Ojalá este texto hablara de cualquier otro tema. De Basilea, por ejemplo, donde Roger Federer conquistó su séptimo título ante su gente y expresó su deseo de volver en 2018 para estrenar el nuevo estadio. O de Rafa Nadal, el subcampeón, evolucionando semana tras semana tanto tenística como mentalmente en su objetivo a largo plazo de recuperar su gen competitivo ante los grandes. Serían buenos temas, sin duda. Podría hablar también sobre el torneo de París, último Masters 1000 de la temporada tan abierto como siempre, o sobre los ocho clasificados para la Copa de Maestros que empezará en Londres dentro de diez días, donde Novak Djokovic defiende corona. Quizá de Agnieszka Radwanska, maestra de 2015 en Singapur, o de Garbiñe Muguruza, tercera mejor raqueta del mundo con tan solo 22 años. Mira si había temas donde escoger, pero ninguno abarcaba ni la mitad de relevancia que la pérdida del Valencia Open a partir del curso que viene. Uno de los tres pilares fundamentales del tenis español desaparece del calendario de la manera más triste, dejando trece años de recuerdos imborrables y un vacío en el aficionado que difícilmente se puede llenar algún día. Un día triste para el deporte de nuestro país donde todos salimos perdiendo.
Dinero. Maldito dinero. El que todo lo mueve y del que todos dependen. El motivo por el cual el sueño del Valencia Open se ha tornado en pesadilla en las últimas tres temporadas. Por unos motivos o por otros, el proyecto lleva sin ser rentable desde 2012. ¿Y si la Generalitat hubiese aumentado las cantidades comerciales en vez de rebajarlas drásticamente cada octubre? Es una gran cuestión, aunque si no han sido capaces de pagar lo acordado, a ver quién es el valiente que va a exigirles mayor compromiso. ¿Y si el aficionado se hubiera volcado con el torneo llenando el estadio cada día? Otra buena pregunta, más todavía con los precios tan populares que se ofrecieron, una medida ya característica del certamen. Pero no es fácil, ni siquiera Madrid lo consigue y eso que se trata de un Masters 1000 donde acuden los mejores del planeta. ¿Y si hubiera venido Nadal, aunque solo hubiera sido en alguna de las últimas siete ediciones? El hombre que hizo que el tenis copase niveles inimaginables en España gracias a su éxito. La persona que llegó a ser más importante incluso que su propia disciplina. Seguramente otro gallo habría cantado. Al final siempre acabamos hablando de dinero. El que dan en Basilea por participar o el que ha obligado que este Valencia Open haga las maletas por falta de suministro.
«Hemos hecho un trabajo fantástico durante muchos años, un esfuerzo extraordinario para tener un torneo aquí en Valencia. Ahora nos tenemos que ir, pero no por culpa nuestra, sino por culpa de otros. Personalmente estoy muy decepcionado y me siento engañado por la Generalitat, yo fui quien compró los derechos de este torneo en su día y ahora tengo que despedirme de un proyecto en el que siempre creí. Es un palo muy duro para todos». Las palabras de Juan Carlos Ferrero revelan una fuerte carga de dolor e impotencia. Valencia pierde un torneo, pierde proyección, pierde en tenis, pierde en deporte, pero sobre pierde una oportunidad inmejorable donde juntar todos esos buenos ingredientes que la propia ciudad se había ganado después de tanto tiempo de constancia, trabajo e insistencia. «No me entra en la cabeza que un lugar como Valencia, pionero en el ámbito del tenis y una de las mayores potencias a nivel mundial, no vaya a contar con un torneo propio», se oía entre la multitud después de conocerse la noticia. Hasta los jugadores expresaron su protesta ante los hechos, viendo cómo una de sus paradas favoritas del calendario se apartaba definitivamente de su ruta anual a partir de la próxima temporada.
Los más austeros volverán una vez más a incidir en lo de siempre. «Pues yo prefiero que el dinero público se enfoque en otros quehaceres más importantes que en un torneo de tenis». Y nadie en la sala saldrá a decir lo contrario. Lo que denuncia David Serrahima (director ejecutivo) y con razón, no es que la Generalitat haya disminuido la cuantía apalabrada, sino la falta de responsabilidad de unos acuerdos económicos que se han convertido en deudas tras más de un año de espera. Ni el gobierno pasado ni el actual han cumplido lo prometido, siendo la única institución que ha dejado en cueros al torneo. Justo la que más debería mostrar su apoyo. Con el poco dinero que había ya se había logrado prolongar el certamen tres años más, simplemente por amor al arte y la ilusión de los organizadores, ya que las pérdidas finales se conocían antes incluso de comenzar la semana clave. Esta vez han ido un paso más allá y no les han dado ni la oportunidad de fracasar, les han abierto la puerta obligándoles a salir en busca de otros puertos. La imagen es vergonzosa y la víctima somos todos. Empezando por los directores que tanto tiempo y pasión le han puesto, de las cientos de personas que formaban el equipo de trabajo, alistados ya en el paro, que siempre estuvieron atentos a cualquier detalle para hacer de un torneo pequeño algo único en el circuito. Y por último, el aficionado, ése que tuvo un flechazo en 2003 con el nacimiento de este sueño y acabó enamorándose por completo la primera vez que pisó el Ágora.
Personalmente, como periodista de tenis y sobre todo como valenciano, duele ver cómo te arrancan algo que sientes como tuyo. He empezado hablando de la parte estrictamente informativa, luego he nombrado los factores que han desencadenado este infortunio, pero me es imposible no terminar relatando lo mucho que me toca esta desagradable decisión. Con el éxodo este torneo se marchan muchos de los motivos por lo que hoy en día puedo dedicarme a lo que más me gusta. Fue precisamente allí donde lo descubrí. Cuando me empapé de lo que era realmente un torneo de tenis, siempre cercano al espectador, pensando en cómo ayudar a las personas, luchando por acercar los valores del deporte a su gente. Más tarde, ya como periodista, no fallé ni un solo año en mi cita con el Valencia Open, era una fecha marcada en rojo donde revivir y reafirmar el porqué ahora vivo de esto. Ese maldito torneo tiene la culpa de que no considere trabajo a mi trabajo, porque lo siento como un regalo continuo. Este año no iba a ser distinto y por eso mismo este artículo no habla de la final de Basilea, porque ni siquiera la vi. Estuve con Bautista, con Sousa, con Bernardes y con más de 3.000 personas que acudieron un domingo a las 15:00 de la tarde a dar su último adiós a un sueño que, horas más tarde, se convertía en utopía. Ahora solo queda esperar a que el temporal mejore y a que nos devuelvan lo que es nuestro, lo que nos merecemos. Hoy queda un día menos para que el tenis vuelva al lugar de donde nunca se tuvo que haber ido.
* Fernando Murciego es periodista.
– Foto: Valencia Open
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