El juego no es matemático. Por cauces nada esotéricos se admite la existencia del ciclo y la energía, el vicio o la virtud de una determinada inercia. Lo positivo imanta lo positivo y lo negativo medra más negatividad. En fútbol, como en todo, al perdedor le crecen los enanos y al ganador todo parece venirle de cara. Tres años campeonando, por difícil que parezca, es un patrimonio que también puede acabar volteado por el relato presente de los hechos. Tan rápido se siembran las dudas, se dispersa el ánimo y mengua la confianza, tienes un cuadro que exige redoblar esfuerzos para cumplir objetivos. La justicia deportiva es insobornable.
La dificultad para ganar fuera de casa es el síntoma. Al Barcelona de Guardiola nunca le costó tanto sacar los tres puntos fuera del Camp Nou. Las salidas a San Sebastián, Valencia, Bilbao, Getafe, Cornellá y Vila-real dan buena prueba. En el haber tan sólo podemos anotar, realmente, las victorias en el Bernabéu, tanto en Liga como en Copa. Más allá de eso, fatiga, desacierto y apuros. La falta de efectivos y las lesiones no pueden ser una excusa porque el método ha sido siempre el mismo: plantilla corta y ascensor. La dinámica ganadora, al fin, parece resistírsele a un vestuario hasta ahora casi infalible. La estrategia de Pep de refrescar y agitar, de mantener una tensión prusiana y de apretar incansablemente los resortes y las tuercas ya no da los mismos frutos. La imagen de Messi fallando claramente un penalti tirado al ralentí, casi andando, es realmente elocuente.
Se antoja un problema de tendencia. El centro de gravedad parece haberse fragmentado, desviado a golpe de marejadas. No hablan de los árbitros pero el juego periodístico les ha acabado empujando a mencionarles. Ante la insistencia terminan opinando sobre los supuestos errores en su contra y le dan razones a quienes los están esperando. Leídas las declaraciones en su contexto y en su tono no hay queja arbitral alguna, pero ya han caído en la trampa. La insistencia del entorno acaba forzando al equipo hacia lo extradeportivo. Ni siquiera la doctrina mediática de Guardiola puede protegerles eternamente de la carroña de los medios y los rivales. Cebado de cuestiones ajenas al balón, el mal karma fiscaliza la solvencia emocional del grupo.
La buena noticia para el Barça es que no parece un problema demasiado deportivo. La mala, la amenaza de que haya podido acabarse el Elixir de la Eterna Competitividad de Pep. La mejor solución parece fútbol y más fútbol, que es el camino que les ha traído hasta aquí. Conviene más que nunca reflexionar sobre lo extraordinariamente difícil que es mantener el rictus ganador en un equipo tan tremendamente laureado. La Historia, como los caminos, también dirige siempre a Roma. Como el emporio de César y Octavio, la Historia está llena de imperios distraídos que acabaron a los pies de los bárbaros.
* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer
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