"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
Impresionante la cantidad de guardiólogos por metro cuadrado aparecida en los últimos días, similar a la de setas en los bosques tras lluvias primaverales. Defínase a los mencionados como remedos de aquellos kremlinólogos, tan apreciados como opacos, especializados durante aquellos tiempos de la ya lejana URSS en la procelosa materia de sacar panes de las piedras, a falta de información fidedigna que llevarse a la boca. Los informadores extranjeros acreditados en la URSS aprovechaban la foto de cualquier pomposo desfile militar -¿alguno no lo es?-, para repasar al dedillo las hileras de prebostes comunistas con el único objetivo de saber quién se acercaba a las influyentes esferas de poder y quién desaparecía como por arte de ensalmo, generalmente caído en desgracia. A falta de conocimiento contrastado ante tamaña desmesura de cerrazón, los especialistas se las apañaban como podían. Ya sabemos que Guardiola no es nada amigo de exponer sus verdades, motivos y razonamientos privados al sol público, pero de ahí a elucubrar o especular con el resultado de sus respetables decisiones media el correspondiente abismo.
Para desmarcarnos de la corriente mayoritaria, no entraremos aquí en lo evidente o publicado. Más bien, plantearemos dos líneas de análisis un tanto heterodoxas. Por un lado, la tremenda falta de referentes en la actualidad cuando te da por fijarte en los banquillos del fútbol a escala planetaria. No existen innovadores, ni filósofos dispuestos a aprovechar su conocimiento de la disciplina para abrir nuevos caminos, para mostrarnos novedades en la imparable evolución de este fenómeno mundial. Salvo Guardiola, que ha contado con la ventaja de conocer al dedillo la larguísima búsqueda del barcelonismo para hallar la cuadratura del círculo, el modelo ideal, para brindarnos, por fin, la fórmula exacta y definitiva, el arquetipo ya cincelado en mármol con vistas al futuro y gozando de un presente labrado de éxitos. Seamos un tanto estrictos a fin de preguntarnos por los revolucionarios del oficio, los primeros espadas del banquillo en este arranque del milenio y nos toparemos ante un sorprendente solar carente de figuras y referencias. No valen advenedizos, listos y narcisos en general, no pesan quienes sacan cierto rédito sin mayor relumbrón de tácticas y maneras ya sabidas. Descartados tales especímenes, caigan en la retórica de preguntarse por esos apellidos volatilizados sin que hayamos reparado en el importante detalle, bajo riesgo de pasar un buen rato cavilando sin llenar los dedos de una mano en busca de tales líderes, no hace falta citar a nadie. La élite de entrenadores ha pegado un considerable bajón, expongámoslo como evidencia. No abundan, apenas hay, de ahí tanta atención y seguimiento ante la decisión tomada por el ex barcelonista.
Por otra parte, el carisma del personaje ha suscitado un formidable alud de repercusiones en el llamado entorno Barça. Existe una razón subconsciente de peso que justifica el revuelo ante la decisión tomada. Básicamente, el barcelonismo no quiere romper el hilo invisible, el vínculo afectivo que, a la manera de cordón umbilical, le une profundamente a Pep Guardiola. No es ya que sea uno de los nuestros o quien haya sabido comprender los complicados intríngulis y vericuetos del alma blaugrana, sino que existe un evidente, aunque reprimido deseo, de mantenerlo cerca, casi al alcance de la mano. Ese hijo pródigo de bíblicas dimensiones tiene que regresar algún día al nido, planteado de tan categórica y emocional manera aunque nadie lo exprese hoy con tal rotundidad. Quizá, por temprana edad y proceso de madurez, pueda hacerlo de regreso al directo potro de tortura a pie de césped, tal vez en calidad de director técnico para conocer a fondo otros apartados del organigrama o, en definitiva, lo haga en un futuro a largo plazo con el objetivo triunfal de convertirse en el primer ex futbolista que logra ser presidente de la desmesurada institución desde el fundador Joan Gamper. Cualquier alternativa sería aceptada, dada por óptima, pero el caso es que vuelva, más pronto que tarde, al redil de donde salió, de ahí tanta vehemencia por seguir de cerca sus pasos y someterlos al escrutinio del microscopio.
Desmarquémonos, por supuesto, de que el sentimiento entrañe dudas sobre Tito Vilanova. No es eso, no es eso, sino todo lo contrario. Vilanova se ha metido el barcelonismo en el bolsillo, proeza superior, gracias a mostrarse tal cual ante los seguidores, con todo el conocimiento, capacidad y peculiaridades de carácter que ha logrado enseñar con su praxis en sorprendente lapso de tiempo. Tito es Tito y ha sido comprado tal cual, de manera prácticamente unánime, sin protesta ni comparación con el pretérito inmediato, lo cual es parte milagro y parte mérito del candidato. A nadie se le ocurre ya medirle con el rasero del predecesor y ésa resulta medalla descomunal a colgar en la pechera del interesado. Con Guardiola hablamos en otros parámetros. Es patrimonio, es capital, es el ideólogo y sumo sacerdote de la religión y no conviene a los feligreses, por puro egoísmo, perderle de vista o cortar amarras de modo definitivo. Se le respeta que prosiga su camino personal, que culmine el deseo y la ambición de cubrir nuevos retos, pero a las diez en casa, como sugeriría con pátina de mandato cualquier progenitor a su hijo adolescente, a sabiendas de que debe seguir su vida sin que ello suponga abandono o renuncia al núcleo familiar.
Podría tratarse de un argumento operístico, tan afín a las veleidades del destino, al que nadie puede doblegar, aunque hablemos de fútbol y un montón de circunstancias añadidas. El caso es que se le desea lo mejor, se vive a la expectativa con curiosidad sin disimular la raíz profunda del deseo. Que vuelva algún día para conducir la nave. Del mismo modo que no abundan hoy los faros de banquillo, tampoco proliferan quienes sean capaces de dirigir, con mano sabia y honesta, los destinos del club, por excelencia, más prolijo del universo que hace constante gala de su singularidad. Tampoco Munich se convertirá ahora en centro de peregrinación, sólo se mantendrá tenso el hilo invisible para que, algún día, se recoja el carrete con el hogar como estación término. Ni el barcelonismo es siquiera consciente de tal recoveco emocional. Pero existe, vaya sí existe. Notorio y público, aunque no se exprese ni articule verbal o por escrito.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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– Foto: Empics
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