"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
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Europa está repleta de detalles, y el Sevilla salió al campo para dominarlos todos. Lejos de quedarse resguardados en su área esperando que el Shakhtar empezase a desenvolverse, el equipo sevillano fue a buscar arriba a los ucranianos. Presión alta, a todo campo, para aprovechar los desequilibrios del rival a la hora de construir el juego desde atrás. Y los de Unai conseguían robar muy arriba.
Esa presión alta intentaba dificultar la salida del Shakhtar desde atrás. Tras la primera línea de presión, quedaba un hueco a la espalda que permitía continuidad al equipo ucraniano. Sin embargo, tras el inevitable aprovechamiento de ese hueco, Escudero y Krychowiak achicaban de manera coordinada para evitar la transición ofensiva del Shakhtar.
La presión, aunque surtía efecto, estaba repleta de errores de organización. El equipo, aunque partido en dos mitades, conseguía robar porque tenía a Krychowiak, que disimulaba en cierta forma esa falta de organización colectiva. Tras el robo, en pocos toques el Sevilla conseguía llegar arriba. Y así vino el primer gol, una ejecución perfecta de Vitolo tras una recepción de espaldas de Gameiro.
El Shakhtar estaba completamente dominado. Fueron 15 minutos de control sevillista ante la inoperancia ucraniana. Ni siquiera conseguían activar las zonas laterales.
Pero el partido cambió. El Shakhtar adelantó las líneas y empezó a proyectar su discurso. El Sevilla se llenó de imprecisiones y esa desorganización en la presión colectiva, que tuvo éxito momentáneo gracias al talento en el achique de Krychowiak, se hizo extensible a casi todos los aspectos del juego. Kovalenko, Marlos y Taison empezaron a asociarse, y el Shakhtar se activó por completo.
Ismaily y Taison producían mucho peligro en banda izquierda, y el equipo de Unai Emery empezó a resquebrajarse. Si podemos señalar un detalle táctico determinante, ese fue la distancia entre todas las líneas del equipo. Jugadores muy separados que llegaban tarde a todo. Prueba de ello, el primer gol de los ucranianos.
Distancia insalvable entre el lateral y el central que aprovecha Marlos para romper en dirección a portería. Fue uno de los grandes problemas del Sevilla en la primera mitad. Estaban tan separados unos de otros que era imposible llegar a tiempo a la jugada. Y el Shakhtar aprovechó el desequilibrio para percutir una y otra vez por las zonas laterales, con las subidas del eterno Srna en banda derecha y de la sociedad formada por Ismaily y Taison en la izquierda.
La participación de Konoplyanka estaba muy lejos de ser efectiva. El jugador no se encontraba a sí mismo, y salvo dos o tres desbordes que sorteó con éxito, no consiguió producir mucho más. Era uno de los grandes problemas del Sevilla. El comportamiento de Escudero ante cada ataque del rival era centrar su posición y proteger el centro del campo, habida cuenta de la habilidad que el Shakhtar concentra en esa zona. Sin embargo, dejaba unos espacios insalvables a su espalda que Srna asesinó una y otra vez. Las ayudas de Konoplyanka no llegaban y el Sevilla estaba roto.
Con los problemas laterales del Sevilla llegó el segundo gol del Shakhtar, un desborde de Marlos en banda derecha que Stepanenko no tuvo problemas en enviar a la red. El cambio de Emery estaba claro, Konoplyanka no podía seguir en el campo. El déficit del Sevilla en esa zona podía romper la eliminatoria. Krohn-Dehli era el hombre. Podía permitir al Sevilla tener un poco más la pelota, limitar el ataque del Shakhtar y proteger las zonas laterales con su habitual sacrificio defensivo. La idea no era mala, pero más que el cambio, lo que dio un vuelco al partido fue un jugador que ya estaba.
La segunda parte empezó con otra cara. El balón le llegó a Banega y ahí terminó el partido para los ucranianos. Reconozco que cuando el Sevilla fichó a Banega se me levantó la ceja del escepticismo. No me cuadraba un jugador tan inestable para liderar un proyecto de envergadura. Y el argentino demostró, a fuerza de hacerse indispensable, que estaba terriblemente equivocado. A lo de ayer no le encuentro demasiadas respuestas, sabía que tenía talento, que era muy bueno, pero no que llegase a tanto. La segunda mitad del argentino no te la firman muchos centrocampistas en el mundo.
Banega bajo a por la pelota –en la primera mitad era Nzonzi el que se metía entre centrales–, y fue metiendo al Sevilla en campo contrario. No se precipitó en ningún pase, recibía, se giraba, y le daba la velocidad justa al juego. La brújula funcionaba con precisión milimétrica. La tenía esos segundos de más para meter al equipo en campo contrario, y era capaz de acelerar el juego cuando lo necesitaba. Los activó a todos y empezó a gustarse.
El dominio del Sevilla se asentó en él. Banega quería la pelota y la pelota quería irse con él. Con un grupo de buenos escuderos a su lado, el barco sevillista navegaba sin prisa, pero sin pausa. Pases entre líneas rompiendo la presión, pases largos buscando la espalda del rival… un infinito abanico de alternativas que descolocó al Shakhtar.
Banega dio un clínic y el Sevilla terminó empatando el partido por acoso y derribo, e incluso el empate supo a poco. La eliminatoria está abierta, aunque ligeramente decantada para los de Nervión, que recibirán en su casa, bendito santuario que ya empieza a oler a sangre, a un equipo que no piensa rendirse. El espectáculo está asegurado.
* Alejandro Sierra.
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