Hasta en un rostro frío, curtido y anguloso como el de Djukic –un semblante de esos que parece ir acorde con su origen balcánico– se podían leer sentimientos a punto de estallar. La inquietud en el banquillo, la pena y rabia en cada palabra derramada en la sala de prensa, el desconcierto de un hombre seguro de sí mismo que no termina de comprender por qué acumulaba cuatro derrotas en los cinco primeros partidos de la temporada. El serbio, de sobra conocedor de las turbulencias que hay soportar en Valencia para sobrevivir, parecía superado por la situación, tanto a nivel táctico como personal.
Hace apenas tres días se pudo ver la primera sonrisa sincera de Djukic como entrenador del Valencia: el gol de cabeza de Víctor Ruiz certificaba la victoria contra el Sevilla y cortaba con una crisis que amenazaba con arruinar la temporada a primeras de cambio. Como el propio técnico ha reconocido, cada mal resultado era un palo anímico para él; el Valencia no es solo un salto profesional en su carrera en los banquillos, existe un lazo que le une al club con el que casi rozó la gloria europea.
Pero las alegrías en Valencia duran un suspiro. El aficionado ha aprendido a agarrarlas al instante y dejarlas correr sin afección. Siempre vendrá un mal gestor, insuficiencia deportiva, el dinero extranjero o kamikazes internos dispuestos a acabar con la ilusión de un plumazo. Djukic lo sabe. A rebufo de los descalabros, voces bien informadas pronunciaron unas palabras muy de moda el fútbol moderno: hacer la cama. El mensaje de sargento que aspiraba a competir por todo no ha calado uniformemente en el vestuario y esa puede ser su tumba.
Con su eterna sonrisa encima, Adil Rami aterrizó hace tres temporadas en Manises con el título de campeón francés en el bolsillo. Fue una pieza fundamental en el Lille de Rudi García, con Eden Hazard, Gervinho y Debuchy. Su primer año en Mestalla fue notable, se convirtió en un jugador importante y en el líder de la defensa. Algunas de sus actuaciones dejaban aroma de jugador que duraría poco en las filas de Emery y que acabaría en un equipo de mayor envergadura económica. Incluso se llegó a publicar que el central aireaba habitualmente que la ciudad de Valencia solo era un trampolín para después triunfar en Europa. Mecido en su autocomplacencia y poco motivado por las expectativas deportivas, su rendimiento bajó, y las ofertas millonarias jamás llegaron.
Rami soñaba despierto con ser una estrella y se ha ahogado en su propia personalidad: burlona, irrespetuosa con los compañeros, con la profesión y con el propio deporte. Con sus declaraciones no solo ha roto los códigos de un vestuario, además ha avivado la llama de una institución que se tambalea empapada en gasolina, encendiendo la cerilla chulescamente en la cara de la gente que ahorra para poder acudir al campo cada fin de semana. Difícilmente Rami podrá volver a vestir la equipación blanquinegra de un club casi centenario, pisar Mestalla o mirar a la cara a sus compañeros. El Valencia ya tiene suficientes obstáculos en su futuro inmediato como para consentir enemigos en su propia casa. Dentro de poco Rami podrá cumplir su deseo de salir a otro destino. Eso o madurar como persona sentado en la grada de Mestalla, a fuego lento, hasta que acabe su contrato dentro de dos temporadas.
*Alex Argelés es periodista.
– Foto: EFE
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