El juego, para hablarse, necesita jugarse. Su lenguaje es experimental, quien trata de entenderlo externamente es un suicida. Al jugar no entiendes nada entendiendo todo, es la locura de hacer sin pensar, de sentir sin juzgar, de vivir sin planificar. No entiende de partes ni de conceptos, huye corriendo de los pronosticadores, aquellos que haciendo alarde de su torpeza divulgan conocimientos fantasmales. La espontaneidad como arte supremo y la incertidumbre como norma indeleble. En cambio, la simetría y la linealidad son enemigos de este gigante, pues a él le seduce el riesgo, el atrevimiento y la sinrazón. Se aburre con los adultos, prefiere rodearse de niños, pues son estos quienes mejor entienden su desorden y visceralidad.
“El fútbol para ser serio tiene que ser juego. Si es juego, es espontaneidad, si es espontaneidad, no se puede revisar”. (Dante Panzeri)
Esta aptitud habita en cada uno de nosotros y se alimenta de creatividad, nutriente que necesita de libertad para crecer y así poder exhibir su mágica esencia. “La libertad es el aire respirable del alma humana”, escribió Víctor Hugo.
El despropósito nace cuando se intenta enjaular en definiciones prefabricadas algo que está en constante movimiento. Las palabras son símbolos inertes, por lo que no podrán jamás profundizar en algo con tanta vida como es el juego. En La sabiduría de la inseguridad, Alan Watts dice: “Definir significa fijar, y, cuando te pones a ello, resulta que la vida real no es fija”.
La imprevisibilidad con la que se manifiesta asusta a la mente humana, la cual, acostumbrada a sobrevivir en su zona de confort, sufre un ataque de pánico y opta por embaucarse. Refutar que el fútbol es en gran parte imprevisto es procurar tranquilizar las voces de la ignorancia misma. La naturalidad no atiende entendimientos, su sorpresiva aparición deja estupefactos los actos cometidos.
La incoherencia de lo coherente dibuja una sonrisa en los cerebros lógicos, todos ellos, enemigos del juego y amigos de los números. Sus excelsos esfuerzos están en el final (resultado), cuando deberían de centrarse en el camino (juego). Se olvidan que el tesoro está en el recorrido, que la meta es una excusa para el atleta para hacer lo que ama, que es correr.
Un día, platicando con mi mejor amigo Raúl Almarcha sobre la importancia del proceso, me comentó lo siguiente: “La sublimidad del proceso es terriblemente bella, solo comparable a la divinidad que envuelve al amor”.
El juego es como la vida, cambiante y sospechoso. Descifra sus códigos jugando, ama tu incomprensión y déjate vencer por sus encantos. El juego es expresión poética no apta para mentes fraccionadas. El juego es todo.
* David Ruiz Santa-Quiteria Lara.
– Foto: Derek Jensen
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