Si el encantador toca la flauta y duerme a la serpiente. La hipnotiza. Parece llegado el momento de cortar la cabeza de la pitón y el Barça va una y otra y otra vez y pasa el filo de la hoja por la carne azul de la serpiente inglesa. Hasta que, de pronto, esta le devuelve un mordisco donde duele. No estaba dormida, solo lo aparentaba. Cada cual juega a lo que quiere y sabe. Coherencia absoluta en ambos bandos. El equipo londinense conoce sus debilidades y se agrupa y compacta como un mazapán. El cuadro catalán sabe que el juego posicional es su fortaleza y lo expande e interpreta en una sinfonía que sabe a nana de la cebolla: mece y mece la cuna para ir quitándole capas a la cebolla. Fútbol coherente por ambas partes. Uno regala el balón, el otro lo maneja con mimo. Uno espera la ocasión de sus vidas y los otros se pasan la vida creando ocasiones.
Diluvia en Londres cuando el Barça se encomienda a otra remontada en Stamford Bridge. Esta vez sin la urgencia del reloj que sentencia las horas, sino con el enfado de quien creía haber dormido a la serpiente y recibe el veneno en la mano tendida. Ya el partido se juega en dos palmos cuadrados, donde se agolpan los cuerpos sudorosos y se siente la ausencia de espacios.El viejo chiste del partido dentro de un ascensor. Veintiún futbolistas en una baldosa, fútbol claustrófobico. Sobre el césped hay un laberinto de puertas cerradas y ventanas clausuradas. Ese gran generador de espacios que es Messi enciende la turbina para demoler los candados y las cerraduras, pero no le acompaña Guardiola en sus decisiones desde el banquillo, metiendo más gente al atasco central.
Es un partido psicológicamente complejo para el Barça: su superioridad es tan manifiesta que percibe que todo debe estallar de un momento a otro y hacer añicos el laberinto azul y esa serpiente con cabeza de Drogba. Es un globo que se hincha sin cesar y que presientes que va a estallar, pero continúa resistiendo sin que llegue la aguja que lo pinche. El Chelsea es como un biombo que se pliega y despliega, que se cierra sobre sí mismo como un ciempiés vestido de azul moviéndose sobre el césped tras el balón. Y la aguja pincha, pero en el palo.
– Foto: Reuters
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