Barba de varios días –quizá de semanas–, gafas y una melena rubia no demasiado cuidada y frecuentemente oculta bajo una gorra. Aspecto de científico loco. Nada más lejos de la realidad: entrenador maniático. Bendita locura. Ríe, gesticula, y llora a partes iguales en la banda de uno de los escenarios futbolísticos mejor ambientados y conservados de todo el mundo. Y los focos persiguen semana tras semana su instantánea, con la infinita Südtribune abarrotada, animando y vibrando en segundo plano. La sensación es adrenalínica. El culpable: Jürgen Norbert Klopp.
Su historia es, en sus inicios, la de un futbolista gris. A Klopp le faltan, con las botas puestas, el talento y los recursos que le sobran como técnico. Siempre con el rojo del Mainz 05; doce años de mucho barro y poco fútbol en la desapacible 2. Bundesliga, que le acaban erigiendo en símbolo del club y en icono para los nullfünfer durante su longeva carrera como futbolista.
2001 es el año de su retirada. A Klopp le cuelgan las botas, pero le regalan un silbato y una pizarra. Amor recíproco. Se cree en él como el resorte que remonte al Mainz 05 a la máxima categoría del fútbol alemán. Se rehúye hablar de inexperiencia y confían en sus dotes de mando y liderazgo. Klopp debe devolver a los suyos la confianza que le han conferido, demostrar que es un técnico con la ciencia necesaria y que su experiencia como jugador ha servido también para engendrar un gran entrenador. Desde sus inicios en el banquillo se observa a un Klopp capaz. Enérgico y comprensivo, sigue siendo un gran compañero. “Cuanto más te preocupes por la persona, más obtendrás a cambio”, es una de sus máximas. Pero Klopp no vive sólo de esa retroalimentación. Se erige como un estudioso de la táctica y rápidamente llegan los resultados, siendo capaz de llevar al equipo a jugar una promoción de ascenso en su primer año. También en su segundo. Tras morir en la orilla, llega una tercera. Éxito rotundo. Klopp es un héroe; hace historia con su Mainz 05.
Con el ascenso de categoría llega también la propulsión de Jürgen Klopp como icono mediático en Alemania. No es ya sólo un entrenador de moda, sino también estrella televisiva. Adquiere una gran relevancia y popularidad como comentarista de la cadena ZDF, destripando tácticamente a la Nationalmannschaft. Sus compatriotas admiran a un tipo llegado del fútbol más modesto, que demuestra tener una personalidad y talento arrolladores.
Futbolísticamente consigue mantener, durante dos temporadas, al Mainz en la élite. En la tercera vuelve a los infiernos; de las mieles de éxito a las hieles del olvido. A pesar de todo, la popularidad de Kloppo –como ya le conocen cariñosamente sus paisanos– no cae y recibe numerosas ofertas para seguir entrenando en la máxima categoría. Pero, ahora más que nunca, el hombre franquicia del Mainz 05 (17 años en el club) considera que no puede abandonar a los suyos y busca un nuevo ascenso. Este no llega y Klopp cree que su etapa, su eterna carrera con los nullfünfer, ha llegado a su fin.
Los numerosos méritos de Klopp son sondados positivamente por los dirigentes del Borussia Dortmund, que despiden a Thomas Doll tras una nefasta temporada y apuestan por el técnico con aspecto de científico loco como el hombre que devuelva al Westfalen (ahora Signal Iduna Park) la grandeza del pasado. Estamos en 2008. Lo que va a llegar en el futuro es apoteósico.
Sus excentricidades desde la banda y la popularidad del personaje no deben llevarnos a engaño. Detrás del continente hay contenido: entrenador y método. Klopp es, además de un gran motivador, un obseso de la táctica y estudioso de multitud de variantes y formas de entender el juego. Desde Guardiola a Mourinho –a quienes admira–; del blanco al negro, pasando por una alta gama de grises. El de Stuttgart bebe de multitud de afluentes y esa pluralidad es trasladada francamente bien sobre el césped.
Siempre cobijado en un dibujo 4-2-3-1, una disposición de los jugadores flexible en función del partido y, dentro del partido incluso, del momento. Ahí radica también otro de los éxitos del teutón: la obsesión por hacer pensar a sus jugadores sobre el juego, enseñarles a madurar los partidos.
De ese modo estamos acostumbrados a ver un Borussia polifacético, capaz de dominar varios registros. Sirva de ejemplo el doble enfrentamiento con el Real Madrid: ofreciendo dos versiones en el Signal Iduna Park; cómodo en el vértigo, en el box to box –que tanto gusta al Madrid también–, y dominando sin complejos el ataque posicional, maestros aún en su juventud. Por el contrario, en el Bernabéu se desplegaron de una forma mucho más conservadora, cerrando el mediocampo y candando la defensa, para salir enérgicos a la contra. Tres versiones de un mismo equipo interpretadas a la perfección: sinónimo de grandeza.
Jürgen Klopp bebe de las más modernas técnicas de entrenamiento, pero también sabe mezclar maravillosamente bien todos los conceptos y parámetros del juego, y recurre sin tapujos a los clásicos y viejos maestros. Así, en ese banco de experimentos en el que ha convertido al BVB, podemos observar detalles de Wolfgang Frank, antiguo entrenador suyo en el Mainz 05 y a quien se considera pionero de la defensa zonal de cuatro en Alemania.
Ofensivamente también se compara la obra y el estilo del Mainz y el actual Borussia de Klopp con el gran Friburgo de Volker Finke, padre del término Concept football, un estilo que desarrolló en su plenitud con aquel equipo de la región de Breisgau, a los que en la actualidad se les sigue recordando como los Breisgau Brasilianer (“los brasileños de Breisgau”): fútbol de movilidad constante y ritmo eléctrico. Conceptos elevados por el Borussia de Klopp a la enésima potencia.
Esa es, sin duda, una de las grandes virtudes de este Dortmund: la presión después de la pérdida de balón. Su ataque posicional implica a los 11 jugadores de campo. Todos trabajan en la fluidez de la posesión y buscan las asociaciones constantes en pos de abrir huecos en la defensa rival. Estas relaciones entre jugadores solo se consiguen viajando juntos, aproximando líneas y triangulando en corto para después buscar en largo. Así, cuando se produce la pérdida, la densidad de jugadores borussers cerca del balón es altísima y el nuevo robo suele fructificar.
“Nosotros también presionamos como ellos, inmediatamente después de perder la pelota, y desde hace mucho. Pero ayuda poderle decir a un jugador: mira, los del Barcelona hacen lo mismo”. Jürgen Klopp, estratega y motivador en una referencia al Barcelona de Pep Guardiola.
Klopp prosigue su obra, haciendo vibrar cada domingo a los más de 80.000 aficionados que abarrotan el Signal Iduna Park. Fieles a un equipo que enamora desde la llegada de ese joven con aspecto de científico loco y carrera insulsa como jugador, que poco tardó en quitar las legañas a los más aletargados aficionados borussers. Cuatro años después, el experimento continúa haciendo historia.
* Diego Tejerina es periodista y ex futbolista.
– Foto: DPA – Reuters
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