"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
Que un torneo de golf dure cuatro días implica una constante exposición al cambio. En ocasiones son los hombres que acaparan los mejores resultados; se alternan en la tabla continuamente a lo largo de sus vueltas, protagonizando pequeños duelos que determinan la victoria. En otras, es el propio campo el que se transforma con el tiempo. En la tercera jornada del PGA Championship se pudo apreciar claramente esta transición. Oak Hill ya no es Oak Hill, al menos como lo conocíamos. Ahora está más duro, más fuerte, y fueron muy pocos los que consiguieron plantarle cara.
Atrás ha quedado ya el 63 de Jason Dufner, que atacó prácticamente todas las banderas de este diseño de Donald Ross. Ni el más inspirado de los artistas que compiten esta semana podría haber igualado su histórica vuelta el sábado. De todos los que consiguieron superar el corte, solo once le restaron al menos un impacto. El duelo se ha equilibrado, los movimientos son más tensos, más hieráticos, como si el respeto o el miedo que sienten por el destino de su bola hubiera bloqueado la posibilidad de hacer birdies. “No sé si he visto a un campo cambiar tan rápidamente”, decían en la televisión americana. “Todo lo que podía salir mal, sucedió”, concluyó Justin Rose tras firmar una vuelta de más siete.
La predicción de Graeme McDowell se estaba cumpliendo. “El que coja más greenes en regulación va a ganar”, declaró tras terminar una ronda de prácticas. Sus palabras indicaban algo más que jugar de un modo contundente; se referían, en mayor medida, a evitar el fuerte rough o las largas hileras de robles que circundan este recorrido. Cualquiera de los diez primeros en la tabla está llevando a cabo esa estrategia: se alejan de los peligros de Oak Hill y si ven una oportunidad intentan atestarle un zarpazo. Así lo hizo Jim Furyk, el jugador con un swing esperpéntico que, sin embargo, controla perfectamente el vuelo de su bola. Cometió un par de bogeys en sus tres primeros hoyos, sí, pero a partir de ahí comenzó a reconciliarse con un instrumento que no le ha dado demasiadas alegrías a lo largo de su carrera. Jim, disfrazado de metrónomo, volvió a patear bien.
Cinco birdies le valieron para entregar una tarjeta con 68 impactos, alzándole en la primera posición del torneo con un acumulado de menos nueve. Mientras tanto, Dufner sufría para reconocer el mismo campo que tan fácilmente había desnudado el día anterior. “Hubo un par de momentos en los que me sentí muy frustrado, algo perturbado, supongo, por cómo estaban saliendo las cosas”, dijo al terminar con 71 golpes. “Pero en un grande tienes que avanzar poco a poco. El par es un gran resultado y yo conseguí hacer muchos hoy. Me mantuvo atento. Si pierdes la cabeza aquí, pierdes también el ritmo. Te encuentras a la mañana siguiente reprochándote haberte quedado fuera”. Solo está a un impacto del líder.
Su inteligencia a la hora de distinguir los momentos para atacar de aquellos en los que hay que ponerse a cubierto le ha valido la oportunidad de conseguir su primer grande, y también la de redimirse de aquel playoff que perdió contra Keegan Bradley en el 2011. La situación es similar para Furyk, ya que a sus 43 años ha tenido múltiples ocasiones de conseguir su segundo gran torneo. Le han pasado muchas cosas desde aquel triunfo en Olympia Fields en el 2003, la mayoría en forma de debacle en las últimas jornadas. “Llegando al final, creo que el estar relajado no implica que no sienta nervios”, declaró el veterano jugador de Pensilvania. “Creo que significa que me siento cómodo con la posición en la que me encuentro, que me lo estoy pasando bien en vez de agarrotarme”.
Ninguno de los dos primeros clasificados se ha caracterizado por tener una gran capacidad para cerrar los torneos. Se han creado múltiples oportunidades, sí, pero cuando llegaba la hora de la verdad parecían olvidarse del jugador que había llegado hasta allí, dando paso a las dudas. “Cuando has empezado a pensar en presión significa que has empezado a pensar en fracaso”, dijo un día Tommy Lasorda, un legendario jugador y entrenador de béisbol. “Si solo piensas en ganar, es más fácil que pierdas”, comentó en otra ocasión Valero Rivera. “Algunos días, sientes cómo todo tu cuerpo se mueve como quieres. En otros prefiere luchar un poco contigo”, explicó Sergio García en uno de los grandes. Nadie conoce todos los secretos sobre cómo imponerse en los momentos decisivos y son muchas las citas que podrían conformar una hipotética ciencia de la victoria. Sin embargo, todos los que lo han conseguido habían perdido con anterioridad.
Por ello, tanto Dufner como Furyk están más que preparados para alzarse como ganadores del cuarto y último gran torneo de la temporada. Oak Hill seguirá la tendencia natural a endurecerse bajo el sol, provocando errores de bulto en los jugadores más avezados. Henrik Stenson, de vuelta a lo más alto tras unos años difíciles, esperará su oportunidad desde el menos siete, a dos del líder. El novato Jonas Blixt, desde el menos seis, o Steve Stricker y Adam Scott, desde el menos cinco, también podrían dar guerra si comienzan fuertes. Puede que incluso Rory McIlroy, en su última velocidad, produzca una vuelta memorable desde el menos tres. Pero el torneo parece ahora en manos de dos hombres que ya saben lo que significa perder, que buscan su particular venganza contra sí mismos.
* Enrique Soto es periodista.
– Foto: Charlie Riedel (AP)
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