¿Jugadores inteligentes?

por el 30 junio, 2014 • 10:24

En el fútbol y en la vida hay dos grandes grupos de gente: los que son cerrados, que creen que solo una idea es válida y que critican todo lo que no sea lo que ellos defienden, y la gente más abierta que cree que cualquier idea es válida si está bien argumentada, grupo en el que me incluyo. Por tanto, creo que hay muchísimas ideas válidas dependiendo de cuándo, cómo y dónde las uses. Ya defendía Darwin en la selección natural que aquellos que sobreviven son los que saben adaptarse al medio. Todo lo demás es cultura y creencias. Yo tengo una cosa clara: jamás moriré con mis ideas, porque como dijo Groucho Marx: «Estos son mis principios. Si no te gustan, tengo otros».

Hace décadas, el entrenamiento en el fútbol se basaba en la suma de las partes (física + táctica + técnica). Creían que entrenando un día cada una de ellas conseguirían que los jugadores llegasen en su mejor forma al día del partido. Desde hace ya varios años, generalmente, impera otra idea: el todo es más que la suma de las partes. En todas las tareas se trata de integrar la táctica, la técnica, la psicología y el físico. Gracias a esta idea han surgido diferentes metodologías de entrenamiento, tales como la Periodización Táctica de Vítor Frade o el Microciclo Estructurado de Paco Seirul.lo.

Dentro de este nuevo pensamiento, una gran corriente de entrenadores ha defendido una nueva idea: queremos jugadores inteligentes, jugadores que piensen en el campo. En mi opinión, pensar es dudar, y dudar es morir en el fútbol. Cuando piensas, se te abre un abanico casi infinito de opciones. El fútbol es un deporte muy complejo y abierto en el que en cada situación que se da en el juego hay varias soluciones posibles, pero solo una es la mejor.

Cuando piensas, tardas mucho tiempo en ejecutar, y el fútbol es un deporte de décimas de segundo. Por tanto, no sé si querría tener jugadores que pensasen. ¿Quién puede demostrar que para decidir bien es necesario pensar? Yo, no quiero tener jugadores que piensen cuándo han de ejecutar. Yo quiero tener jugadores que decidan bien. Me dijeron una frase hace años que se me quedó grabada: «En el fútbol, la que vale es la primera idea». ¿Cuántas veces hemos hecho un examen y hemos dudado entre dos preguntas y la correcta era la primera que habíamos pensado? Entonces, si no decidimos gracias al razonamiento, ¿qué es aquello que nos lleva a decidir una cosa y no otra? Y, vayamos más allá, si no pensamos en lo que hacemos, ¿realmente decidimos? ¿Somos libres?

La decisión. Al final lo que marca la diferencia en la vida de las personas es el acierto que tienen los unos y los otros cuando toman decisiones. Los que mejor deciden son los que triunfan. Todos los entrenadores querríamos tener a jugadores que siempre decidiesen bien. Con casi total seguridad, ganaríamos todos los partidos, ya que no podemos olvidar que el fútbol es un juego de errores. Según varios estudios recientes de neurociencia, en el fútbol las decisiones se toman gracias a las experiencias previas vividas en un contexto similar, no a la racionalización en el momento anterior a la ejecución. Por tanto, todo está en el inconsciente. ¿Y cómo modificamos ese inconsciente? Como hemos dicho, mediante la repetición de situaciones parecidas a las que nos vamos a encontrar en el juego y, sobre todo, a las correcciones que hagamos en él.

Mucha gente valora a un entrenador por las tareas que realiza, cuando para mí lo que realmente enriquece al ejercicio y al jugador son las correcciones que se hacen en él. Un entrenador puede hacer un juego de posición de 3×3 + 2 comodines exteriores y que haya unos objetivos determinados, pero estar callado y mirando durante todo el ejercicio, y otro entrenador puede que haga el mismo ejercicio e insistir en corregir esos pequeños matices, que son los que provocan que el juego fluya: tensión y ángulo de pase, orientaciones corporales, timing de pase y de desmarque, y así un largo etcétera. ¿El ejercicio es el mismo? Sí. ¿La calidad del ejercicio es la misma? Yo creo que no.

Por tanto, qué trabajamos, cómo trabajamos, qué corregimos y cómo corregimos son, para mí, los cuatro puntos claves sobre los cuales tendría que cimentarse un entrenamiento de calidad. Sobre todo el último. Porque muchas veces es más importante cómo transmites un mensaje que lo que realmente dices en él. Si un niño coge un caramelo y su padre le chilla, no tendrá la misma reacción ante la misma situación en un futuro que un niño al cual su padre le sonríe y le choca la mano. Uno, seguramente, no volverá a coger el caramelo. En cambio, otro sí que lo cogerá de nuevo. Por otra parte, si el padre no se inmuta, el niño hará siempre lo que quiera. Por tanto, nuestras reacciones (en este caso, las correcciones en los ejercicios) consiguen modificar comportamientos y grabarlos en nuestro inconsciente para posibles situaciones similares en el futuro. Parece que esto demuestra que el entrenamiento debe ser nuestra herramienta para poder llegar a jugar como deseamos.

Otra de las modas que han empezado a divulgarse en las últimas fechas es la de que el entrenador no tiene importancia, que todo está en los jugadores. Con este simple ejemplo dado anteriormente creo que queda claro: de los cuatro puntos anteriores, tres responsabilizan directamente al entrenador. Él decide qué se trabaja, qué se corrige y cómo se corrige. A un equipo no lo entrena cualquiera. Las personas somos hábitos. Somos lo que hacemos cada día y si el nivel de exigencia en los entrenamientos baja, el rendimiento en la competición disminuye. ¿Cuántas veces hemos oído a los jugadores del Barça decir que Guardiola era muy insistente en las correcciones de pequeños detalles? A nivel organizacional, la cultura táctica de los equipos cada vez es mayor, por tanto, el nivel de los conjuntos es más parejo que hace décadas. En un fútbol tan igualado, la diferencia cada vez se marca más en los pequeños detalles.

Por tanto, el entrenador influye. A veces influye de manera positiva y a veces, por desgracia, de manera negativa. Pero influye mucho. Muchísimo. Aunque los protagonistas del juego por supuesto que son los jugadores. Porque por mucho que tu equipo haga un partido impecable y lo hayas preparado a conciencia, puede que en el minuto 94 aparezca el señor Messi y te la ponga en la escuadra. Y te callas y le aplaudes mientras te vas con cara de tonto a casa. Porque al final este juego es de ellos, pero gracias a todo tipo de estudios que están saliendo publicados en las últimas fechas disponemos de herramientas que nos hacen pensar constantemente y nos dan la opción de poder mejorar cada día más. Quizá creemos que lo que hacemos ahora es de mucha calidad y en diez años nos daremos cuenta de que era inútil. Porque al fin y al cabo el fútbol y la vida se centra en lo mismo: evolucionar y adaptarse. Lo que ayer sirvió, seguramente hoy ya no sirve y mañana seguro que no servirá. El contexto cambia constantemente y debemos saber manejarlo y convivir con ello. Cuánta razón tenías, Darwin.

* Carlos García Cuesta es futbolista.


– Foto: EFE




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