“Silencio, silencio”. En Las Rozas, el Industriales ha empatado en el último minuto y tiene la opción de ganar el partido tras un ensayo. Todo el mundo calla, consciente de la trascendencia del golpeo. Permanecemos callados ante el abrumador vacío de sonido. El silencio asuela el campo, un silencio estremecedor, que se prolonga un minuto. O más. La situación toma tintes incómodos. Se escucha la respiración del pateador. El sonido de una moto arrancando. Incluso se puede escuchar y palpar el nerviosismo del propio deportista. Si falla, el partido acabará en empate y no habrá ni héroes ni vencidos. La acogida de la afición en un día de manta y sofá habrá sido en balde. Pero si lo hace, si introduce la pelota entre los postes, su figura alcanzará la condición de héroe durante unos segundos. El actor se coloca, predispuesto a dar la victoria a su equipo, predispuesto a ser el protagonista de la hazaña. El propio jugador se toma su tiempo, pero los aficionados callan. Uno, dos, tres pasos. Ese silencio da paso al golpeo. Se escucha el contacto de la bota con el cuero. Oímos el grito ensordecedor de la grada central. Industriales había ganado el partido.
Dos horas antes habíamos llegado al Campo Municipal Cantizal con la intención de comprobar si era verdad lo que llegaba a nuestros oídos sobre el Ingenieros Industriales de Las Rozas. El equipo Senior A acababa de ascender a División de Honor B, un hito para el club. Cada partido es un premio, cada minuto en dicha categoría un sueño hecho realidad. Corría el mes de octubre.
Los problemas económicos han sido el gran impedimento. El hecho de compartir un campo municipal (El Cantizal) con un equipo de fútbol americano es un ejemplo de que la situación no es idónea, pero como nos decía Mar Álvarez, entrenadora del senior, lo único que queda “es adaptarse y saber sacarle provecho”. “Algún día hemos entrenado con ellos”, explica. Dichos problemas económicos se extienden a la parcela de los jugadores. No perciben salario alguno, al contrario que rivales de la propia liga. En muchos casos los viajes se hacen en los propios coches de los jugadores y se intenta minimizar gastos. “La gasolina, el tiempo… es una pérdida que solo llega recompensada por el amor al rugby y al Industriales”, nos cuenta un antiguo jugador del equipo.
Llegamos al campo rodeados de un clima diferente que hace olvidar el frío y dejar a un lado la lluvia que cae sobre nosotros. Las dos gradas existentes están repletas de aficionados del Industriales que han venido a ver el partido del fin de semana. El Senior es quizá lo que mantiene al club en alza. Me fijo en que el marcador está apagado y me intereso por él. Con una sonrisa irónica, ex jugadores del equipo se miran entre ellos. “Yo no lo recuerdo funcionando. Esto es el Industriales”. La grada está a rebosar, pero acompaño a los antiguos jugadores a otra zona, lugar reservado para los más intrépidos. “Somos el frente de enfrente”, me explica uno de ellos. A nuestra llegada los abrazos dan paso a una jerga habitual entre ex jugadores. Pero hay que darse prisa que empieza lo importante.
El ambiente es propicio para jugar al rugby, quizá no tanto para verlo. Mal tiempo, frío y lluvia… pero el público sigue ahí. En el anterior desplazamiento como visitante, el equipo había reunido a más aficionados de los que presentaba la escuadra local. “Eso se nota y eso nos hace diferentes”, explicaba Mar. El partido en sí no fue gran cosa y el Industriales tampoco realizó su mejor choque de la temporada, pero me di cuenta de la autenticidad de un postulado que se remonta a decenas de años atrás: “El rugby es un deporte de rufianes jugado por caballeros mientras que el fútbol es un deporte de caballeros jugado por rufianes”. El simple hecho de ver a la gente del banquillo gritar a sus compañeros que al árbitro y al rival ni una palabra me impactó. Conocía este código de conducta, pero nunca lo había vivido en directo.
Comienza a llover de forma intensa a la par que el frío vence cualquier adversidad en forma de abrigo. Y el juego no acompañaba. “Qué mala suerte has tenido, la verdad es que hay partidos mejores”. El Industriales perdía. El tiempo se acababa. Las lesiones preceden al nerviosismo, acrecentado por el paso paulatino de los minutos. Pero el equipo no renuncia y poco a poco embotella al rival, acongojado ante el empuje del público. “¿Cuánto queda?”, “Un minuto”, se escucha en el banquillo. Quién sabe si fue la suerte o bien la voracidad del Industriales por remontar el partido que se materializó en un ensayo entre un barullo de defensores y atacantes. Ni se veía quién había sido el protagonista, pero el júbilo del público pronto se hizo latente.
El momento que viví fue quizás lo que más me ha impactado viendo un deporte en directo. Fue sencillamente espectacular. El silencio, la sinergia… parecía que el jugador iba a lanzar con la fuerza de todo el público. Me marcó. Fue un momento bello que dio en ese momento un significado completo a la palabra deporte. Afición, equipo, unión, emoción… El minuto que pasamos los integrantes del público esperando al lanzamiento estuvo caracterizado por un silencio brutal. Ni respiraba, preocupado porque pudiese molestar al lanzador. Parecía que mi vida pendía de ese golpeo. Y lo consiguió. “¡Esto es el Industriales!”, gritó un aficionado en el frente animado por la cerveza.
El frío y la lluvia helaban, pero el sabor a la victoria se imponía. No tiene a los mejores jugadores ni las mejores instalaciones, pero detrás del Ingenieros Industriales se esconde un sentimiento que se escapa a la lógica y que se ve reflejado en una afición incondicional. El jugar por el amor al rugby, por amor al Ingenieros Industriales de Las Rozas.
* Carlos Jiménez Barragán es periodista.
– Fotos: Carlos Jiménez – AD Ingenieros Industriales
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