Eran unas navidades distintas para los futboleros en Zaragoza. En estos días de continuas reuniones familiares se evitaba un tema. El equipo del león rampante pasaba a un plano terciario (o directamente desaparecía). Javier Aguirre dejaba el club la noche del 29 de diciembre de 2011 con unos números que hacían tiritar: 10 puntos, dos victorias, cuatro empates y diez derrotas. Para redondear el cuadro de méritos, Roberto (uno de los porteros más destacados de la Liga) ya había recibido 31 goles y el Real Zaragoza estaba fuera de la Copa del Rey tras un partido vergonzoso ante la AD Alcorcón en La Romareda.
La única esperanza de la parroquia blanquilla era derrocar a Agapito Iglesias, que horas después de la destitución de Aguirre cedió todos sus poderes a Salvador Arenere y sus tres hombres de confianza. Su aventura duró diez días, los que Arenere tardó en darse cuenta de las formas de Agapito Iglesias. En ese lapso de tiempo pasaron dos cosas: el equipo aumentó su distancia con la salvación de cinco a siete puntos (tras el 1-0 en Santander) y Manolo Jiménez se veía solo y sin su valedor. El técnico de Arahal fue una apuesta de Arenere, pero ahora Agapito volvía a estar al mando. El debut en El Sardinero fue para coger el petate y volverse a Sevilla. Pésima imagen, derrota ante un rival directo y un equipo deslavazado. No en vano, tres de los titulares ese 7 de enero (Juárez, Meira y Antonio Tomás) saldrían de la entidad semanas después.
Con 12 puntos tras 57 en juego, se pensaba más en sacar a Agapito del entorno zaragocista y soñar con iniciar un nuevo periodo en Segunda División, pero con las cosas claras y sin la sombra del soriano. Tras dos empates en sus cinco primeros partidos, Manolo Jiménez llegaba a Cornellà-El Prat a 11 puntos del objetivo (que marcaban Betis y Villarreal con 23). Y por fin llegó la primera alegría. Un córner de Luis García cabeceado por el paraguayo Da Silva y un gol de pillo de Juan Carlos en la prolongación sirvieron de esperanza.
Todo fue un espejismo. Tras el trabajo de un mes y medio de Jiménez por ganar (no se lograba desde 15 jornadas antes, el 16 de octubre), el Real Zaragoza volvía por sus fueros. Rubén Castro y un Málaga CF inspirado en la segunda mitad destrozaban la meta de Roberto en siete ocasiones (0-2 y 5-1). El domingo 4 de marzo se llegó a lo más hondo del pozo. Día lluvioso en Zaragoza, poco público en La Romareda al mediodía y el argentino Martinuccio se encargaba de hacer el 0-1 en una atmósfera tétrica. El Villarreal CF marcaba el listón. Para agarrarse a una mínima opción había que ganar y no se estaba consiguiendo. Como se había instalado en todos los partidos, el minuto 32 (elegido porque la fundación del club fue en 1932) era el tiempo de reivindicación, la Agapitada. Todo el estadio pitaba al máximo accionista por su pésima gestión. Ante el cuadro castellonense, con la parroquia hastiada, se aplicó otra medida. El minuto 32 del segundo acto serviría para la Agapirada. Marcha masiva de los asistentes (no más de 14.000) independientemente del resultado. El Zaragoza perdía 0-1, la lluvia arreciaba y la salvación con el 0-1 estaba a 13 puntos (a los que quedaba el Granada CF).
Y ahí cambió todo. Con 7.000 u 8.000 fieles, Luis García enganchó una pelota al borde del área para poner el empate en el 85. Pero no servía. Roberto mandó una pelota larga desde su área, González González se llevó el silbato a la boca, pero el balón fue guiado por los astros, quizás por Carlos Lapetra o Enrique Yarza, que desde el cielo lloraban viendo al club que hicieron grande (Los Cinco Magníficos), el esférico cayó a Carlos Aranda, que con fortuna filtró un pase para que Abraham entrase como una exhalación y superase a Diego López. Era el minuto 93. La gloria había pasado de 13 a nueve puntos en 480 segundos. Se volvió a sonreír en La Romareda, aunque la realidad era tan grosera que eliminaba cualquier mueca al ver que apenas quedaban 13 partidos para el final de una Liga en la que el cuadro aragonés no estaba haciendo méritos para seguir disfrutándola.
Fue el punto de inflexión, el inició del «Sí, se puede». En la jornada 27 llegó el enésimo golpe. Se recibía a Osasuna y tras el tanto de Hélder Postiga en el minuto 85, Rovérsio igualó dos después para sellar el 1-1. A ocho puntos del Villarreal, con el que se tenía el goalaverage superado. El mazazo ante los navarros había que superarlo en cuatro días. En una semana se visitaba Mestalla y llegaba el Atlético de Madrid. Dos huesos que peleaban por la Champions.
Ahí, al lado del Turia, y de forma inmerecida, se inició el camino a la gloria. Con dos tiros a puerta se vencía en un campo que nunca se le daba bien al Zaragoza. El Valencia fue un ciclón, Roberto tuvo que soportar 18 disparos y Pablo Álvarez dejaba a los maños con uno menos en el minuto 21. Los de Emery ya dominaban con el tanto de Pablo Hernández y las nubes volvían al ecosistema que Manolo Jiménez construía desde la soledad. Vino a Zaragoza con un cuaderno lleno de notas, de cálculos de loco, pero finalmente tornaron en genio. Apoño igualó de penalti y el propio malagueño zanjó una contra en la que Lafita robó un balón a Dealbert.
Pero la semana había que redondearla. De nuevo Apoño se erigía en salvador. Postiga entraba en el área atlética en el descuento, su carrera tenía fin, la línea de fondo marcaba el abismo, pero entonces Diego Godín cometió la torpeza de zancadillearle. Instantes de tensión en la grada, gente de espaldas al césped y miradas nerviosas. Los ojos iban de Apoño a Courtois. El belga, grande de por sí, se hacía gigante para los zaragocistas. El jugador cedido por el Málaga atacó la pelota, lanzó al mismo lado de Thibaut, pero la fe hizo el resto. El Villarreal quedaba a cinco puntos, pero esa misma tarde echó una palada más al ataúd aragonés al ganar en Vallecas. De nuevo a 8.
El último suspiro, como ante el Villarreal, volvió a ser decisivo. Se llegaba a Gijón en la cresta de la ola tras triunfar frente a Valencia y Atleti. Ese día era el choque clave.
El Molinón jugaba su penúltima carta para engancharse a la élite. El tramo final del encuentro era una incógnita con el 1-1 en el electrónico, pero otra vez el descuento fue determinante. Zuculini le pegó con el alma, el esférico iba camino a ninguna parte, pero Lafita lo desvió y se introdujo en la red de Juan Pablo. La frontera estaba a tres puntos, pero el 0-0 entre los de Lotina y el Espanyol lo dejaba en cuatro.
Manolo Jiménez enlazaba tres triunfos seguidos, para un total de siete en todo el año. Los siguientes cuatro choques se saldaron con un triunfo y tres derrotas. Ese balance era claro. Faltaban 12 puntos por disputarse y los castellonenses estaban a seis. Se agotaban las oportunidades y ya no valía fallar. Las visitas de Athletic, Levante y Racing, así como la visita final al campo del Getafe eran cuatro finales. Cuatro citas en las que no se podía fallar. No era matemático, pero esos 12 puntos daban un total de 43 para superar la barrera psicológica de los 42.
El Athletic Club no fue rival (2-0); Edu Oriol acercó la victoria ante el Levante, aunque se terminó sufriendo, como era habitual; mientras que contra el Racing se vivieron infinidad de sensaciones. Los santanderinos, ya descendidos, se adelantaron, el Granada superaba al Real Madrid y el Rayo igualaba en el Pizjuán. Todo estaba en contra, pero Postiga igualó al minuto después. El Sevilla remontó ante los vallecanos, el Villarreal seguía 0-0 en Mestalla y los de Abel Resino aprovechaban la fiesta liguera del cuadro de Mourinho. No hubo que esperar al último minuto para el gol del Zaragoza, pero sí para la explosión de júbilo. Lafita zanjó la remontada en el minuto 79, pero el descuento trajo un regalo doble. Jonas dejaba al Villarreal moribundo y el Granada entraba en cólera tras las dianas de Cristiano Ronaldo y David Cortés en propia.
Los de Manolo Jiménez dependían de sí mismos. La visita al Coliseum Alfonso Pérez no era un partido cualquiera. La historia del Real Zaragoza no se escribe con salvaciones y ascensos, es mucho más. El noveno equipo de España siempre ha dejado una impronta de buen juego y futbolistas que terminarían siendo leyenda. Ahora se intentaba llegar a la orilla de una playa que no se divisó durante muchos meses. Llegó Manolo Jiménez en el nuevo barco de Arenere, pero pronto tuvo que lidiar las olas en una barca de madera y con Agapito Iglesias de polizón.
Toda la plantilla remó. Con sus limitaciones, con poco fútbol, pero con un corazón y sacrificio enorme: 31 puntos en la segunda vuelta. El cuarto mejor equipo desde el ecuador y una afición que supo sacar a flote al equipo. 12.000, 13.000 o 14.000 almas zaragocistas tomaron el campo del Getafe. Desde el minuto 1 fue un no parar. No era necesario mirar al resto de estadios, los de Jiménez lo tenían en su mano. Y llegó.
Milagro. Extasis. Proeza. Hazaña. Una remontada de 12 puntos. Lo nunca visto. El Coliseum estalló, Zaragoza entera gritó a los cuatro vientos una proclama: «Sí, se pudo«. Manolo Jiménez pasa a la historia del club por creer, por tener fe y obrar el milagro. Apoño y Postiga pusieron la rúbrica, pero toda la afición ganó el partido de antemano.
La locura de la salvación no tiene que llevar al equívoco. El Real Zaragoza ha hecho lo mínimo que se le debe exigir. Se inicia un proceso complicado.
¿Venderá Agapito Iglesias el club? ¿Seguirá Manolo Jiménez? ¿Será capaz de aguantar Lafita tras las tropelías que le ha hecho el máximo dirigente? ¿Cuántos fichajes habrá que hacer a tenor de que sólo siete jugadores tienen contrato en vigor? El futuro es incierto, el pasado más reciente una utopía (lograda) tras 31 puntos en la segunda vuelta, pero debe quedar claro que Manolo Jiménez ha llegado a la gloria desde la orfandad. Fue abandonado por Salvador Arenere y expuesto a los leones. Aguantó, plantó cara y nunca renunció. Debe llevarse todos los méritos, pero ojalá su historia a orillas del Ebro no acabe. Él no lo merece y esta afición tampoco.
Respiren tranquilos, seguimos en Primera División, pero cojan aire por lo que pueda pasar.
* Santi Retortillo es periodista. En Twitter: @enlineadegol
– Fotos: Alfonso Reyes – Alberto Martín (EFE)
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