Juan Román Riquelme, el epílogo

por el 19 septiembre, 2012 • 11:49

Juan Román Riquelme es risueño. Le calzan todos los antónimos de la palabra taciturno. Pero para comprobarlo, hay que ganarse su confianza. Román no la regala porque no es sencillo acceder a él.

Observa. Escucha. Evalúa. Aunque no se brinda hasta realizar un exhaustivo examen del interlocutor. Los medios de comunicación han maltratado su personalidad por eso. Nunca jugó ni se expresó de cara a la galería. Para la tribuna. Riquelme es muy suyo. Por eso, durante su carrera pagó tributo a esa falta de exhibicionismo. Sus gestas en la cancha exigían un amplio despliegue mediático, que jamás le interesó retribuir con atención personalizada. Y por no retribuirlo, se vio envuelto en decenas de ficciones. “Que hablen lo que quieran. Yo no puedo estar saliendo a desmentir todo lo que se dice sobre mí. No me interesa”, me dijo un día.

 

Las cámaras, los micrófonos y los flashes nunca estuvieron hechos para él, aunque desde 2007 hacia delante, después de regresar a Argentina tras su periplo europeo en el F. C. Barcelona y el Villarreal, hizo un notable esfuerzo por mejorar la relación con ellos. Román es la antítesis del divo. Paradigma del antihéroe. Por eso ahora mismo vive uno de los mejores momentos de su vida.

El futbolista suele extrañar cuando se retira, todo lo que rodea a su faceta como jugador. Diego Armando Maradona, por ejemplo, no puede vivir si no tiene una alcachofa o una cámara cerca. Busca la exposición. Por eso sufrió sobremanera el veredicto del tiempo. “Es hora de que te retires”. Riquelme no añora nada. Se mueve feliz alejado del ruido, casi en el anonimato. El vestuario le regaló amistades que él riega estando constantemente comunicado con ellas. Además, ahora puede dedicarle mucho más tiempo a lo que más ama. Por eso no necesita de la ayuda de un psicólogo, como por ejemplo necesitó Martín Palermo, que le ayude a sobrellevar la nueva etapa en su vida.

Lo único que quería en su último tiempo como jugador era dejar una imagen no tan distante de la que mostró en los mejores momentos de su carrera. Y lo consiguió. Fue campeón del fútbol argentino con Boca en 2011, alcanzó a jugar una final más de la Copa Libertadores en 2012 y contribuyó de forma decisiva para que Boca alcanzara la final de la Copa Argentina, título que el equipo obtuvo al vencer a Racing Club de Avellaneda.

Medido. Astuto. Certero. Tajante. Irreverente, y a la vez políticamente correcto en ocasiones. Riquelme jamás ha tenido incontinencia verbal. Ha dicho mucho más con sus actos que con su lengua. Por eso el periodismo que no ha logrado empatizar con él se ha agarrado de sus propias interpretaciones para instalar un pseudo perfil público de la estrella. Siempre molestó que el crack se moviera cómodo en su propio aislamiento. Que no necesitara compartir sus alegrías ni enjuagar sus problemas con la prensa. Aún fastidia su indocilidad. La prensa ha actuado como fiscal de su comportamiento durante años. Alguna vez leí que el silencio de las personas, en ocasiones genera violencia. Debe tener razón de ser la observación. A Riquelme, su escaso apego al márketing comunicacional le colocó en el ojo de la tormenta en cientos de situaciones puntuales.

¿Pero cómo se ha manejado el mayor ídolo de la historia de Boca Juniors puertas adentro del vestuario? Despójense de prejuicios y evalúen la conducta en las diferentes situaciones anecdóticas.

Hay que tener una personalidad muy fuerte para negarse a jugar de forma inadecuada. Muchos jugadores hubieran dicho que sí con tal de jugar como escuderos de Diego Armando Maradona, dedicándose a correr a los rivales sólo para recuperar la pelota y entregársela al 10. Un joven Riquelme se negó. Un veterano Maradona no digirió el desplante y por eso reacciona de la forma en que lo hace, cada vez que le ofrecen la oportunidad de golpear mediáticamente a su heredero xeneize. Román prefirió quedarse en el banquillo y esperar su turno, antes que jugar en una posición que no sentía, solo para realizar en el campo una función para la que consideraba que no estaba preparado. Aunque jugar le hubiera posibilitado coincidir en la cancha con su ídolo de siempre. A los 18 años, Román ya mostró madera de líder en el corazón de La Bombonera.

Hay que tener un carácter de hierro para plantarse frente al presidente del club y hacer valer tus derechos hasta las últimas consecuencias, sin variar jamás la postura. Un compromiso contractual incumplido por parte de Mauricio Macri, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, motivó una dura pugna entre ambos que acabó ganando el propio Riquelme, luego proscrito por el dirigente y su prensa afín. Un hincha caracterizado que creció en los medios de comunicación bajo el ala de Macri al punto de tener hoy su propio programa de entrevistas por televisión me dijo en el Camp Nou, en Barcelona, la víspera del Trofeu Joan Gamper 2003: “Yo me llevaba bien con Riquelme, pero un día me di cuenta de que tenía que cambiar y volcarme con la directiva de Boca porque sino iba a perder el laburo”. Riquelme nunca traicionó sus convicciones. No cualquiera se anima a levantarse en cada reunión y dejar plantado en la misma mesa de discusión a uno de los empresarios “dueños” de la República Argentina. Actual líder de la oposición política en el país.

Hay que tener un coraje y una decisión muy grandes para negociar con los captores de tu hermano, quienes lo secuestraron, para asumir la responsabilidad y conseguir su liberación sin comprometer su estado de salud y la normalidad de la operación.

 

Hay que tener una paz interior enorme para no sentir temor ni responder ante los gritos de un entrenador holandés con fama de sargento de hierro, que trata de ponerte en evidencia delante de todos tus compañeros, con el único fin de mostrar autoridad y exhibirse inflexible. “Decile algo para que se calme boludo, que nos va a matar a todos”, le dijo en voz baja un compañero con la intención de rebajar el clima de tensión en el vestuario del Camp Nou. Riquelme elegía bajar su mirada y atarse los cordones de sus botines sin emitir contestación alguna. Otra vez aquella ecuación, silencio igual a violencia. Debe haber sido Riquelme uno de las pocos fichajes estrella de un gran club en la historia, tratado con tanto desdén y desprecio solo por celos. Por haber sido fichado por la plana mayor de la directiva y no por el propio DT.

Hay que estar convencido, saberse muy capaz y hacer gala de una autoconfianza muy grande para deslizarle de forma jocosa en un entrenamiento al veterano ídolo del club al que has ido a parar, que debería pensar en dar un paso al costado y dejarle lugar a los jóvenes. No le debe haber agradado el comentario a Luis Enrique. Diez años después, Román, consecuente con sus actos, experiencia profesional y forma de pensar, fue contundente en su despedida en su última rueda de prensa, la de su despedida de Boca. “Yo no puedo quedarme para taparle el lugar a (Leandro) Paredes. No puedo quedarme solo para cobrar un sueldo importante y que Paredes siga esperando cumplir sus objetivos. Yo cumplí los míos y es hora de que él cumpla los suyos”, dijo.

¿Qué tipo de persona fuerza a la directiva de su club a que incluya a los jóvenes que integran el plantel –por más que no jueguen–, en el reparto de los premios por puntos cosechados y/o por títulos obtenidos? Haberlo hecho en cada club donde estuviste, no solo en donde te forjaste como jugador, tiene aún mayor valor.

¿Qué tipo de persona intenta obligar a la directiva de su club a revisar la decisión de apartar a un jugador del partido más trascendental de la temporada? El partido en el que el equipo jugará una final para conseguir el título de campeón de América.

¿Qué tipo de jugador se anima públicamente a pedir que el club le reconozca a sus compañeros el esfuerzo, los títulos, el prestigio conseguido para la institución y los servicios prestados, solicitando la renovación de sus contratos antes de que finalice la temporada?

 

¿Sus pecados? Son pocos los lunares negros que se le tratan de descubrir a Riquelme, un jugador que ha resultado decisivo en casi todos los éxitos contemporáneos de Boca Juniors desde 1998, la época de oro (2003-2007) del Villarreal en España –hoy en Segunda División–, y con varios triunfos impactantes de la selección argentina, como por ejemplo el oro conseguido en Beijing 2008 y el Mundial Juvenil de Malasia 1997.

Repasando la hemeroteca, se le achacó un escaso apego a la marca a la hora de jugar sin balón. Una dosificación del esfuerzo físico durante algunos partidos puntuales. Y se han relacionado sus lesiones musculares con un ritmo y forma particulares de entrenamiento. Así como provocaron rechazo sus dos renuncias a jugar con la selección argentina (13 de septiembre de 2006, tras el Mundial de Alemania, y 10 de marzo de 2009, tras conocer unas declaraciones públicas de Diego Armando Maradona, entonces seleccionador de la albiceleste). Decisiones que tomó aún sabiendo que resultarían antipopulares, pero que eligió tomarlas en consonancia con su forma de vivir la vida y el fútbol.

Puede que Riquelme sea desconcertante en el trato. Que un día tenga ganas de saludar y hablar y otro no. Que se mantenga a la defensiva para autoprotegerse. Que tenga ciertos códigos en el diálogo que sólo pueden comprender las personas que le conocen en profundidad. Que elija las palabras para expresarse en público con el cuidado con que un cirujano maneja el bisturí. Que por todo ello le consideren un perro verde o un tipo jodido, y hasta hosco. Pero es cuestión de conocerle para desasnarse. ¿Cuánta gente sabe que Román aborrece el pollo; que tiene el pie derecho más pequeño que el izquierdo y que le afectó tanto ser eyectado del F. C. Barcelona que pensó en abandonar el fútbol?

 

Él pudo superarlo. Robert Enke, arquero alemán, compañero suyo, al que apreciaba mucho, defenestrado como él por el cuerpo técnico liderado por Louis van Gaal, acabó suicidándose años más tarde.

Los amplificadores mediáticos fomentan opinión, pero no hay que dejarse influenciar. No hay que creer todo lo que está escrito. Siempre es mejor informarse, que hablar por boca ajena.

Juan Román Riquelme se va del fútbol habiendo lavado todos sus trapos puertas adentro de cada vestuario. Tras haberse hecho valer, aunque su comportamiento no haya agradado a todo el mundo. A la antigua usanza. Sin haber ofrecido peleas ni disputas en público con nadie. Sin que ningún compañero o entrenador ventile pestes sobre él. Apreciado por todas las hinchadas (hasta la de River). Ensalzado por el mismísimo Zinedine Zidane, quien en su despedida del fútbol le regaló su camiseta sobre el césped del estadio Santiago Bernabéu y le dio un cariñoso abrazo.

Riquelme únicamente ha sido señalado por algunos directivos y por un sector de la prensa.

Lo importante es su legado, motivo de un sinfín de narraciones extraordinarias. Gestas que el tiempo se encargará de magnificar. Todavía más.

 

* Roberto Martínez es periodista y escritor. En Twitter: @romartinez70. En la web: toqueygambeta.com

– Fotos: Olé – EFE




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