Obviamente, no todos los jugadores son iguales. Ése –el de la igualdad por encima de todo– es un aserto que linda más con cierta proposición de extrema izquierda que con el fútbol, tan complicado, tan subjetivo.
Es absurdo, por tanto, otorgar titularidad o banquillo teniendo en cuenta únicamente los datos que arroja la pura estadística, sin considerar los cientos de elementos que influyen en este deporte, incluida la mismísima magia. Lo que tampoco quiere decir que esos datos se puedan saltar a la ligera. Sobre todo si saltan con el único objetivo de que un sector de la prensa respire aliviado.
La historia del fútbol viene jalonada, de arriba a abajo, de estrellas que juegan sea cual sea su estado de forma. Con la (importantísima) salvedad que estos casos se dan, sobre todo, en jugadores de campo. La portería es diferente. Un portero, como aseguraba aquel anuncio de Coca Cola, va en contra de lo que, en rigor, le da sentido al fútbol: los goles. Un portero, en mayor o menor medida, además de estar zumbado –como apuntaba no hace mucho Enric González– tiene que estar atento, concentrado y hambriento. Si estas cualidades pierden lustre –como le ha pasado a Iker de un tiempo a esta parte– no será suficiente con esos latigazos de talento puro, sin cortar, que atesora, quién sabe de dónde y por qué, el de Móstoles. Mucho menos si ahí están Diego López y Victor Valdés, en un estado de forma admirable.
Es un hecho que Casillas, culpable de que España ganase las Eurocopas de 2008 y 2012, el Mundial de 2010 y la final de Glasgow de 2002 (entre otros títulos), lleva un tiempo regular. Eso, creo, no se puede discutir. Y si un portero está regular lo lógico es que juegue otro que está mejor –si lo hay, que lo hay–. Sin embargo, a gran parte de la prensa deportiva que sigue la actualidad del Real Madrid esto no le parece bien: Iker tiene que ser titular por decreto. Y defienden su postura, sobre todo, amprándose en la impecable hoja de servicios del guardameta (aquella hoja que un periodista le pasó por la cara a Adán –como si éste tuviese culpa de algo y como si fuera un gesto medio normal– en la zona mixta).
Ahora bien, volviendo al primer párrafo, Iker es especial. Aunque no atraviesa su mejor momento es ridículo no intentar ayudarle. Ojalá que la decisión de Ancelotti y de Del Bosque vaya por ahí: por impedir que Casillas se hunda, por mantenerlo despierto y alerta y no por tener contentos a un puñado de periodistas, que a veces parecen Don Fanucci recomendando a su sobrino para la frutería. La machacona insistencia con la que se nos repite desde los titulares que Iker es el mejor portero del mundo (cuando ya no lo es), la cantidad de veces que nos sirven su nombre envuelto en los indigestos santo, milagro y salvador, o la escalofriante sangre fría con la que falsean su estatura (la suya o la del resto de compañeros, si no no se explica) le hacen al capitán un flaco favor.
Si la lesión que sufrió durante el partido contra el Galatasaray no cambia nada (extremo este todavía por comprobar, no por la gravedad del golpe, sino por el halo de pesimismo que envolvió a la jugada), el capitán del Madrid seguirá contando con la Champions y la selección para desquitarse, lo que, si atendemos al presente –¡en vez de al pasado!–, no es justo. No al menos para Diego y Víctor.
Es muy difícil por la presión inclemente que soportan, pero a veces sería bueno que los entrenadores se abstrayeran de todo y se aplicaran una de las mejores frases que nos legó Tony Soprano: “Yo dirijo un negocio, no un puto concurso de popularidad”.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: Reuters
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