"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
En la era del hiperliderazgo de Guardiola y Mourinho, cada cual con su estilo y personalidad, pero ambos apoyados por millares de fieles, el partido ha sido de los futbolistas. La sensación global es que los jugadores del Barça no escucharon a Guardiola y que los del Madrid le han mostrado otro camino a Mourinho.
El día previo, Guardiola reclamó, reiteradamente, valentía, ardor, intención ofensiva, concentración y vocación atacante. Sus jugadores le respondieron con despistes, descontrol, carreras sin sentido y pésima lectura del encuentro. Interpretación pésima de los cerebros blaugrana: el partido exigía balón y pausa y eligieron espacio y vértigo, exactamente las armas del rival y eso es como discutir con un cínico: siempre llevas las de perder. Los errores de ejecución se centraron en Pinto y Piqué de forma mayoritaria: previsible en el guardameta, sorprendente en el central, que parecía haber regresado a su mejor nivel y olvidar el desafortunado inicio de curso, en el que malgastó parte de su gran crédito.
Menos vistosa que los errores, pero más decisiva, ha sido la interpretación de los cerebros, confundidos en el ritmo que exigía la confrontación, incapaces de corregir las posiciones ante la doble mediapunta madridista e impotentes para sentenciar a un rival que al descanso perdía por 4-1 y podía temer un resultado final que le mandase al quirófano emocional. El partido exigía, como digo, asociaciones en corto, triangulaciones largas, rondos de elevada duración: la ortodoxia, en fin, del juego de posición que desordena al contrario a partir del balón. Era difícil lograrlo, lo reconozco, vista la sucia salida desde atrás que se producía y la presión alta del contrario. Pero estos atenuantes no restan valor a la realidad: el partido estaba para dominar el balón, quedárselo en propiedad y emplearlo para llenar los espacios vacíos, para arrastrar al Madrid hacia esas zonas, para bascularlo y zarandearlo suavemente, para agotarlo a persecuciones estériles.
En vez de eso, los cerebros del Barça le han echado un pulso a los velocistas del Madrid. Parecía que jugaban a ver quién corría más. En eso, pierden (salvo Messi). De nuevo, el reciente defecto de no masticar sino engullir. El Pep Team es masticar y masticar, construir un almacén de pases, arrastrar al rival de una zona a otra (perseguir sombras, le llaman a esa figura), marearlo, hipnotizarlo. Y, finalmente, sí, ser vertical en la definición. Pero solo entonces, no antes. Bien: no ha ocurrido así. La consecuencia ha sido la inanidad, por más que dos goles brillantes (el primero por la conducción excepcional de Messi, su atracción de rivales, la búsqueda del compañero más lejano y la ejecución de primeras de Pedro; el segundo, por el prodigioso venablo que ha disparado Alves) hayan maquillado la realidad del juego.
Pero incluso así, el Madrid del descanso perdía 4-1 y tenía una profunda vía de agua abierta en su bodega. Podía irse a pique. La situación era propicia para aplicar la ortodoxia del estilo y seccionar de forma seria el barco madridista. Sin embargo, han dejado reflotar la embarcación rival.
En el Real Madrid, la alineación fue un síntoma, probablemente obligatorio tras la reencarnación del fantasma de Maguregui en la ida. Antes de proseguir hay que decir, sin embargo, que quien alineó a esos jugadores fue Mourinho y no la presión presidencial, aunque podamos intuir que lo hiciera contra sus convicciones, inducido por la necesidad, la opinión social o para evitar que se agravasen las tensiones internas. En cualquier caso, fue él quien les alineó y a él corresponde dicho mérito.
Higuaín fijó a los centrales blaugrana y Cristiano a Dani Alves. Desde esta premisa, Özil y Kaká vivieron felices cual perdices entre líneas. Dos mediapuntas volcados a bandas, garantía de desorden para el Barça, donde Busquets recibía siempre al contrario en inferioridad numérica y posicional. Si acudía a su derecha a por Kaká, Özil ganaba el territorio central, burlando con facilidad a Abidal. Si Busquets iba a por Özil, quien vencía el pulso era Kaká por el otro costado. Ni Xavi ni Cesc actuaron con acierto ante tamaño problema.
Y el problema fue más grave cuando Granero sustituyó a Lass. El jugador francés muerde, pelea y barre, pero a cambio regala unos espacios gigantescos al contrario: salta y presiona y, al hacerlo, construye autopistas para el rival. Si a eso se une que Xabi Alonso está en fase off, el resumen es que el excelente partido del Madrid se originó en una fuerte defensa muy avanzada y desembocó directamente en unos mediapuntas punzantes y escurridizos. Como digo, cuando entró Granero empeoró el panorama blaugrana. El Madrid se plantó con un 4-2-4 arriesgado, con Callejón secando a Alves, Cristiano tras la espalda de Busquets, Özil mareando a Abidal y Benzema sublimando su capacidad de bailarín de claqué.
El desarrollo de estos 90 minutos, que deben leerse en el contexto de un horrible partido de ida por parte de Mourinho y exorbitante de todo el Barça, nos deja una muy mala interpretación de los futbolistas locales, tanto en la captación de los detalles básicos del encuentro, como en el seguimiento de las instrucciones de Guardiola. Y un salto cualitativo en la autoestima de unos futbolistas del Madrid que habían sido catalogados de simples autómatas a las órdenes de un entrenador que quizás no escucha a su afición, pero ha acabado ejecutando lo que pedía. “¿Ha aprendido algo esta noche?”, le han preguntado al entrenador madridista en rueda de prensa. Y ha respondido que no. Veremos si fue un ardid mezquino de su ego o una lectura peculiar de las lecciones que han dejado los futbolistas sobre el césped. De las lecciones buenas y de las menos buenas.
– Fotos: Helios de la Rubia (Real Madrid) – Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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