Fútbol, allí donde no estés iré a buscarte

por el 16 marzo, 2017 • 9:28

“El mundo está como está, por causa de las certezas” (Jorge Drexler)

 

Me preocupa la confusión.También en el fútbol-juego vivimos tiempos de oficialización del pensamiento, del escaparatismo de las ideas de construcción rápida. Nos valemos de acuerdos con paralelismos artificiosos, entran en la partida engranajes ficticios, redondeos de quita y pon tan embaucadores para los urgentes, queremos nacer bien pagados. Entiendo que el pensamiento circular y fingido no va servir para explorar lo que ocurre más allá de las conclusiones.

Mirémonos, necesitamos de la acumulación de términos para calmar el ansia del imponernos al fenómeno y no parece que estemos del todo preparados para comprender que en el fútbol lo no escrito es la parte más importante. En cada momento del jugar surge un espacio de solución adicional a lo limitante, a nuestro lenguaje, durante el cual la solución óptima varía en cada situación y nunca se repite.

Wittgenstein dijo que “allí donde están las fronteras de mi lengua, están los límites de mi mundo”. Al querer instalarnos en el poder intelectual sobre el hecho futbolístico, al no ser conscientes de hasta donde podemos llegar ponemos los pies en la baldosa de lo absurdo. Para fiscalizar lo que ocurre en el juego necesitamos poder leerlo, pero el fútbol no se lee, con el fútbol se vive y, algunos privilegiados, hasta conviven.

La cultura del conocimiento actual se guía por la intención de eliminar la exterioridad de nuestro lenguaje habida cuenta de que representa una agresión al orgullo como dimensión previa e indiferente a nuestra dominancia que es. Nuestros impulsos de rodear lo sistemático y enjaularlo en nuestro plano de visión no son sino intentos -con destino la frustración- de ensalzar la propia identidad. Queremos enseñar lo que ya se sabe, el aprendizaje del jugador es inmanente, incluso la adaptación colectiva lo es, cuestión del observador es ya que queramos entendernos dentro del universo de la incertidumbre o no. Estas letras no son mías, no pueden serlo porque hablan de posibilidades e incertidumbre, como el fútbol-juego, que es de todos y de nadie, o así parece haber nacido. Los términos privativos no comen en su mesa, nos llevan a la confusión. Entrenadores inquietos, curiosos, (des)conocedores, facilitadores (Lillo dixit), estudiosos del juego… ayudémonos a situarnos fuera de las certezas pues no podemos aspirar a más que a dibujar bocetos vivos de lo que existe en el juego. Lo vivo y lo rígido se contraponen, la situación de observador privilegiado que pueda suponer el sentarse sobre un balón a pocos metros de donde unas personas realizan tareas jugadas o permanecer atento a que los jugadores se acerquen lo máximo posible a la perfección imaginada de la Idea durante un encuentro no supone nuestra existencia al margen del contexto cambiante que ocurre durante el jugar y nos exige una posición de análisis receptiva, abierta; es más, nos supone un traslado de residencia paradigmática e intelectual y un despojarse de toda vanidad, vivir en la confluencia. No, no es fácil. La autoritas, la necesidad de respeto y reconocimiento social pesa y su búsqueda inmediata, como tal, urge.

Ese lugar llamado confluencia es cambiante y expone a dañar el orgullo al que se enamora de su saber pretendido privativo, es una estación mediata donde ocurren los concursos de circunstancias y el conocimiento se pone al servicio del juego (jugadores) y no al revés, el observador también es relación, también es vínculo.

El jugador es un ser en el límite, vive en un mundo variacional y temporal. Ese límite no es una cerca sino un hábitat. Cuando empleamos términos privativos pretendemos colonizar ese lugar, cercar para manifestar el preciado don de la razón y nos confundimos queriendo adueñarnos de la maestría, pues no enseñamos sino que interpretamos y facilitamos el aprendizaje, y es que solo se aprende lo que ya se está aprendiendo. Es en el límite donde el jugador aprende con nosotros, ese lugar entre lo que sabe y lo que está por saber. Llamémonos enseñadores si queremos, pero entonces situemos la enseñanza en la búsqueda de oportunidades adecuadas para los jugadores y en el animar a su aprovechamiento. Sea como fuere, tengamos cuidado con la neolengua (Orwell, 1984), pues no es lo mismo ser libre que libre de. No manipulamos; comunicamos, animamos. Irremediablemente, nos pongamos como nos pongamos, la capacidad para aprender es más antigua y automática que la capacidad para “enseñar”.

Quiero invitar al lector a tratar de verse capaz de establecer un mapa completo de ese lugar líquido, confluyente, activo y creador donde el jugador es juego y viceversa, donde el equipo se expresa mediante la auto-organización, donde el fútbol es lo que es, lo emergente de la mano de un azar -en el que se inserta ad hoc en este juego una lógica interna y un reglamento- combatido por la probabilidad que buscamos nacida de una Idea. Dejémoslo ser, dejémonos caer.

 

Fragmento de La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker:

“Harry, si tuviera que quedarme con una sola de todas sus lecciones, ¿cuál sería?

– Le devuelvo la pregunta.

– Para mí sería la importancia de saber caer.

– Estoy completamente de acuerdo con usted. La vida es una larga caída, Marcus. Lo más importante es saber caer.”

 

El jugador se desenvuelve así entre lo concreto y lo intangible, y no puede entenderse uno sin lo otro. ¿Acaso nosotros podemos ser ajenos a ello y aferrarnos a las certezas recursivas e insolventes? El entrenador debe buscar y vivir lo que encuentra: “No existe la verdad, existe solo la interpretación” (Nietzsche).

Me acerco así al juego en este escrito al margen de lo científico, porque la complejidad es una actitud vital, y es ahí donde busco, donde me busco. Autores mejor preparados que yo podrían argumentar con recorrido y solvencia el hecho de que para que tengan lugar los procesos de auto-organización que dan lugar a un nivel superior y radicalmente distinto, es imprescindible que el sistema se encuentre en el límite entre el orden y el caos. Un nivel nuevo de organizac(c)ión surge necesariamente de esta frontera entre el orden y el caos. Llevo años acercándome a tal paradigma, pero no por ello siento la condición de profundidad necesaria como para dar traslado técnico y público contando con personas tan capaces de hacerlo en relación al fútbol-juego como Juan Manuel Lillo desde su poética y fondo de biblioteca, Natalia Balagué, Carlota Torrents o en sus términos Rosa Coba, habitualmente citadas en este lugar de lectura, manantiales permanentes a los que recurro.

Un entrenador debe formarse y saber situarse, pero no sólo en el juego sino también hacerlo para entender personas, porque citando a Menotti, modificando este un aforismo de José Letamendi de Manjarrés, “el que solo sabe de fútbol de nada sabe”. El fútbol es el jugador y nosotros, los entrenadores, somos aquellos que cambiamos sin hacer ruido. Los entrenadores somos buscadores de estímulo o no somos nada. El aprendizaje es más lento que un cambio de comportamiento por lógica consecuente de la auto-estructuración, de la plasticidad intra e interpersonal, por ello solo se aprende lo que ya está camino de aprehenderse.

No hay cerramiento del círculo en este texto. Recordando a Benedetti (con permiso de Ignacio, referencia absoluta en el nadar río arriba en este medio de intercambio de ideas), digo: “No sé a dónde ir excepto a todas partes”.

* Alejandro Abilleira.




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