Copa del Rey 2013-2014 / España / Fútbol / Crónicas 2013-2014
El Club Atlético de Madrid se clasificó en la noche del miércoles para las semifinales de Copa del Rey después de ganar 1-2 en San Mamés a un muy digno y combativo Athletic Club. El nuevo templo en que Bilbao presenta como ofrenda su aliento a las fauces divinas del rey león apagó sus focos en la oscuridad de la derrota por vez primera. Tenía que ser ante el Atlético. Tenía que ser ante Simeone.
Suele olvidarse que los dos clubes comparten genes. Nunca les unió un cordón umbilical, pero uno participó en el nacimiento del otro y hay cosas que ni el tiempo ni la distancia son capaces de borrar. Los dos visten casacas que bañan su escudo de color rojo y blanco a la altura del corazón, simbolizando el lugar por el que siempre pasa la sangre en su ir y venir apasionado. De ahí debió partir Diego Pablo Simeone para construir un equipo a su imagen y semejanza, que compite con los mejores y gana a casi todos. Al Athletic le gana de forma especial. Duele la impotencia en Bilbao. Duele el recuerdo, aún sangra Bucarest. Será más Némesis que Caín el hermanastro que enviaba postales desde Madrid. Y para no ser Abel en el nuevo génesis de San Mamés, ritmo y relato. A eso se encomendó el Athletic.
Si se jugaba rápido y había mucho que contar, se ilusionarían los fieles de La Catedral. Si el ritmo era discontinuo y el relato trabado, el trabalenguas haría sonreír a las huestes del Cholo. En eso estaba lo que se denomina dominio del partido. Ni en la posesión ni en las ocasiones, ni siquiera en el lugar del campo más frecuentado por la pelota.
Quién sabe si por la baja de última hora de Arda Turan, Simeone optó por su disfraz de camuflaje y planteó de salida un 4-1-4-1 con numerosas novedades posicionales: Diego Costa empezó en la izquierda, Adrián en la derecha, Raúl García en punta y Cebolla Rodríguez era interior junto a Koke, con Gabi como mediocentro. A los pocos minutos ya había cambiado a Costa y Adrián de costado, pero tras la ocasión del hispano-brasileño en el primer minuto asistimos a media hora que debió de ser un tormento para los leones.
Tenían la pelota, se la pasaban unos a otros con cierta gracia y agilidad en campo rival, pero no lanzaban ni un golpe que no azotase más que al aire. Ni en su momento más dulce podrían con el gran contrario. Un déjà vu de consecuencias esperabas. Ganaba el Némesis. Su Némesis.
Pero en Bilbao, y con una pelota de por medio, a veces pasan cosas que nadie se explica. De toda la vida. En la Asamblea Constituyente francesa de 1790, en plena época revolucionaria, Garat el Joven (que sería después ministro del Interior durante la Convención) pronunció estas palabras sobre los territorios vasco-franceses de los que provenía: “Es una verdad conocida en los países vecinos de esa región que es imposible aprender el vasco si no se vive desde muy pequeño en la provincia. Se dice proverbialmente que el diablo vino a vivir con los vascos para aprender su lengua y no lo consiguió”. Lluvia pertinaz, un rival de altura, una gesta por delante en noche de copa. Se daban los ingredientes para que allí ocurriera algo inexplicable, qué diablos…
Porque nadie esperaba que el Atlético se doblara por el medio, en plena frontal del área. Ahí logró el Athletic dar continuidad, acelerar, generar una ventaja y girar del todo a la mejor defensa posicional de España y, probablemente, de Europa. Las cargas diagonales de Susaeta y Muniain desde los costados y las verticales de Rico eran compensadas por los dos laterales por fuera, Iturraspe en la cobertura derecha y un Ander muy inteligente que se movía como un émbolo y marcaba el inicio de la combustión de la jugada. A Gabi no le daban los brazos y las piernas para sostener aquello solo, con sus interiores lejos por descolocación y los laterales fijos por compensación. El Athletic metía balones en el área una y otra vez, y cada rechazo era recuperado en mejor situación y a una altura más elevada por un león.
Y porque nadie esperaba que la solvente zaga y el soberbio arquero belga que coronan la carcasa de Simeone concedieran ese remate a Aritz Aduriz en ese lugar y ante un centro tan bombeado. A partir de ahí, los últimos minutos del primer tiempo fueron un suplicio para un Atlético narcotizado al verse el madroño inclinado y con vías de agua hasta las cejas del oso. Courtois levantó de la lona a su equipo con dos paradas memorables y Miranda y Godín lo mantuvieron erguido a duras penas. Los revolucionarios de siglos venideros seguirán teniendo historias que dibujen estas palabras que no hay quien las entienda. Qué diablos…
Simeone vio en el descanso que se le iba el partido y posiblemente la eliminatoria y movió fichas en el tablero de césped que guarda en su cabeza. Movió su disposición a un 4-4-2, pasando a las bandas Raúl García y el Cebolla y lanzando a Diego Costa a los centrales bilbaínos, una decisión que quizá demoró más de la cuenta. Porque ese era el gran punto débil del Athletic. En la banda ayudaría al prestigiado achique lateral de su equipo y podría encontrar caminos libres para su zancada en la espalda de los laterales. Pero el daño más seguro estaba en el centro, atacando la zona entre central y lateral, dado que Laporte tenía una tarjeta amarilla y San José es el tipo de central que mejor se adapta al brillo dorado de Costa. Dos errores individuales y consecutivos de Iturraspe (interpreta el cruce y la cobertura bien en campo abierto, pero en las áreas sufre de vértigo competitivo) dieron aviso (primera ocasión) y estocada (gol de Raúl García. Otro más) al espinazo del león.
Lo que sucedió después, no por esperado, dejó de reforzar a los dos hermanos lejanos que anoche se batieron en armas en la vegetación de la selva. El Atlético se clasificó, volvió a sentirse invulnerable ante el pequeño Abel y profanó su templo con todas las de la ley. El Athletic, por su parte, nunca dejó de intentarlo. Valverde aminoró las opciones de su equipo con cada decisión, pero algo tenía que hacer. Sustituir a Mikel Rico, después a Herrera, centrar la posición de Muniain, lanzarse a la doble punta. Todas ellas decisiones valientes. Todas equivocadas.
Hay algo de épico en cada muerte digna. Hay un lugar llamado rendición que jamás visitarán. Pero gloria a los vivos. El Club Atlético de Madrid es semifinalista de la copa. Con todos los honores.
* Pedro José Arbide.
– Foto: Luis Tejido (EFE)
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