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Últimas semanas de agosto, el verano estaba cerca de expirar su último aliento antes de dejar paso a las aceras cubiertas de hojas secas como una crujiente alfombra cobriza. El libertinaje estival había acabado hacía semanas y la disciplina férrea del trabajo diario se había impuesto a lo largo de muchos días de dobles sesiones preparatorias y pachangas varias. Y entonces, con la herida aún supurante de un polaco enseñando orgulloso cuatro dedos, el Real Madrid empezaba a competir de verdad, a hacer eso que mejor sabe hacer, y las primeras decisiones de Carletto comenzaban a ser discutidas. Sin embargo, el italiano empezaba a vislumbrar lo que sería su columna vertebral durante todo el año de la Décima.
Un periódico de Madrid anunciaba horas antes del estreno ante el Real Betis que en la portería estaría Iker Casillas. Ancelotti llevaba la contraria a su antecesor en el cargo y rompía con la suplencia eterna del capitán. El suplicio de Casillas tocaba a su predicho fin. La noticia había corrido por los graderíos del Bernabéu y se creó una gran expectación ante el regreso en un partido oficial del canterano. De pronto, ante la estupefacción del respetable, fue Diego López el que recibía balonazos bajo los tres palos para calentar antes del inicio liguero. No, no era Casillas. Inmediatamente, ese periódico cambió el titular, tragándose su orgullo. Carlo había decidido en contra de la opinión popular, y no sería la primera vez, sino la primera de tantas medidas que finalmente llevaron a completar el mejor año, en cuanto a títulos, en un cuarto de siglo.
Xabi Alonso se había perdido la Copa Confederaciones y no hizo pretemporada con el Real Madrid. Esa ausencia en las sesiones más físicas de la temporada suele ser una genial excusa para justificar un nivel futbolístico sensiblemente inferior a otras campañas, pero no fue así con Xabi. Aun así, su vacío tuvo que ser cubierto interinamente hasta que el vasco estuviera de nuevo a disposición. Ancelotti vio en Modrić al hombre clave en ese lugar, como pivote posicional por tener capacidades tanto organizativas como defensivas, infinitamente más desarrolladas las primeras que las segundas, como resulta evidente. Sin embargo, para salir del paso, el apósito funcionó. Pero claro, era temporal y Alonso volvió al lugar que le pertenecía por decreto y méritos. Y de ahí nadie lo movió. Xabi jugó toda la temporada como único pivote con dos interiores, aun cuando se hablaba de que sin compañía no funcionaba.
Fue entonces cuando Florentino decidió conseguir financiación rápida y en vez de llamar a una empresa de crédito (lo cual no queda descartado que, de algún modo o de otro, se hiciera), traspasó a Mesut Özil al Arsenal. Özil iba a ser importante para Ancelotti porque al italiano le apasionan los jugadores de su calidad técnica, pero se quedó sin él tras tres jornadas. Así, Carletto se tuvo que inventar una solución que tenía visos de ser temporal, como lo de Modrić de pivote, pero que por el magnífico rendimiento que ofreció, acabó siendo básica para el triunfo posterior en la copa y la Champions League. Ahí apareció Di María.
Todo el mercado estival había sido el candidato número uno para marcharse de Chamartín. Di María era apreciado y disgustaba por partes iguales. Nunca se le llegó a tener un aprecio indiscutible como sí le sucedió a Özil. Era irregular, inconstante. Sus chispazos de calidad no dejaban de ser esporádicos y no aparecían en más de dos partidos consecutivos. Su marcha, siempre y cuando se pagara como correspondía, era bien recibida. Pero se fue Özil y Di María se quedó incluso teniendo a Gareth Bale jugando por obligación financiera en su posición. Una vez que el extremo derecho no era opción para el argentino, Ancelotti reorganizó el equipo para encontrar el equilibrio que tanto tiempo hacía que no existía en el Bernabéu y, ya de paso, convirtió al exjugador del Benfica en su jugador clave.
Se le ocurrió que a Di María le gusta correr más que nada en el mundo, sobre todo hacia delante, pero no rehusaba a hacerlo también hacia atrás cuando era necesario. Si el triunvirato de arriba era inamovible, Khedira tenía lesión para largo y de Isco se creía que no sabía defender (idea abofeteada en la final de la Copa del Rey), Di María apareció como la solución al segundo interior, el del costado izquierdo. Y la idea triunfó con alevosía. Hubo días, es inevitable, que no fue así, como en el 3-4 del Barça, pero los pros eran siempre superiores a los contras. Ese mismo día, el del clásico del Bernabéu, Di María fue un problema y a su vez, la solución. Lo que no cubría como interior lo remendaba de extremo.
Todo ello, sin renunciar al estilo cada vez más cercano al juego posicional que quería Ancelotti. Era de hecho, una especie de evolución del mismo. El Real Madrid, al contrario de lo que sucedía años atrás, no rehuía la posesión de la pelota como manera de encontrar el gol, porque con Modrić y Xabi es difícil no convertir la tenencia de la pelota en un arma mortal. Pero el vértigo propio merengue seguía filtrándose por los poros de un equipo que sobre todas las cosas adora correr. Di María era el vértigo de la pausa, el látigo del reposo, la ola del mar en calma. Esa posición en la que Batista se empeñaba en usarlo, al final fue indiscutible en el Real Madrid.
Mediados de septiembre de 2014. Una vez más, el invento de un nuevo sistema recorre la mente de Ancelotti a la espera de que el italiano cuadre las ideas para expresarlas sobre el césped. Después de conseguir el éxito que tanto ansiaba, el club que el 24 de mayo se convirtió en el mejor de Europa tuvo que volver a reformarse. Que la voluntad de Ancelotti fuera desprenderse de sus tres jugadores más importantes del año pasado es algo absolutamente descartado, porque ningún entrenador se cargaría una concepción que se ha demostrado fructífera. Carlo tenía claro que Diego López era su portero titular, que todo fluía gracias a la privilegiada inteligencia táctica de Xabi Alonso y que descomponía al rival con la frivolidad de Di María. Todo eso se acabó de un plumazo. A Carlo le toca inventar otra vez.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: Javier Soriano (AFP)
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