Si tuviéramos que echar la vista atrás y buscar una figura histórica, real o ficticia, que se asemejara a Josep Guardiola y su metodología, a muchos nos vendría a la cabeza el protagonista de la saga policíaca más famosa de la historia: Sherlock Holmes, aquel detective de métodos propios y extraños que asombraba, precisamente, a propios y extraños con la resolución de cada caso que se le presentaba, por muy pequeño o grande que fuera. Bien pudiera abarcar un entresijo hogareño que un posible escándalo de la realeza. El más mínimo detalle tenía más importancia que la mayor evidencia. Si no, no sería considerado un problema. Pudiera ser el punto más en común: la apreciación.
Ninguno fue inventor en su campo, pero sí innovador. Aprendieron de charlas, libros y estudios; es decir, investigaron. Siempre fueron a más. En el crimen, como en el fútbol, nada es inamovible. No existe un dogma en su ejecución. Todo caso es diferente aunque presente algunas familiaridades respecto a otros anteriores. De ahí que, sin conformarse con ello, decidieran indagar más. Porque una huella en el lugar oportuno es tan trascendental como un pase acompañado del movimiento idóneo, propio o de un compañero. Todo suma. Todo forma parte de un gran todo que, al fin y al cabo, es la suma de muchas nimiedades. La trivialidad no existe, y si existiera, habría que acabar con su mito. Es por eso por lo que, cada uno en su actividad y su momento, Sherlock y Guardiola son tan especiales y únicos. Inconformistas, metódicos, obsesivos.
«El hombre que ama el arte por el arte suele encontrar los placeres más intensos en sus manifestaciones más humildes y menos importantes».
Como si sus vidas fueran reflejadas por un espejo, el señor Holmes encontró en James Moriarty a su némesis, quien intentó ensuciar su imagen y acabar con el mito de un Sherlock indestructible. No obstante, aquello le motivaba a ser mejor, no darse por muerto y buscar la vía para vencer a su antagónica simetría. Consciente de ello, y haciéndole creer vencedor, desapareció temporalmente de la vida pública. No había claudicado ni había abandonado el caso, sino que estaba aguardando su momento de vuelta. Guardiola se fue a Nueva York, rodeado de una crítica que le tachaba de cobarde, de no haber aguantado la presión. Sin embargo, nunca estuvo parado. Siguió cultivando su mente, viviendo nuevas experiencias que tuvieran repercusión en sus próximas aventuras, aprendió nuevos idiomas que le abrieran nuevas posibilidades y formas de resolución a los problemas que le vendrían en el futuro más inmediato.
Una vez decidido que su mediático regreso sería en Alemania, se fijó un objetivo más ambicioso que el de antaño: vencer al resto, pero, sobre todo, superarse a sí mismo. Cuando no se encuentra un rival cercano y tangible, el mejor rival es uno mismo. Si quieres vencer a tu oponente, comienza por vencer tus propios miedos. Consciente de lo alto que había dejado el listón, nada mejor que retarse en el equipo más exigente del momento: el Bayern Múnich, vigente campeón de todo y pulverizador de récords sin freno. Y se puso manos a la obra.
Surgieron muchos escépticos al inicio de su nuevo periplo, más si cabe tras ver cómo durante el pasado verano no pudo resolver su primer caso: la DFL-Supercup. Las críticas sobre el planteamiento y necesidad de cambiar lo que había sido la excelencia pocos meses antes emergieron, pero Pep sabía que era pronto y se mantuvo inmóvil, con un silencio sepulcral, apenas pronunciaba palabra y permaneció todo el tiempo con la barbilla sobre el pecho, con los ojos cerrados, en su mundo. Pidió tiempo para dar con la tecla necesaria. En su despacho de Säbener Straße, la ciudad deportiva del club, como si se sintiera en el 221B de Baker Street. A lo Holmes. Y encontró la solución al enigma, sin inventar, sino modificando diminutos aspectos en pos de apuntalar una gran variedad de registros para lograr el éxito en su empresa.
Obviamente, Sherlock también recibió alguna crítica de su cerrado entorno en cuanto a sus artes, e incluso se pusieron en duda en alguna ocasión sus habilidades. En el caso de Guardiola, Franz Beckenbauer, presidente honorífico del club, ha cuestionado su librillo: «Al final seremos como el Barcelona. Nadie nos querrá ver. Estos jugadores se pasarían el balón hasta en la línea de gol». A pesar de sus éxitos, hay quien no se siente satisfecho con el modo de lograrlos. El propio doctor Watson, consciente de los muchos casos que quedaban por resolver, también se dejó llevar y dudó. Sin embargo, caso tras caso quedaba perplejo con la facilidad con la que había actuado su amigo y, por el contrario, la dificultad que entrañaba decidir el modo al conocer qué hechos le hacían tomar aquella decisión:
–Cuando le escucho en sus razonamientos, todo me parece tan ridículamente simple que yo mismo podría haberlo hecho con facilidad. Y sin embargo, siempre que le veo razonar me quedo perplejo hasta que usted me explica el proceso. A pesar de que considero que mis ojos ven tanto como los suyos –comentó Watson.
–Desde luego. Usted ve, pero no observa. La diferencia es evidente –apostilló Homes.
Por eso ambos son tan respetados. Mientras nosotros vemos, ellos observan y ya van un paso por delante. Una sutil pero crucial diferencia. No se trata de trivialidades, sino de singularidades y posibilidades, y para ellos ninguna pasa desapercibida.
PD: Gracias, Sir Arthur Conan Doyle.
* Esteban Carrasco
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