Hay algo que se repite cada año en el Augusta National durante la semana del Masters: un veterano, ya en el declive de su carrera, consigue rememorar sus mejores días con una buena actuación. No se trata solo de una vuelta memorable, sino de finalizar entre los diez o veinte primeros con soltura, dejándose también golpes por el camino. Podría achacarse a la casualidad o a ese azar que parece manejar el destino del golf durante los últimos años, equilibrando a los hombres de más talento con aquellos que trabajan con insistencia. En el caso de este campeonato y de este escenario, sin embargo, la razón es más lógica y palpable. Está a la vista, aunque no de un modo evidente. La razón es el mismo Augusta National.
“Tienes que imponerte al simple hecho de estar aquí”, declaró Justin Rose en los días previos al torneo. “Si eres primerizo no puedes hacer otra cosa que aceptarlo, hay mucho que comprender”. Más allá de las azaleas, magnolias o las decenas de símbolos que guardan en este campo de Georgia hay un recorrido capaz de alterar los planes de los mejores estrategas. Las banderas están ahí delante, esperando a ser cazadas, las calles generosas no aparentan tener peligros más allá de las lejanas hileras de árboles, un riachuelo rodea un green como parte de esta paz magnífica y solemne… Los elementos sugieren una cosa, pero el recorrido ideado por Bobby Jones y Alister Mackanzie es diabólico, exigente, distinto. Es necesario, como dijo Rose, comprenderlo y aceptarlo como tal, o termina mordiendo.
La primera jornada de esta edición del Masters transcurrió como lo habían hecho otras cientos en el pasado, con los greenes duros y firmes, una ligera brisa abanicando el ambiente y una tensión capaz de provocar enormes cortocircuitos. No había nada nuevo: el mismo recorrido, posiciones de bandera conocidas y contendientes similares a los del año pasado. ¿Qué ocurrió? Nada que los hombres con la chaqueta verde desconozcan: algunos consiguieron resistirse a las continuas tentaciones de Augusta, otros se dejaron llevar por los sentidos. “No miro la clasificación”, dijo Bubba Watson, campeón en 2011, después de finalizar con 69 goleps. “Jugué como un idiota”, declaró Craig Stadler tras entregar 82. Son dos casos muy representativos.
Porque aquí, en el Masters, en el recorrido que más repiten los golfistas como un destino soñado, es donde más importa evadirse de todo para entregar una buena tarjeta. Bill Haas es el primer líder del campeonato tras entregar 68 golpes, en lo que fue un ejemplo perfecto de saber qué hacer a través de dieciocho hoyos: no arriesgó más de la cuenta, no falló en el lado incorrecto de bandera, se recuperó de los problemas sabiendo que debía pagar un peaje. Eso sí, cuando llegó a los pares 5 supo ser contundente, firmando tres birdies en los cuatro que tiene Augusta. “Siempre hay cosas que aprendes cada año y que te deben servir para el siguiente”, dijo, «no sé quién habrá ganado un Masters antes que nadie o cuántos jugaron con anterioridad. Hoy había muchas banderas duras, pero la experiencia es importante. A veces patear desde cinco metros es mejor que chipear desde seis”.
Igualó su mejor ronda en uno de los majors en la primera jornada. Es un dato que no dice mucho, puesto que este torneo comienza en los últimos hoyos del domingo por la tarde, pero que le da una oportunidad y, sobre todo, le deja vivo en un campo cruel. Así lo pensó también Adam Scott, el vigente campeón, al quedarse a un solo golpe del liderato: “Empezar bien en un major es importantísimo porque creo que son los torneos en los que es más difícil remontar. No hay duda de que haber ganado el Masters el año pasado me ha hecho sentirme más cómodo que nunca en el tee del uno, porque mis piernas no temblaban ni he tenido los nervios a flor de piel durante los primeros seis o siete hoyos”. Louis Oosthuizen, empató con él y con Watson en segunda posición.
Lo importante en Augusta, al igual que en cualquier otro deporte, es saber qué batallas librar; repetirse, como los boxeadores, que vas perdiendo cuando vas ganando, ganando cuando vas perdiendo. Un comienzo tímido, por ahora, no significa mucho. Rory McIlroy entregó una ronda de menos uno, al igual que Miguel Ángel Jiménez, inmerso todavía en reflejar que la juventud es también un modo de vida. José María Olazábal y Sergio García entregaron un más dos, mientras que Gonzalo Fernández-Castaño se fue hasta el más tres. Ellos tendrán que ser mañana más pacientes que nunca.
Hombres con la chaqueta verde, jugadores que saben resistir en Augusta. Esta semana se busca al último de ellos.
* Enrique Soto es periodista.
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal