Hora de tomar decisiones drásticas en Can Barça

por el 16 abril, 2013 • 13:32

Durante la hoy recordada como idílica etapa de Guardiola, hubo dos momentos especialmente críticos. A saber, las dos eliminaciones de la Champions League (2010 y 2012). La primera, porque demostró que también podían perder, que eran humanos –las circunstancias, el momento y la competición en las que se perdió con el Sevilla evitaron esta sensación–; la segunda, por la incapacidad para derribar una defensa acorazada. Aunque realmente fuera más bien falta de puntería, la sensación que quedó fue esa. Más la impotencia del tramo final: la fatiga cognitiva.

2010 estuvo marcado por las bajas –especialmente la de Iniesta– y la inadaptación de Ibrahimovic. El sistema habitual pasó a ser el 4-2-3-1, dado que el sempiterno 4-3-3 había dejado de funcionar. El equipo, más sólido que nunca en defensa pero globalmente a un nivel inferior al de la campaña anterior, se había ido matizando para seguir siendo un animal competitivo. No obstante, la derrota contra el Inter acabó con lo anterior. Se había perdido ese nivel de excelencia, por lo que Guardiola tomó decisiones drásticas: fuera el sueco y vuelta al 4-3-3, ya con Messi siempre como falso 9. Estas dos decisiones sirvieron para ganar la Liga más cara de la historia y para, ya con Iniesta y Villa en lugar de Keita y Bojan, dar lugar al que tal vez haya sido el mejor equipo de todos los tiempos. Decisiones que, probablemente, habrían llevado a ganar la Champions 2010 de haberse tomado antes.

La 2011-12 fue la temporada de las variantes. La de adoptar mil formas distintas en pos de acabar con la previsibilidad. Que si más verticalidad, que si tres defensas, que si cinco, seis o incluso siete centrocampistas… Casi todas estas variantes tuvieron su momento de gloria, pero en la semana definitiva fracasaron. Fracasaron ante un Real Madrid que, por primera vez, arrebataba a Guardiola un título de manera incontestable. También ante el Chelsea, por más que sólo el resultado confirmara este extremo. Sin Liga de por medio, sólo quedaba la final de Copa, y Pep volvió a tomar decisiones drásticas.

A saber: Cesc fuera, vuelta al 4-3-3, laterales bajos e interiores altos –en cuanto a la altura en el campo–, presión intensa, facilitadores –sobre todo Alexis–, etc. Es imposible saber si, de haber seguido Pep, hubiera tenido continuidad esta versión. Lo que sí es posible afirmar es que aquel planteamiento olía más a un nuevo horizonte que a una estrategia puntual. Nuevo horizonte del que, por cierto, Tito estuvo más cerca en sus primeros encuentros. Sí, aquellos a los que sumó la noria del centro.

Este año, la situación es distinta. Antes, salvo sorpresa mayúscula, sabías que el Barça jugaría mejor y tendría más oportunidades contra quien fuera. Hoy, frente a cualquier otro gigante, parece más probable lo contrario. Tras probar diversas estrategias, la manera en la que Tito afrontó los primeros grandes partidos fue con el Barça de los centrocampistas. Sendos empates frente al Madrid provocaron la sensación de que la apuesta, pese a ser sumamente imperfecta, no era tampoco mala. Hasta que llegaron San Siro y la vuelta de Copa, tras la cual sí se tomaron decisiones drásticas, lo que probablemente debió haberse hecho antes de la misma.

A saber: Cesc fuera, 4-3-3 asimétrico con Alves muy largo, Villa mucho más delantero centro que extremo derecho y el izquierdo pegado a la cal. Formación similar a la que se usó en la última final de Wembley, aunque, eso sí, con Xavi y, sobre todo, Villa a años luz de aquella versión. Si a ello se le suma la infinidad de detalles que se han ido quedando por el camino llevando a una notable desnaturalización, de réplica se ha pasado a no llegar a sombra. Sombra capaz de remontar a un Milan que defiende con secundarios y ataca con imberbes y de sufrir de lo lindo ante el arab money parisino.

Es decir: los resultados ya obligaron a Tito a tomar sus primeras decisiones drásticas. Sin embargo, la manera en la que se tomaron ha llevado a que el juego aconseje tomar otras antes de que lo hagan los resultados. Salvando las distancias, a hacer lo que no se hizo en el 2010: reinventarse para jugar contra el Inter y no después. Porque si aquel Inter olía a campeón, no digamos este Bayern. Porque además, este Barça ya no huele a campeón ni lo más mínimo.

Hacen falta decisiones drásticas, tanto para volver a jugar bien como para volver a creer en algo más que en Messi. Este Barça, el gran Barça, empezaba con Valdés jugando en corto y acababa con un punta mordiendo –no presionando, mordiendo– a defensas y portero rivales. Por tanto, la primera decisión está clara: fuera Villa. Porque su escasísima aportación al juego no compensa, ni de lejos, esta desnaturalización. Las demás son más debatibles gracias a la calidad de la plantilla, aunque sí parece claro que hace más falta un nuevo horizonte que una estrategia puntual. Exactamente a lo que olía aquel último Barça de Pep.

* Rafael León Alemany.

– Foto: As




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