Las alineaciones ya anunciaban que los minutos de tanteo podían ser hasta noventa si nada se rompía antes por un error de bulto, una genialidad, una jugada a balón parado o cualquier otra circunstancia que no implicara riesgo asumido en el ejecutor. Mourinho se sabe maestro en moverse con resultados cortos en eliminatorias a doble partido, cualquier mínima ventaja –a veces, como en la ida del pasado año hasta el gol de Pastore, incluso la desventaja mínima– es para él botín preciado, y más si el duelo se decide en ese escenario donde su trayectoria le da motivos de sobra para tenerle una fe ciega. Así que dibujó el mejor sistema posible para que pasaran pocas cosas: subió a Cesc a la mediapunta para dejar su hueco a un Ramires que fortalecería la medular haciendo pareja con Matic, dejando la banda derecha a Willian, la izquierda a Hazard y la punta de lanza a Diego Costa. Mientras Blanc, ante la baja de Motta elegía la opción más coherente, colocando a David Luiz de pivote por delante de los centrales. Esta decisión implicaba que Verratti o Matuidi no abandonaran la posición de interior –donde tanto producen en ataque–, que el ex del Chelsea se reconvirtiera a central cuando Thiago Silva o Marquinhos saltaran a auxiliar a sus laterales para frenar las internadas de Willian y Hazard, y que se ganara el recurso del desplazamiento en largo y el pase vertical en la salida de pelota del PSG.
El encuentro amenazaba decepción. Cuando el balón era de los locales, el Chelsea posicionaba el bloque a bastante altura por si un despiste rival le abría las puertas a robar arriba, pero sin más intensidad que la que obligaba a Cesc a saltar sobre David Luiz o Verratti cuando recibían, en pro de ensuciar la salida de balón y entorpecerles el jugar de cara. Cuando eran los visitantes los que tenían que proponer, el miedo a ceder esos metros entre Sirigu y la defensa que pudieran ser aprovechados por Diego Costa o los extremos, llevó a los de Blanc a esperar al Chelsea en su campo, convirtiendo cada ataque londinense en un monólogo de pases horizontales en campo propio que se rompía a la mínima presión con balones largos a banda izquierda donde Hazard o Diego Costa –que aborrecido de pelear por la nada abandonaba la zona del ‘9’– tenían muy difícil encontrar ventajas, en gran parte porque el belga fue masacrado a faltas (¡hasta 9!) cada vez que entraba en contacto con el balón.
Un par de errores del Chelsea con balón permitieron ver las intenciones de los parisinos. A cada robo se buscaba a Ibrahimovic de forma inminente para que se orientara de cara antes de que se le echaran encima y condujera la contra por el carril central, temporizando hasta que extremos o interiores le doblaran e intentaran finalizar rápido. El Chelsea replegaba bien, pero la banda izquierda de los franceses empezaba a avisar de que estaba demasiado bien. Con la respuesta a dos remates nacidos de centros desde esa banda y a un tercero de Cavani a la salida de un córner iba a comenzar la exhibición de Courtois, cuyo final coincidiría con el último pitido del árbitro. Cuando el río se empezaba a revolver iba a pescar el Chelsea. Los hombres altos de la defensa habían subido a rematar una falta, el rechace de ésta cayó a Terry y desde la izquierda puso un balón que Cahill desvió de espuela e Ivanovic cabeceó a la red. El idilio del serbio con los partidos de prestigio se agrandaba más si cabe, mientras la eliminatoria recibía un duro golpe que iba a agradecer el espectador neutral ante la segunda parte que se venía.
Mourinho ya tenía lo que quería. Y si el año pasado habíamos visto a su Chelsea empequeñecer ante el Galatasaray tras ponerse 0-1 en la ida de octavos disputada en Estambul (acabó en 1-1 y pudo ser peor), ante semejante rival no iba a ser menos. El Chelsea ha demostrado en multitud de ocasiones sentirse muy cómodo con ese repliegue bajo desde el que tapona todas las líneas de pase, gana los centros aéreos y juega con la desesperación del rival hasta apuntillarlo, por lo que, con resultado a favor y sabiendo que el PSG estaba obligado a forzar más de un arreón, no parecía una idea descabellada esta medida. Decía Mike Tyson que ‘todo el mundo tiene un plan… hasta que le sueltas la primera hostia’. Y cuando el Chelsea la recibió, las oleadas del PSG se envenenaron de confianza y a los de Mourinho ya les iba a ser imposible recuperar los metros que había regalado. La banda izquierda se convirtió en un filón donde Matuidi, Cavani y Maxwell manejaban un abanico de jugadas ante las que los blues no podían hacer frente. Cuando Matuidi iniciaba la diagonal a banda, el uruguayo pasaba a cargar el área, limpiándole el carril izquierdo y dejándole a Maxwell como socio que le esperaría lo que hiciera falta para dejarle el balón en ventaja una vez fuera doblado por el interior francés. Así iba a llegar el gol del empate, en el que ni Cahill supo medir el centro ni el resto de defensas tuvieron ojos para otro que no fuera un Ibrahimovic que los había arrastrado al segundo palo.
El PSG era un ciclón. En la siguiente jugada Ibrahimovic se contagió de la locura que envolvía al Parque de los Príncipes y a punto estuvo de firmar, media cola de vaca incluida, uno de esos goles que apila a decenas en competiciones nacionales pero que la historia le sigue negando en noches mágicas de entre semana por los campos de Europa. La historia y Courtois, que seguía a lo suyo mientras Mourinho goteaba cambios que arañaran segundos a un reloj que parecía correr hacia atrás. Y siguió a lo suyo con un remate de David Luiz a la salida de un córner, con otra combinación preciosa entre Matuidi y Cavani –que dejó un cambio de pie de dibujos animados–, y con un último cabezazo de Ibra en el alargue que cerró otra actuación apoteósica de ese dios belga que está por encima de los merecimientos del rival, de las ocasiones creadas y del buen –que no bonito– juego.
Hablar de un ogro que en el máximo nivel competitivo potencia los picos de forma del equipo, suaviza los bajones, gana puntos que no te pertenecen y supera eliminatorias que el juego te negaría es hablar de una leyenda que haremos mejor en disfrutarla que en seguir llamando a la cautela. A ver cuántos, si se retirara mañana, podrían decir que han visto a muchos parecidos.
* Alberto Egea.
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