Corría el verano de 2007. Eran tiempos difíciles en Can Barça: el equipo destinado a instalarse en la cumbre durante un lustro había perdido por demérito propio la que habría sido su tercera Liga consecutiva y había quedado apeado en octavos de la Champions. La “autogestión” ya se había instalado en el vestuario azulgrana, pero se prefirió optar por pensar que solo había sido “un mal año“. En ese contexto llegó Eric Abidal, con el objetivo de reemplazar a Gio Van Bronckhorst, formando parte de una hornada de refuerzos de máximo nivel junto a Touré, Milito y Henry que debía devolver la competencia a un vestuario acomodado y, en consecuencia, volver a alcanzar las cotas más altas. Lo que pasó en aquella temporada 2007-2008, la última de Rikjaard, es de sobra conocido. Por ello, sería injusto hacer hincapié en el mal inicio de Eric, pues el contexto era el que era. Sin embargo, sí cabe reseñar que su adaptación fue prácticamente nula, por lo que el proceso que iniciaría la campaña siguiente sería partiendo prácticamente de cero.
Y es que Pep sabía que aquel lateral que corría desbocado por la banda del Camp Nou, inane en ataque y desubicado en defensa, podía dar mucho más de sí. No solo por el enorme nivel mostrado con el Olympique y en la selección francesa que le hizo merecedor de fichar por el conjunto culé, sino también, y sobre todo, porque pronto se percató de que Eric poseía la cualidad más importante para triunfar en Barcelona, exactamente la misma que atesoran los hijos de La Masia con mayor recorrido: la capacidad de aprendizaje.
Así, el año del triplete solo sería el primero de una escala ascendente. Ya bien ubicado tácticamente, y gracias a ello siendo un bastión inexpugnable en defensa, fue titular indiscutible. Desconociendo aún los principios del juego de posición y poniendo centros sin ton ni son al llegar a la línea de fondo, el papel que se le encomendó fue compensar el desequilibrio que suponían las constantes subidas de Dani Alves, sumándose al ataque muy poco. Y vaya si lo logró. Pero eso no era nada comparado con lo que llegaría a ser, por lo que perderse las dos primeras finales tras sendas expulsiones provocadas por errores arbitrales no fue sino un infortunio del que se resarciría con creces.
Ya con 30 años, dio un paso más en su imparable evolución. Con permiso para incorporarse al ataque con mayor frecuencia, empezó a tomar mejores decisiones, gracias a un mayor conocimiento del juego y a su constante evolución técnica. Además de ser un coloso atrás, ya no centraba al azar al llegar a línea de fondo: daba fuertes pases rasos hacia atrás que se convertían en caramelos para Messi, Ibrahimovic y compañía. Sin embargo, las lesiones impidieron que 2010 fuera el año de su eclosión definitiva, como estaba previsto. Pero Abi no se rendiría: él nunca lo hace.
Así, en la temporada 2010-2011 le estaba reservado, ya de manera definitiva, un papel estelar en el que debía dar un paso más: ser central cuando se le requiriera. Tal era la confianza de Guardiola en esta posibilidad que no se fichó a ningún especialista pese a las salidas de Márquez y Chygrynskyi y a la anunciada decadencia de Milito. Casi nadie pensaba que fuera a funcionar en el centro de la defensa, a la vista de su rendimiento en esta posición con Francia y en sus primeros partidos en el Barça. Pero ni siquiera los más optimistas, los que sí lo veíamos ahí (tenía cualidades y capacidad de adaptación, pero se requería un complejo proceso), pensábamos que llegaría a un nivel sublime, siendo corrector y táctico al mismo tiempo, sacando el balón mejor que Piqué (Pep dijo que de los de atrás era el que mejor salida de balón daba) y cubriendo huecos más rápido que Puyol. Todo ello mientras, cuando se le ubicaba en banda, ya estaba desatado totalmente: eligiendo los tiempos magníficamente y generando auténtico peligro, más incluso que el propio Dani Alves. Su más que decisivo estreno goleador en San Mamés da fe de ello.
Pero no pudo consolidarse como el mejor lateral izquierdo del mundo ni tampoco confirmar que eran pocos los centrales superiores a él, pues esta vez la enfermedad llamaba a su puerta. Un tumor que sobrecogió al más pintado, que nos hizo sentir auténtica rabia por haberse cebado con una persona tan auténtica, tan humilde. Con alguien con una capacidad de sacrificio tal que había hecho olvidar el mito de que con 30 años empieza la cuesta abajo de un futbolista. También el que rezaba que a esa edad es imposible mejorar en lo técnico. Pero también con esto podría el galo: en poco más de dos meses ya se había recuperado y estaba en disposición de jugar la final de Wembley. No fue un milagro, lo milagroso es que haya tipos con ese coraje. Por ello, Guardiola no dudó ni un segundo en alinearle pese a su falta de forma, igual que no lo hizo Puyol cuando le encomendó el honor de levantar el máximo trofeo del fútbol. Seguramente, ningún otro había merecido tanto ese momento como él. Aquella deslumbrante imagen que empapara nuestras pupilas es ya la ilustración que mejor acompaña a la máxima No te rindas.
Ya recuperado, el pasado curso confirmaría ser el mejor defensa zurdo del mundo. Sin parar de aumentar su balance ofensivo en el lateral (esta vez el Real Madrid fue su mayor víctima), se consolidó en un nuevo papel que cuando se usaba el 3-4-3 se hacía imprescindible: central-lateral zurdo. Sacando el balón con pulcritud, haciendo las coberturas que hicieran falta, defendiendo brillantemente su banda ya fuera cerca del área propia o en campo contrario, consiguió que funcionara un sistema que sin él nunca volvería a hacerlo, como seguramente tampoco lo habría hecho con ningún otro jugador que no fuera él. Si ya como lateral zurdo con gran capacidad defensiva parecía irreemplazable, en esta ubicación lo acabó de confirmar.
Mas no le había bastado al destino con lo del año pasado. Ahora Abi necesitaba un transplante de hígado, que obtuvo antes de lo previsto gracias a que no es el único miembro de su familia que sublima la bonhomía. Y, cuando todos ya dábamos por enterrada definitivamente su carrera futbolística, la cumbre médica celebrada recientemente ha concluido que podrá volver a jugar, confirmando que es imposible pronosticar adónde puede llegar un tipo tan inmenso. Un tipo negro y musulmán a quien ningún descerebrado osa mostrar su asquerosa xenofobia. Un futbolista físico discreto técnicamente en su juventud que, pasada la treintena, se ha convertido en una pieza irreemplazable en el equipo más técnico de la historia. Un gigante capaz de superar la enfermedad mientras anima a quienes le rodean y crece como ser humano.
De vuelta a los terrenos de juego, el equipo no sólo no lo he encontrado un sustituto –pues no existía–, sino que le necesita más que nunca. Por ser necesaria la dosificación de Jordi Alba ahora que Adriano se ha asentado en el carril derecho. Y, sobre todo, por ser el jugador de la plantilla más capacitado para ejercer de central-lateral izquierdo, rol imprescindible para que Jordi pueda vivir permanentemente en campo contrario, quedando más liberado en defensa. Pero ya habrá tiempo de analizar más detenidamente que Eric (o en el futuro el futbolista que más se le asemeje) es el jugador que más necesita el Barça en este momento. Ahora mismo solo corresponde aplaudir hasta que duelan las manos a un tipo que nos ha dado semejante lección de vida. Así que, simplemente, gracias, Abidal. Gracias por ser el personaje público que mejor ejemplo me ha dado en mi vida.
* Rafael León Alemany.
– Fotos: EFE – F. C. Barcelona – Reuters
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