No existe un solo culé que se precie de tal condición y no haya utilizado nunca el nombre de Franco para justificar alguna terrible conmoción, ya fuesen los históricos triunfos del Madrid, como las no menos históricas derrotas del Barça e incluso algún que otro embarazo no deseado, como aquella vecina de Campelo que juraba y perjuraba que el hijo con el que se encontró su sorprendido marido, tras diez meses de campaña en Terranova, era fruto del capricho amatorio del Caudillo que, por entonces, solía visitar Pontevedra para pescar salmones y truchas en el Río Lérez.
Yo mismo, cuando todavía era un niño valiente y con muchos aires de grandeza, solía subirme a la barra del bar de mi abuelo y proclamar, para quien quisiese escuchar, que sin Franco no presumirían tanto aquellos borrachos orgullosos e ignorantes que atestaban el local a todas horas y que siempre estaban anunciando la séptima Copa de Europa, la mayoría de los cuales murieron sin llegar a verla, dicho quede. ¡Francu, Francu!, gritaba yo forzando acento catalán, para que se me notasen bien los colores.
Del craso error me sacó, precisamente, un señor catalán al que todos creíamos Presidente de la Seat y que luego resultó ser un simple mecánico; estas cosas pasan en los pueblos con los turistas venidos de lejos, qué les voy a contar. “En Catalunya también había franquistas”, me dijo una vez sin dejar de masticar una rodaja de pulpo a feira. Yo, que al principio no podía creer tal cosa, empecé a fijarme más en los detalles y con el tiempo fui comprendiendo a que se refería el Señor Marçel, que así se llamaba aquel tipo sabio de nariz aguileña.
“Han guanyat las eleccions, hem perdut el Barça”, dijo Ferran Ariño el día que José Luís Núñez se proclamó vencedor de las primeras elecciones en Can Barça, después de muchos años de presidencias impuestas al dictado. Cuentan las crónicas de la época que en presencia de un Núñez triunfal y con los dedos formando la uve de la victoria, los partidarios de Ariño comenzaron a cantar ‘Els Segadors’ en clara disconformidad con el resultado, mientras las huestes del vencedor replicaban con cantos tales como “Se ve, se ve, Ariño es del PC” o el más popular Cara al sol.
En 2003, a su llegada a la Presidencia, lo primero que hizo el hoy candidato Joan Laporta, entonces elegido presidente con el mayor número de votos jamás contado, fue echar abajo los despachos ministeriales del antiguo régimen, conservados como oro en paño en las instalaciones del Camp Nou, no quieran ustedes saber a la espera de qué; es el tipo de preguntas que resulta mejor no plantearse. Lo que sí resultó fácil de constatar fue la persecución mediática de cierto grupo de comunicación catalán con título nobiliario hacia el nuevo presidente y su junta, además del acoso sufrido por parte de grupos radicales y violentos que antiguamente se conocían como ‘los morenos’, lo que lo obligó a tomar medidas para parar aquel dislate. Con el nombramiento de su entonces cuñado, Alejandro Echevarría, patrono de la Fundación Francisco Franco, las cosas se apaciguaron un tanto y Laporta pudo gobernar con cierto respiro unos cuantos meses, tampoco demasiados. El fascismo rara vez se conforma con otra cosa que no sea gobernar, preferentemente sin ningún tipo de oposición, de ahí que tanto molesten los hoy conocidos como ‘ismes’ a ciertas fuerzas vivas de la Ciudad Condal, conocida así por algo más que por puro folclore.
“Un chaflanero voceó: ja s’ha trencat el porró. Un catalán le replicó inmediatamente: el que s’ha trencat és el Barça. La división y el cisma había empezado”, se podía leer en un conocido periódico de la época. “Muchos no podrán olvidar lo que es y representa Núñez. Muchos no podrán resignarse a la idea de que desde anoche el Barça sea mucho menos que ‘más que un club”. Ustedes sabrán, los socios, me refiero, hasta qué punto será casual y anecdótico que el club vuelva a quedar en manos de quienes se abrazan y homenajean al ex presidente Núñez, ahora en la cárcel, en el día de la conmemoración del ‘Alzamiento Nacional’. Nada es casual en esta vida… O sí. ¿Quién sabe?
* Rafa Cabeleira.
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