Corría el año 1958 cuando Pelé, Garrincha y compañía se proclamaban campeones del mundo tras una preciosa final en la que Suecia fue arrollada por los brasileños. Pero este acontecimiento no fue el único destacable aquel año. En Ciudad de México nacía un pequeño Javier Aguirre. Sus padres eran emigrantes vascos. Tan solo lo conocían en su casa, pero ese aroma que rodea a los más grandes ya se podía apreciar.
Javier comenzó como futbolista en el América. Tenía cualidades para ser un gran jugador y solo le faltaba aprovecharlas. En esa misma temporada, puso rumbo a Los Angeles Aztecs, donde tampoco se sentía cómodo. Y regresó al América, donde encontró la regularidad durante casi un lustro en el que jugó en el Estadio Azteca. Al mismo tiempo fue convocado con la selección mexicana para disputar su primer amistoso. El salto a Europa ya se podía divisar en el horizonte. Pero Javier decidió marchar al Atlante para terminar de consagrarse como uno de los mejores de su tierra. Ese mismo verano se disputaba la Copa del Mundo en su país natal. Bora Milutinovic lo llamó para que se uniera a la concentración. El Vasco jugó cinco partidos, completos todos ellos, pero México no logró pasar más allá de cuartos.
Su juego mejoró considerablemente y Osasuna se fijó en él. Aguirre no se lo pensó y compró de inmediato el ticket de avión rumbo a Pamplona. Aunque la suerte no sobrevivió al vuelo.
Era el 26 de octubre de 1986, corría el tiempo en el marcador de El Molinón cuando El Vasco se disponía a encarar a Juan Carlos Ablanedo (más conocido como Ablanedo II), que tuvo que salir con todo para intentar frenar al mexicano, con la mala suerte de impactar en su pierna. Aguirre sufrió una rotura de tibia y peroné que marcó un antes y un después en su carrera. A partir de ahí no llegó a alcanzar el mismo nivel. No era el mismo. Como consecuencia de esto Aguirre se vio obligado a volver a México, concrétamente al Chivas, donde estuvo seis temporadas hasta el ocaso de su carrera como futbolista.
Nada más terminar, comenzó todo. Sí, puede sonar extraño, pero es la realidad. Apenas se había retirado cuando Miguel Mejía Barón lo eligió como ayudante para el Mundial de 1994 en Estados Unidos. Dicha aventura duró relativamente poco, ya que una espectacular Bulgaria eliminó a México en octavos de final. Lo serio comenzó en 1995. El Atlante se interesó en El Vasco y este aceptó encantado. Era febrero, mitad de temporada, y como estaba previsto, en junio, obligado, tuvo que dejar el cargo. Fichó por el Pachuca, en el cual estuvo durante tres temporadas; ahí fue el comienzo de todo. El comienzo de su carrera. El comienzo de un gran entrenador.
En sus inicios, la selección mexicana lo llamó para que se hiciera cargo de ella. Duró dos años, en los cuales llegó a disputar una Copa América y el Mundial de Japón y Corea del Sur. Más tarde se convirtió en entrenador de Osasuna, al que, tras cuatro temporadas, dejó en lo más alto: la Champions League. Tras estas grandes campañas, el Atleti contactó con El Vasco para hacerse con sus servicios. En los tres años que estuvo en el Calderón consiguió dejar al equipo en séptima, quinta y séptima posición, respectivamente. Pero en competiciones europeas lo máximo que pudo lograr fue llegar a octavos de final.
Tras una temporada sin equipo, un Zaragoza desalmado que se iba en barrena a Segunda se fijó en el mexicano. Necesitaban un milagro. Uno de los grandes, además. Javier cogió al equipo en la miseria, nadie creía, nadie se veía capaz de hacer unos números de Champions para lograr la salvación. Pero El Vasco lo consiguió. Levantó la esperanza del equipo, el ánimo, la garra y el honor. El Real Zaragoza luchó y logró 38 puntos desde su llegada, lo que resultó ser, un verdadero milagro. La temporada siguiente no empezó como se esperaba y, tras dieciséis jornadas en las que tan solo sacó diez puntos, Agapito Iglesias decidió rescindir su contrato.
Por último, llegó al Espanyol, un equipo que buscaba una estabilidad y regularidad. Javier se comprometió y bien que lo está cumpliendo. En la pasada temporada dejó al equipo en la zona tranquila de la tabla, mientras que en este comienzo lleva cinco victorias, tres empates y siete derrotas, lo que ha propiciado que los periquitos estén en la décima plaza. Nada mal, viendo las bajas sufridas en verano. Como la de Verdú.
Quizás no se entiendan algunas decisiones del mexicano, quizás no es del gusto de muchos aficionados, pero el trabajo que ha realizado Javier Aguirre para llegar a la élite merece, mínimo, un reconocimiento. Porque El Vasco ya forma parte de la historia del fútbol. Igual no ocupará tantas páginas como Maradona, Van Basten o Cruyff, pero la historia que se esconde detrás de este loco por el fútbol es bonita.
* Luis Vallejo Colom.
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