La liebre saltó el pasado 8 de febrero cuando el semanario británico The Economist dedicó un artículo al gas xenón y a su posible uso por hasta el 70 % de los medallistas olímpicos rusos, gas prácticamente desconocido para todos por aquel entonces. Sin embargo, no fue hasta dos semanas más tarde, tras la emisión de un reportaje sobre el mismo en la televisión pública alemana WDR, cuando su nombre empezó a sonar con más fuerza en los círculos atléticos como un nuevo método de dopaje.
La pregunta que muchos se hicieron entonces fue: ¿qué es el gas xenón? Y sobre todo: ¿qué efectos tiene? ¿Es realmente dopaje?
El gas xenón es un elemento más de los llamados gases nobles, anteriormente conocidos como gases inertes. Es un gas incoloro, inodoro, insípido, de densidad muy alta (en estado sólido pesaría incluso más que el granito) y que en la atmósfera solo se encuentra en trazas (una parte de xenón por cada 11,5 millones aproximadamente).
Aunque sus aplicaciones para el rendimiento deportivo eran ajenas para muchos, el gas xenón es un elemento que se puede encontrar en nuestro día a día, ya que se ha usado para la fabricación de lámparas, flases de cámaras de fotos, faros de los coches, proyectores de cine… e incluso como anestesia general.
Este último punto, su uso en anestesia, es lo que hace al gas xenón particularmente interesante. La eficacia del uso del gas xenón en el ámbito hospitalario se conoce desde hace algo más de sesenta años y presenta una serie de ventajas que no tienen otros agentes anestésicos que se usan actualmente. Por ejemplo, a diferencia del óxido nitroso (quizá el más usado a día de hoy) no produce efecto invernadero, no es contaminante, su perfil de toxicidad es mínimo, no presenta prácticamente efectos secundarios y por su naturaleza penetra fácilmente en los tejidos. Se le considera el anestésico ideal, y si no fuera por su coste de producción, probablemente sería el más usado en la medicina moderna. Por la propia naturaleza del gas, este solo puede extraerse del aire (donde recordemos que es muy escaso), lo que hace que el procedimiento para obtenerlo sea relativamente costoso. Esto hace que, a diferencia de otros anestésicos más baratos, el gas xenón sea relativamente caro (hasta 90 euros por hora de gas), por lo que solo se usa en casos concretos (por ejemplo, al tratar pacientes especialmente sensibles, como podrían ser operaciones con ancianos).
Debido a su potencial uso como anestésico se han realizado múltiples estudios con este gas en los últimos años para analizar sus posibles efectos sobre el organismo (especialmente con colectivos sensibles, como neonatos que han sufrido falta de oxígeno al nacer, pacientes que han sufrido ataques al corazón, etc.). Así pues, el revuelo causado en la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) por su posible uso en atletas rusos así como sus efectos ergogénicos (teniendo en cuenta que es un elemento muy estudiado desde hace décadas) ha sido uno de los mayores motivos de sorpresa en la comunidad científica. Nos sorprende que se sorprendan.
En el reportaje emitido por la televisión pública alemana, así como en The Economist, hablan de que en un documento interno del Instituto Nacional de Investigación Ruso (dependiente del ministerio de defensa) publicado en 2010 se recomendaban pautas de administración de este gas a los atletas. En principio se recomienda como un agente que podría ayudar a evitar problemas de sueño y que usado durante unos pocos minutos antes del descanso nocturno ayudaría en la recuperación. De acuerdo al manual, respirar durante 3 ó 4 minutos una mezcla al 50 % de oxígeno y 50 % xenón cada pocos días (sus efectos tendrían una duración de entre 48 y 72 horas) sería el protocolo a seguir. Así mismo, el manual recomienda incluso su uso a última hora antes de una competición, respirando un par de bocanadas justo antes de empezar el calentamiento.
Ese es el protocolo ruso, pero ¿cómo actúa este gas? Básicamente tiene un mecanismo de acción similar a la hipoxia. El gas xenón estimula el llamado HIF-1-alfa (del inglés Hypoxia Inducible Factor o factor inducible de la hipoxia), que es un factor de transcripción que, entre otros efectos, estimula la producción de eritropoyetina o EPO endógena. Y bueno, todos conocemos los efectos de la EPO: estímulo de la síntesis de glóbulos rojos e incremento de los parámetros hematológicos en general, que tienen como consecuencia última una mejora del transporte de oxígeno a los tejidos y, por consiguiente, un incremento en el rendimiento.
Los rusos han estudiado de manera intensiva el uso del gas xenón al menos desde el año 2002 en soldados, pilotos, escaladores y piragüistas, y entre las mejoras halladas (sin hacer mención al incremento en la producción de EPO) se encuentran un incremento en la capacidad pulmonar y cardíaca, un incremento en la producción de testosterona e incluso una mejora del humor de los participantes (creo que también estaría yo contento con una mejora de ese calibre).
Pero no hay que irse a revistas rusas de dudoso factor de impacto para encontrar estudios que hayan analizado el gas xenón y sus efectos en el organismo. Hace ya cinco años, en 2009, un equipo de investigadores chinos y británicos analizaron el efecto de la administración de gas xenón en ratones y los resultados fueron espectaculares. El protocolo de aplicación era ligeramente diferente al propuesto por el manual ruso (dos horas de exposición a una concentración de 70 % de xenón y 30 % de oxígeno), pero encontraron incrementos en la producción endógena de EPO de hasta un 160 %, y no solo eso, ya que el factor de crecimiento endotelial vascular o VEGF (del inglés Vascular Endothelial Growth Factor) aumentó también el 110 %.
Intentar extrapolar estos resultados es complicado, ya que aunque el modelo murino se usa mucho, no existen garantías que efectos tan marcados se vayan a dar en seres humanos. De la misma manera, de acuerdo al protocolo, la exposición aquí fue de dos horas, que contrasta con los pocos minutos que se recomendaban a los atletas rusos, además de que la mezcla de gases contiene significativamente menos xenón en el protocolo ruso que lo usado en ratones. Sin embargo, sirve para hacerse una idea del potencial como agente estimulante de la EPO y quizá el protocolo más conservador de los rusos tenga otra lectura: un incremento de la EPO tan grande como el 160 % dejaría sin duda un rastro en el pasaporte biológico, lo que conlleva sanción de manera automática, independientemente de la causa que haya provocado el cambio en esos valores. Así pues, dosis más pequeñas (50:50 en vez de 70:30) y una menor exposición (unos pocos minutos en vez de dos horas) podrían tener como objetivo precisamente esquivar los controles y no dejar huellas (esto es algo que ya se hace con microdosis de EPO sintética, cuyos efectos pasan desapercibidos en el pasaporte biológico, mientras que dosis normales son fácilmente detectables).
Así pues y teniendo todo esto en cuenta, ¿podríamos considerarlo dopante? Entramos ya en terrenos farragosos. El Código Mundial Antidopaje no es demasiado claro en este aspecto y está sujeto a interpretaciones, por lo que hay caso para rato.
El gas xenón en sí no está incluido en la lista de sustancias prohibidas, por lo que su uso estaría permitido, pero un artículo del código específica que aquellos métodos orientados a mejorar el consumo y el transporte de oxígeno sí son considerados ilegales (como podrían ser las hemoglobinas sintéticas, por ejemplo). Empieza entonces la guerra semántica y nos damos cuenta que si prohíben la administración de gas xenón debido a sus efectos sobre el incremento en la producción de EPO endógena, quizá deberían revisar el estatus también de las tiendas de hipoxia o los protocolos de hipoxia intermitente (cuestionados en su día, pero legales a todos los efectos a día de hoy).
Hay quien puede argumentar que no es lo mismo, que usar gas xenón es administrar algo exógeno, mientras que las tiendas de hipoxia no sería más que una manipulación de tipo atmosférico imitando condiciones de altitud. Si tenemos en cuenta la naturaleza del gas xenón, veremos que es un mecanismo similar a las tiendas de hipoxia, solo que a una escala mucho mayor. Ejemplo práctico: en las tiendas de hipoxia se simulan las condiciones de altitud por medio de una reducción en la concentración de oxígeno (de una concentración natural del 21 % se reduce a 13 %, por ejemplo, dependiendo de la altitud que queramos simular. Esto produce una hipoxia normobárica, ya que la presión del aire que respiramos es idéntica –una atmósfera si lo hacemos al nivel del mar–, en contra de la hipoxia de alta altitud, que es hipobárica). Con el gas xenón el principio es similar, pero como digo, a mayor escala: pasamos de una concentración minúscula de xenón (trazas, 0,000009 %) a un 50 % (o 70 %, depende del protocolo). Se me puede acusar de demagogia diciendo que bajar de 21 % de oxígeno a 13 % no es lo mismo que subir de 0,000009 % de xenón a 50 % (ciertamente no es lo mismo), pero el xenón no deja de ser un gas natural presente en la atmósfera, y tan artificial es respirar una mezcla 50 % de xenón y oxígeno (mezcla no existente en la naturaleza) como un 13 % de oxígeno y 87 % de nitrógeno (mezcla tampoco existente en la naturaleza, aunque imite los efectos de la altitud). Además, ambos métodos actúan sobre el mismo factor (el HIF-1-alfa nombrado anteriormente), con la diferencia de que la exposición al gas xenón incrementa los valores de HIF-1-alfa y EPO durante varios días, mientras que con estímulos de hipoxia normobárica (las clásicas tiendas o los equipos de hipoxia intermitente) los efectos se reducen a unas pocas horas (esto se ha visto en un estudio con infartados cardíacos; minipunto para el gas xenón).
Si el uso de equipos que simulan hipoxia son legales, ¿debería estar realmente prohibido el gas xenón, que sigue principios similares? El Código Mundial Antidopaje falla en este punto, ya que no deja claro qué se puede y qué no se puede usar. Mientras haya lugar para la interpretación, siempre surgirán nuevas formas de burlar el código. Por eso, considerar el uso del gas xenón como agente dopante puede ser problemático y discutible. Por un lado, a pesar de que el dedo acusador ha señalado únicamente a Rusia (no faltan amantes de la conspiración que lo atribuyen a una campaña de desprestigio consecuencia del conflicto en Ucrania), este es un gas que se ha utilizado en la preparación de atletas de otros países occidentales (equipo belga de patinaje, por ejemplo: existe un reportaje de la televisión flamenca sobre ello tal y como confirmaba el experto en aspectos éticos y legales del dopaje Alberto Yelmo). Además, hay que resaltar que Rusia nunca ha llevado este asunto en secreto.
El método ha sido patentado de manera legal en Rusia (patente nº 2235563) y diferentes empresas rusas llevan ofreciendo de manera abierta este gas como un agente recuperante y ergogénico (se ha llegado a proponer que este escándalo ha sido orquestado para incrementar las ventas del producto como estrategia de márketing, ya que la Agencia Mundial Antidopaje no va a poder prohibirlo). Que uno de los centros rusos encargados de su producción (Atom Medical Centre) haya sido felicitado de manera oficial por el gobierno ruso por su ayuda en la mejora de la preparación de los deportistas en los JJ. OO. de Atenas 2004 y Turín 2006 es una muestra más de que no es algo que se haya llevado clandestinamente, como cabría de esperar de un método que se sabe prohibido. El propio responsable de la Agencia Federal Rusa de Biomedicina, Vladimir Uiba, es claro en este aspecto y recalca que “el xenón no es un gas ilegal”, pero los responsables de la AMA no lo tienen tan claro.
El expresidente Richard Pound ya ha declarado que en su opinión (personal e intrasferible) el protocolo ruso del uso de gas xenón ha sido diseñado con el propósito único de incrementar el rendimiento de los atletas, y que esa intencionalidad es en sí misma consecutiva de delito. El presidente actual, Craig Reedie, sin embargo, se muestra más moderado y dice que el asunto será tratado en la primera reunión de la agencia tras los Juegos Olímpicos de Sochi y que tendrán que valorar el estatus legal del gas, ya que con la normativa actual su legalidad sería interpretable.
Según los propios criterios de la Agencia Mundial Antidopaje (artículo 4.3), para incluir a un método en la lista de técnicas prohibidas debe cumplir al menos dos de una serie de supuestos, ya que existen tres criterios básicos:
Es decir, nos encontramos con que el xenón cumple el criterio 1, no cumple el criterio 2 (insisto, es el anestésico más seguro y solo su precio no lo hace el anestésico universal) y el criterio 3 dependerá de lo que los responsables de la AMA decidan. Traducción: toca esperar.
Según lo que decidan podremos hablar de dopaje o no (de momento llamar dopaje al método es especular), y si finalmente lo catalogan como método prohibido, tocará el siguiente paso: su detección. Por la propia naturaleza del gas con la tecnología actual no es ni siquiera factible pensar en un método para detectar su uso (ni en los próximos años siquiera). Incluso en el caso de que se desarrollara un método (bastante improbable, insisto) habría que tener en cuenta que es un producto presente en nuestro día a día, y rocambolescas historias para justificar su presencia podrían usarse (“Oiga, que se me rompió la lámpara de xenón en la cara… y claro”) y que se use como anestesia también dificultaría la sanción a alguien que alegue que ha sido operado recientemente). Incluso el uso del pasaporte biológico como prueba del algodón serviría de poco si las dosis son ajustadas, como ya ocurre con las microdosis de EPO. Papel complicado para la Agencia Mundial Antidopaje aquí.
Lo único que puede quedar en claro de todo esto es la lentitud de la AMA en sus decisiones, ya que un producto cuyo posible efecto ergogénico en el ámbito científico se conocía desde hace más de una década está discutiendo su estatus ahora, cuando el escándalo ruso les ha explotado en las manos y los medios generalistas lo han sacado a la luz. Ya habrá tiempo de valorar si los rusos incumplieron las normas cuando la Agencia Mundial Antidopaje se pronuncie; la pelota está en su tejado.
* Jordan Santos-Concejero es Doctor en Biología e investigador postdoc en la Universidad de Ciudad del Cabo.
– Foto: Alchemist-hp
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