Champions 2012-2013 / Análisis / Fútbol
“El arte inventa o imagina para alcanzar una verdad que estaba a punto de perderse” (Andrés Neuman).
Este partido ha mostrado un juego de cadencia impulsadora que ha logrado que todos sean necesarios y nadie imprescindible. Hoy no ha sido el Barça de alguien, sino el de todos.
Plagado de altruistas, esos egoístas del beneficio ajeno, como los nombra Jorge Wagensberg, se han ido beneficiando entre sí agraciando los contextos generales en cada contacto con aquello que hay que hacer rodar.
Los de Tito, con una alineación de muchos adjuntos al poseedor del balón y pocos inquietos penetradores, han conseguido que no se atente contra el fluir natural del equipo. Este tipo de fútbol es magnífico puesto que excede del pensamiento de los que tratamos de explicarlo.
Han respetado la naturaleza del juego al dar valor a lo que se forma de manera espontánea. Si a estos les dejas ser, acaban mostrando todo lo que pueden ser, y dejarles ser es concederles el poder jugar juntos, sin mucho más.
Si se comienza a jugar desde Piqué todo adquiere el tono preciso. La pelota sale tan bien desde el fondo que difícilmente vuelve pronto sobre esos lugares desde los que partió y mucho menos con ventaja para los atacantes moscovitas.
Con él, hasta Mascherano parece encontrar a los cercanos en las circunstancias en que estos pueden ofertar la progresión sin limitaciones.
Acercando a Xavi a los dominios de Busquets, y con Iniesta, Cesc y Messi ubicados a la siguiente altura pero sin disciplina geográfica, los laterales llegan por donde deben, cuando deben y para lo que deben, colonizando así con rigor las cercanías del área ajena.
Me gusta que el de Tarrasa se emplace ahí para jugar. Soy de los que piensa que a este tipo de jugadores no hay que buscarlos. Son ellos los que tienen que agarrar el esférico y proponer la búsqueda de aquellos socios que mantengan purificado el devenir de la pelota.
El brasileño Alves y Jordi Alba participan en el proceso de construcción de situaciones de ataque con facilidad debido a la calidad de los compañeros que les circundan. Se preocupan por la confección de la jugada y no únicamente con la finalización de la misma.
Llegando juntos a los espacios determinantes, todos pueden convertirse indistintamente en pensantes pasadores y en dinámicos profundizadores. Nada se torna pronosticable, no existen especialistas, las interacciones multiplican sus posibilidades. Así, los de Emery nunca supieron dónde, cómo y quiénes originaban las cosas importantes.
De este modo, Leo Messi es decisivo en el pase y definitivo en la penetración; Iniesta colabora con los que se responsabilizan de intercambiarse la pelota para que aparezcan espacios en otros sectores, y puede, a su vez, introducirse por los accesos al gol.
Los protagonistas en las fijaciones exteriores se alternan para empobrecer las opciones de la oposición porque por dentro también todos ellos saben qué se debe hacer con el balón.
Es el paradigma de una organización sin contradicciones internas que engendra un orden sumido en esa excelente uniformidad heterogénea.
Uniforme puesto que muchos de los alineados sienten las mismas cosas jugando, y diversa puesto que el talento libre de cada cual acaba por proponer actividad diferente a cada instante. Y todo sin descoser el juego en esas dichosas e inexistentes sub-fases.
¿Dónde ha jugado hoy cada cual? El lugar de intervención no se puede definir. Lo que es evidente es que han jugado, y muy bien, a este deporte.
Lo siento de veras por aquellos que hablan de “presiones zonales altas, medias o bajas” y “cuadrados mágicos” como elementos explicativos de un juego que depende precisamente de los que saltan al campo ataviados del sentido que deja sin sentido a los simplistas teorizadores de lo que no se deja conocer. Y es que ya lo decía Goethe: “Nada hay más terrible que la ignorancia activa”.
* Óscar Cano es entrenador de fútbol y autor de los libros “El Modelo de juego del FC Barcelona” y “El juego de posición del FC Barcelona” (MC Sports Ediciones).
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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