decidido dar un giro rejuvenecedor a una plantilla confeccionada con robos del draft, como el mismo Kenneth Faried o Ty Lawson, y por jugadores que merecían una segunda oportunidad como el nombrado McGee, Corey Brewer, Koufos o el rústico pero funcional Timofey Mozgov. Manimal (como le llaman en la intimidad del vestuario) asumió su puesto, reivindicó su sitio, engrandeció su rol y lo hizo corriendo por toda la pista, volando por todos los centímetros y sudando por cada poro. La bestia surgida del asfalto de la ciudad de los ladrillos (Newark, New Jersey) se convirtió en ídolo de masas en el Pepsi Center y en una de esas camisetas que llevan solo los niños con más personalidad de la hinchada.
Él sigue siendo un niño con personalidad en el cuerpo de un gigante con corazón, poco más de dos metros de nervio hecho músculo y de neuronas hechas sangre. Y que habla el idioma universal del baloncesto con la misma exactitud con la que se encuentra en la cancha con Lawson, Gallinari o Andre Miller, políglotas de esto y de lo otro. A la hora de hablar en inglés también lo tiene claro, como demostró el pasado día 29 de enero cuando dijo aquello de “Hola, soy Kenneth Faried. La madre que tengo a mi derecha es Manasin Faried. La madre que tengo a mi izquierda en mi madre natural, Waudda Faried y por eso apoyo las uniones civiles entre gays y lesbianas. Ellas también”. Una estrella mundial de este deporte no lo suele ser hasta que es consciente de la importancia de su comportamiento en la pista y fuera de ella. Faried, la bestia humana, mitad animal, mitad persona, demostraba así que su nombre es de los que va a quedar en nuestra memoria aunque el mundo se acabara en 70 días y los Nuggets no superaran la primera ronda de playoffs.
Cuando salió el libro de John Amaechi (Man in the middle, 2004, ESPN Books) donde nos hablaba sobre su homosexualidad y sobre las minorías en el deporte profesional norteamericano, también nos enteramos de pasada de que el admirado Tim Hardaway era gilipollas. A partir de ahí, pues, tuve que admirarlo un poco menos (al zoquete de Tim) porque yo soy de los que cree que la obra y la persona son una sola cosa (o una cosa muy parecida) y que los músculos, las venas, los sueños y la carne que unen una cosa a la otra (como de un Videodrome cronenbergiano resucitado se tratase) son indivisibles y comunicantes. La sinopsis. El alma. Lo esencial. Faried nos ha demostrado que juega como juega porque es como es.
* Manuel Ortega.
– Foto: Lucy Nicholson (Reuters)
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