Uno de los procesos más estimulantes (por la dificultad que comporta) de ayudar en la formación de jóvenes futbolistas es el de guiarlos a entender el juego para que puedan interpretarlo. Y lo es porque no se enseña con fórmulas magistrales, ni verdades absolutas ni recetas milagrosas que ofrecen resultados en semanas o meses. Es, como todo aprendizaje que se quiera sólido y duradero, un trabajo a largo plazo, con altibajos durante el trayecto y del cual se obtiene los frutos después de sembrar la semilla de la interrogación, de la duda, del matiz, del ensayo, del triunfo del concepto sobre el resultado. Todo ello constituye un proceso de maduración que necesita una maceración lenta (y desigual, porque cada joven jugador tiene su ritmo de asimilación). Para llevar a cabo este proceso, el gran reto del formador es plantear sesiones en las que a) se evite la fragmentación y b) se fomente la toma de decisiones, el elemento cognitivo.
Evitar la fragmentación es clave para que desde buen principio los más jóvenes se den cuenta del concepto de continuidad del juego. Esto implica, si perseveramos en esta tarea, que el jugador tendrá claro, desde muy pequeño, que hay una relación fluida y constante entre ataque y defensa y percibirá la importancia de mantener una posición compacta y equilibrada en el terreno de juego cuando estemos atacando y que nos permita estar organizados para defender con eficacia cuando perdemos el balón. De este modo, los podemos poner en contacto, con naturalidad, con todos los aspectos que tienen que permitir una buena relación del grupo con el espacio (en función, no solo con la demarcación de cada cual, sino de dónde estan los compañeros, los adversarios y la pelota).
La toma de decisiones tiene que empapar la gran mayoría de ejercicios que se diseñan. Nos tiene que servir para mostrar al jugador que hay más de una elección correcta y que ellos están capacitados para encontrarlas; también hay que permitir que experimenten por ellos mismos el error y para observar si se dan cuenta de que lo han cometido y si rectifican (en caso contrario, se interviene). Así, a través de la experimentación, se crea un nexo entre acción y responsabilidad que afecta a todo el grupo, no solo al que tiene la pelota, y que entronca con el trabajo de continuidad en el juego: remarcando la importancia de las decisiones que toman los jugadores que no tienen el balón, ya sea como propiciadores (en el caso de los atacantes) o condicionadores (defensores) respecto a la que acaba tomando el poseedor de la pelota.
Solo cuando los jóvenes futbolistas hayan interiorizado el hábito de trabajar bajo estos dos grandes parámetros estarán en disposición de percibir lo que reclama el juego en cada momento: si hay que jugar al pie o al espacio, si hay que acelerar o bajar el ritmo de juego, pasar o encarar en el uno contra uno, etc. Estarán, de este modo, en la senda que los llevará a entender la esencia del juego.
* Martí Ayats.
– Foto: Lluis Gené (AFP)
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