"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Cuando en el verano del 2011 la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) convocó una huelga que provocó la suspensión de la primera jornada de la liga de fútbol, no faltó quien se echó las manos a la cabeza, indignado porque un sindicato de ricos iba a dejarle sin fútbol, ese espectáculo que en este país solemos utilizar como váter en el que vomitar todas nuestras estupideces.
Aquello puso de manifiesto, una vez más, dos cosas. Por una parte, el desconocimiento de la condiciones laborales de la mayoría de los futbolistas (por no hablar del resto de deportistas profesionales). Cegados por el brillo del coche de Benzema, somos incapaces de ver, cuando no de comprender, que no todos son millonarios ni llevan la vida de Guti. Y por otra parte, nos chirría que personas tan privilegiadas (porque salen en televisión) puedan tener conciencia. El negocio del fútbol se ha construido sobre la base de trabajadores mentalmente planos y consumidores que acaban reproduciendo ese mismo comportamiento.
Uno de los resultados de esa situación es un deporte casi apolítico en su totalidad, en el que se castiga con severidad no ya la expresión de ciertas opiniones políticas, sino el hecho de hacerlo, independientemente del contenido. No hay que mezclar fútbol y política parece haberse convertido en uno de los principios de las tertulias futboleras nocturnas patrias o de los diarios deportivos. Se pretende separar dos elementos cuya unión ayuda a explicar algunos episodios históricos del siglo XX. En ese terreno se mueve Quique Peinado en Futbolistas de izquierdas, su primer libro, una obra que sirve como reivindicación de esa capa oculta compuesta por esos futbolistas que a lo largo de la historia han mostrado, de una manera más o menos clara, sus convicciones políticas. Como si fueran personas normales, que es lo que son.
Entre un prólogo en el que El Gran Wyoming da más munición a los que atacan la superioridad moral de la izquierda y un epílogo un tanto idealista del político Alberto Garzón, el autor presenta a un abanico de futbolistas que han mostrado públicamente su compromiso político, lo que muchas veces les ha perjudicado. Desde la prudencia radical de Vicente del Bosque a la desconfianza de Oleguer, pasando por la implicación de futbolistas vascos en el universo abertzale; desde el compromiso de Sócrates a la valentía de Sergio Manzanera y Aitor Aguirre pasando por el exilio interior de Javi Poves. En todos los casos, el autor muestra casi tanta pasión como Cristiano Lucarelli por su Livorno.
Como espectador y aficionado me molesta la idiotización del fútbol, convertido por la prensa en un producto para borregos. Quique Peinado nos recuerda que hay algo más allá de ese mantra moderno del solo fútbol (¿qué es eso?), que siempre lo ha habido, en realidad, que fue antes la conciencia que el balón.
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