"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Hasta la llegada de Juan Ignacio Martínez (JIM), Cartagena tuvo que convivir con el fútbol un poco a las bravas, porque no quedaba más remedio. A los partidos, igual que a las comidas familiares de los domingos, se iba por obligación y echando miradas furtivas al reloj. En cuanto el árbitro pitaba salíamos del campo de forma atropellada e intentábamos olvidarlo todo, un poco avergonzados. El Efesé llevaba toda una vida en 2ºB, jugando en tonalidades sepia, durante tardes de otoño plomizas, mientras la refinería vomitaba humo a la entrada de la ciudad. Fue una época tan melancólica que a los cuatro integrantes del fondo sur les faltaba entrar al estadio tocando el trombón y la armónica, como si fuesen una orquesta de New Orleans. La tristeza se enseñoreaba en nuestros corazones, que de albinegros pasaron directamente a grises, “podridos de latir”, como dice la canción.
En dos ocasiones no consecutivas cogió JIM al equipo y en las dos levantó de sus asientos al personal, a brochazos de color. Esto no es un detalle cualquiera, porque no sólo conseguía buenos resultados (excelentes) sino que lo hacía jugando de una manera impropia dada la categoría. La primera vez que dirigió al Efesé fue durante el curso 2004-05, en 2ª B, donde después de una temporada espectacular, en la que arrasó con todo, acabó perdiendo de forma increíble en el play-off de ascenso.
La segunda ocasión, acaso la más memorable, fue hace tres años, ya en la división de plata. Comenzó con el “nosotros vamos a jugar al ataque, teniendo el balón” con el que todos los entrenadores inauguran las temporadas. A medida que transcurrían los partidos, sin embargo, empezamos a pellizcarnos fuerte en los brazos y a abofetearnos con ímpetu las mejillas porque, efectivamente, el Cartagena no podía parar de ganar y, efectivamente, jugaban al ataque y teniendo el balón. El equipo se encastilló en los tres primeros puestos de la tabla y no había Dios que lo bajase de ahí. Los aficionados no sabíamos muy bien cómo tomarnos aquello, estábamos desconcertados. En la jornada 11, sin embargo, ocurriría algo que nos sacaría del estupor: tras años sin verse las caras sobre el césped, Murcia y Cartagena volvían a protagonizar un derbi. Los jugadores de JIM despacharon el asunto con un 1-4 antológico que dejó la Región patas arriba y con el que se encaramaron a la primera posición de la tabla. Entonces nos dimos unos codazos los unos a los otros y señalamos con la cabeza al banquillo: “Bueno, va”, explotamos, “¿Quién es este tío? ¿Por qué estamos jugando mejor que el Barça? ¿Qué tiene Iniesta que no tenga Lafuente? ¿Por qué se parece tanto a Jack Lemmon?”. Se empezó, ahora sí, a hablar del ascenso sin empacho. En qué campo iba a ser y con qué resultado. Sin complejos. La ciudad empezó a organizar su vida en torno al calendario de la temporada. Se cancelaron becas Erasmus y se cambió la fecha de bodas. Algunas parejas se divorciaron mientras que otras se juraban amor eterno al ritmo de los goles de Toché. Fue nuestro the summer of love.
Sin embargo, a cinco jornadas del final de Liga, visto que el Cartagena no iba a bajar solo de los tres primeros puestos, lo sacaron a martillazos a base de actuaciones arbitrales lamentables.
No pudo ser pero dio igual. Fue una temporada increíble. La víspera de cada partido parecía Carnaval, algo que no se había viso hasta entonces. Y todo fue cosa de JIM.
La temporada siguiente, el equipo continuó con la misma dinámica, aprovechando la inercia ganadora, aunque ya no desplegaba el fútbol virtuoso del primer año. Además, se habían ido varias de las piezas clave y en los mentideros se comentaba que el presidente preparaba una revolución que afectaría a gran parte de la plantilla. En los últimos partidos, con claros síntomas de que el proyecto tocaba a su fin, el ambiente terminó enrareciéndose y el equipo se descolgó de los puestos de arriba. Fue en esa segunda temporada cuando JIM hizo algo inaudito: durante el primer partido de liga, ante el Xérez, después de que su equipo metiese el 1-4 definitivo, rompió a llorar desconsolado en la banda. Lloró mucho y con ganas, hasta saciarse, abrumado, agradecido y feliz.
Al año siguiente se fue al Levante y el Cartagena cayó a plomo, sin remedio. A los 10 minutos del primer partido ya estaba claro que el Efesé bajaba a 2ª B, como acabó ocurriendo. Por su parte, el equipo de Juan Ignacio ganaba al Real Madrid con Ballesteros adelantando a Cristiano Ronaldo o se colocaba líder de la Liga en la novena jornada mientras corresponsales de medio mundo se agolpaban en el Ciudad de Valencia para saber qué estaba ocurriendo allí.
No fue flor de un día. El Levante acabó sexto. Clasificar para la UEFA al equipo con menos presupuesto del campeonato es una proeza. Este año, lejos de padecer el síndrome que acusan la mayoría equipos modestos cuando se cuelan en Europa, aquel que les hace bajar directamente a Segunda División, el Levante sigue triturando récords, haciendo historia.
Es un equipo del que JIM aprovecha todo, exprime sus recursos hasta el tuétano y le saca el máximo sabor, como los huesos de jamón en los caldos de los pobres, hervidos una y otra vez. JIM no sirve manjares, sirve rancho para la tropa, pero caliente, en abundancia y tres veces al día. Contra el Twente volvió a ganar y de manera contundente. A su estilo, con sordina, sin molestar. Dejándole las llaves del apartamento a su jefe para al final, a última hora, acabar llevándose a Shirley MacLaine.
*Jorge Martínez es periodista.
– Fotos: EFE – Reuters
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