"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
El mal endémico de Iowa es el de las regiones interiores. Ese que, a causa del capricho geográfico pretérito, condena a la localidad sin mar a una agonía que en Norteamérica suelen conocer como Medio Oeste.
En Ames, el corazón del estado, la genuina simplicidad vital llega a disimular un germen que, por recóndito, puede escapar al ojo dormido. Una cuna de talento que, en su capítulo más reciente, parió, con destino profesional, a un tipo de ojos claros y prominente barba, grandes manos y juego exquisito, natural de Mineápolis.
En los Gophers partió, que no terminó, la carrera universitaria de un Royce White que estos días se debate entre la NBA y la salud. O entre el riesgo y la certeza, quién sabe. El dilema arrastra a los Houston Rockets, equipo que gastó en junio su 16º pick en sus servicios; pero sobre todo al malogrado jugador. No es el primer contratiempo al que se enfrenta White, quien sufre de ansiedad y miedo a volar desde la adolescencia, y al que en 2010 un ataque de pánico impidió tomar el vuelo hacia Lexington para firmar con Kentucky. No había aterrizado bien en Minnesota. Entre mala conducta y acusaciones de robo, el joven abandonó la universidad de y esperó ofertas.
Fue después de un año sin jugar cuando el alero volvió a la acción. Y de qué manera. White hizo de todo, y todo bien. No se debe escudriñar en busca de explicación metafísica alguna a la mejor temporada de Iowa State en años.
Aunque más bien cercanos, esos días parecen ahora producto de la imaginación. El pobre Royce, en una tesitura que no todos comprenden, sintiéndose poco respaldado por su equipo, jurando y perjurando que lo suyo no es simple capricho, quizá cerca de la reclusión, podría recordar Ames como un lugar amigable. Más que Houston, eso seguro.
Pero no nos desviemos, y volvamos al presente. Aunque comenzando por el ayer.
Georges Niang se comprometió con Iowa State en mayo de 2011. Por aquel entonces, White aún no había debutado con la universidad, y el muchacho de Massachusetts llevaba un tiempo moldeándose en el jugador que aparenta ser hoy. Ese que, en apenas cuatro partidos, ha logrado ganarse un hueco, por tierno que sea aún, en el corazón de la parroquia Cyclone.
Seguro que su padre se siente orgulloso desde la distancia. Sidi Niang, senegalés, llegó a las costas de la América norteña a la misma edad que su hijo empieza la universidad. Conoció a su futura esposa en Amherst, mientras estudiaba en la UMass, y trabaja ahora en el extranjero como parte de la Marina estadounidense.
Una filosofía que ha marcado al crío, parece. Disciplinado hasta la extenuación, Georges, que captó el interés de un buen número de universidades de la costa este, pasó los últimos cuatro años en la prestigiosa Tilton, centro privado y metodista a poco más de una hora del hogar de la familia en Methuen, al norte de Massachusetts. Compañero de vestuario y habitación de chicos como Nerlens Noel, Wayne Selden o Dominique Bull estas últimas temporadas, no se puede decir, del todo, que Niang pise en Iowa terreno desconocido.
El treinta y uno de los Cyclones sigue haciendo lo mismo que uno, dos o tres años atrás, cuando el reducido gimnasio de New Hampshire en el que pasaba las tardes asistía a sus particulares exhibiciones sin público, y, libros en mano y trazas del aplicado estudiante que es, asistía a clase cada mañana.
Nada ha cambiado del todo desde entonces. Eligió a Iowa State y ellos le escogieron a él. A él, y a un paquete completo que brilla sobre la pista, de corto, igual que fuera de ella.
El de Methuen no para de moverse. Está atento, y eso es algo que no tarda en apreciarse. Siempre centrado, viendo la acción antes de que esta acontezca. Con Georges estamos ante un tipo especial. Su baloncesto, como casi todo lo bueno, no trata de grandes lujos. No los necesita. Para qué correr cuándo puedes superar a tu par en una finta. Para qué maltratar el aro enganchándote en él, cuando sabes que también disfruta con el roce entre balón y red.
Hoiberg vio el baloncesto en Niang antes que nadie. Y terminó llevándoselo a un pueblucho soso del Medio Oeste. Creyó en el presente, en lo tangible de alguien con un don que para los demás era invisible. En tiempos en que el resto piensa con la sesera puesta en el mañana.
En que todos celebramos cada historia bonita, a falta de ellas.
¿El resto? El resto como siempre. Que se dediquen a pensar en el futuro.
Mientras, en algún rincón de Iowa se deleitarán un par de ocasiones por semana.
Disfruta, Georges, disfruta. Que en menos de lo que imaginas serán todo aviones. Y entonces, echando la mirada atrás, quizá sólo entonces esa Ames ordinaria torne en espléndida.
* Gabriel Pevida
– Foto: Julie Jacobson (AP) – Iowa State Cyclones
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