Ganarle al dinero

por ALBERTO EGEA el 9 junio, 2015 • 23:01

Lo decía Simeone de Falcao cuando anunció que dejaba el Atlético: “Los entrenadores tenemos que estar preparados para que los jugadores que queremos, crezcan. Cuando un jugador que te dio todo crece, no hay reclamo. Cuando un tipo te dio todo, no hay reclamo. Pero es que como hincha tienes que pensar lo mismo”. Una reflexión tan madura, alejada de victimismo y falsa moral solo puede venir de alguien que sabe que ningún jugador es tan fuerte como los cimientos del proyecto que abandera. Que sabe que la pérdida de un gran jugador, por dolorosa que sea, será asumible si se vende al precio que dicta el mercado y si se realiza una fina tarea de scouting que aumente las posibilidades de acertar con el recambio. Y que, bien gestionada, obligará a reinventar el equipo, a reasignar roles que hagan crecer a jugadores que hasta entonces habían ocupado un segundo escalón en la jerarquía del vestuario, y conllevará una renovación del hambre competitiva en la plantilla.

Es la filosofía lúcida y coherente del que, como futbolista que fue, entiende como natural la ambición deportiva del jugador y adapta su proyecto a esta realidad de la que no se puede escapar sin consecuencias perjudiciales –el caso de Fernando Llorente en el Athletic fue buena muestra del impacto negativo que provoca en el equipo retener un jugador a la fuerza–. El amor a unos colores se demuestra vaciándose en el campo; exigirle a un jugador que renuncie a explorar sus límites como deportista, instigarle a permanecer en un equipo inferior por el que ha dado todo o tacharlo de traidor cuando decide dar ese paso no es sino un síntoma de debilidad del proyecto, una actitud egoísta y un sinsentido, dado que el amor eterno pierde el significado cuando se demuestra de manera forzada.

Por eso te acaba reconciliando con el fútbol la manera de proceder del Sevilla, espejo para cualquier club del mundo que pretenda no dejar de crecer. Tres estamentos (presidente, director deportivo y entrenador) que no tienen relación de jerarquía, sino de competencia y cooperación. Es decir, ninguno está por encima de otro –en lo que a desarrollo de trabajo se refiere–, ninguno invade los cometidos de los otros dos, sino que cada uno tiene funciones delimitadas y los tres cooperan para sacar el máximo rendimiento al club. Es aquella máxima de Mourinho: “Si Abramovich me ayudara en los entrenamientos, iríamos últimos en la liga, y si yo tuviera que trabajar en lo que él hace, ya habríamos quebrado”.

Ni el mejor jugador altera la forma de proceder. Ningún sentimentalismo desvía la dirección de las líneas maestras del proyecto. La hinchada lo sabe, la atmósfera se vuelve beneficiosa, y claro, luego llega Rakitic al Pizjuán y es recibido como un héroe. Una espiral de triunfalismo, una sinergia positiva constante hija de un proyecto modélico. En la última rueda de prensa antes de abandonar la selección de Chile, Marcelo Bielsa explicaba este modelo, tan viejo como difícil de ejecutar, pues exige un talento y una sangre fría que tantas veces hace desaparecer la realidad del momento:

“Yo soy parte de Newell’s Old Boys, que es el equipo de la ciudad donde yo vivo. A todos nosotros nos formó Jorge Griffa, y él siempre dijo: ‘Mirad, lo único que nosotros debemos saber de administración de clubes es esta lógica: buenos jugadores, buenos equipos, títulos, transferencia de los futbolistas después del éxito. Ese circuito es lo único que va a permitir que Newell’s siga rodando’. Con lo cual, nosotros siempre estábamos pensando en lo que iba a pasar tres años después. Ni mirábamos el primer equipo. Estábamos obligados a pensar en lo que venía después. Ustedes tienen un gran ejemplo: el Colo-Colo de Borghi. Transfiere a sus futbolistas en la cúspide y los transfiere en los valores que se justifican después de un triunfo deportivo. Esa es la lógica”.

Monchi actúa de la misma forma, y así lo explicaba en El País: “Es vender para mantener un nivel superior a tus posibilidades. Sí, somos un club vendedor porque con nuestros ingresos habituales no podemos llegar a donde hemos llegado. Y no es vender, es generar plusvalías para tener una plantilla por encima de tus posibilidades”. Nadie como Emery para conseguir este salto de calidad del jugador que provoque esa plusvalía. Un técnico exigente, capaz de crear un modelo de juego sólido donde el jugador se beneficia de la calidad táctica del bloque para crecer; sin miedo para probar a jugadores en nuevas demarcaciones, enriqueciendo al futbolista e incluso descubriéndole su verdadera vocación sobre el campo, como sucediera con Jordi Alba en el Valencia o quién sabe si con Aleix Vidal en el Sevilla. Un técnico que definió como nadie la forma de entender la competición del entrenador moderno: “En la Liga: a full. En la Champions: a full. En la Copa: a full”. Sin distinguir partidos ni priorizar torneos, manteniendo activados a la práctica totalidad de la plantilla durante toda la temporada.

No hay más que comparar esta realidad sevillista con el segundo escalafón de la Premier League–y algún equipo del primero– para darse cuenta de que en este circo el dinero sigue yendo a remolque de la inteligencia.

* Alberto Egea.

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– Foto: Alejandro García (EFE)