En la primavera de 1960, el FC Barcelona vuelve a ser tremendo polvorín a punto de deflagración. La directiva, instigada por el entrenador Helenio Herrera, ha redactado tiempo atrás una durísima nota de ocho puntos en la que denuncia el caprichoso comportamiento de Laci Kubala, quien, repetidamente, se ha negado a jugar alegando diversas lesiones por no ceder a los designios del míster. Realmente, han dejado al mito a pies de los caballos populares, pero sin saber que Kubala se tomará frío el dulce plato de la revancha. En aquel abril se ha producido el semidesconocido motín de la Berzosa, lugar de concentración del Barcelona antes de enfrentarse al Real Madrid en Copa de Europa. Ríanse ustedes del jaleo montado, la friolera de 28 años después, por el consiguiente motín del Hesperia que provocará el final en la trayectoria de Luis Aragonés y la escabechina de quince miembros de la plantilla que osa pedir la dimisión de Josep Lluís Núñez, a la sazón presidente. En vísperas de un partido fundamental, Helenio Herrera exige aumento sustantivo de primas —el dinero, eterno motor personal— en nombre de la plantilla y da así la puntilla, o casi, a un exhausto Miró-Sans, ya harto fastidiado por la enorme cantidad de deudas acumuladas en el club tras la construcción de un Estadio que ha cuadriplicado, que se dice pronto, el presupuesto previsto inicialmente.
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