"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
A principios del siglo XX, el fútbol era un deporte en expansión. Gran Bretaña se había encargado de ir mostrándolo al mundo y asentando sus bases allí donde sus intereses comerciales arribaban. Montevideo, puerto comercial de vital importancia estratégica en el cono sur sudamericano, no era una excepción, ¿o sí?
El fútbol que exportaban los ingleses pronto pasó de las clases acomodadas dedicadas a los negocios de exportación/importación y de los colegios privados de la gente de bien a los ferrocarriles, las minas y a todos aquellos que se sintieran inquietos por las sensaciones que se podían experimentar con una pelota. La virilidad y la fuerza expuestas en el estilo de fútbol inglés fueron tomando forma en casi todos los lugares a los que el fútbol llegaba para quedarse.
El estuario del Río de la Plata sería un lugar diferente y así se encargarían de mostrarlo al mundo.
Héctor Scarone vino al mundo en noviembre de 1898 en Montevideo (Uruguay). Muy pronto sintió devoción por el fútbol y por los vínculos que este permitía crear. En su casa, con su hermano Carlos, y en el barrio pronto empezó a destacar en los picados vecinales, al punto de que en 1913, con solo 15 años, decidió probar suerte en el equipo de sus amores, el Club Nacional de Fútbol, que lo rechazó por sus escasas condiciones físicas.
Ya en aquellos tiempos se hacía indispensable tener una morfología y unas características físicas que llenaran el ojo clínico de quienes decidían y, por tal decisión, Héctor Scarone decidió perder un año en formarse físicamente con trabajos específicos de gimnasio para afrontar nuevamente su reto el ejercicio siguiente. En ese intervalo de tiempo, el River Plate uruguayo tentó al joven jugador, que denegó la propuesta, en espera de poder acceder al equipo de sus sueños, el cuadro tricolor, el Bolso.
Una vez en Nacional, Héctor Scarone inició su periplo deportivo, que lo llevaría a formar parte de los equipos que participarían en los más importantes eventos de la época.
Uruguay, en aquel tiempo un país centrado en su desarrollo económico y social, recibía un gran flujo migratorio, especialmente de los países mediterráneos, Italia, los Balcanes, españoles, principalmente gallegos y vascos, y un gran contingente de judíos. Su prosperidad económica y social, focalizada en las exportaciones agrícolas y la industria manufacturera del textil y el cuero, así como la importancia de su puerto como centro comercial estratégico de la zona, hacían del país un lugar atractivo para vivir. Su legislación abierta y avanzada para la época y las posibilidades de medrar hicieron que pronto empezase a tener influencia en el ámbito internacional.
A medida que la sociedad iba estructurándose, el fútbol fue ganando terreno en los gustos populares y consolidándose como una nueva religión de las masas. A ello contribuyeron, entre otras cosas, la evolución y la característica particular que se le dió al juego en la zona rioplatense.
El fútbol pasó a convertirse en un deporte de habilidades y destrezas y no en un juego de fuerza e ímpetu. La fortaleza física dejó de ser relevante para dejar paso al juego creativo e improvisado de los niños de la calle. Uruguay, al igual que Argentina, hizo suyo el dicho de “cortita y al pie” como forma y estilo particular de entender el fútbol. Y aquí es en donde destacaba Héctor Scarone.
Delantero de época, jugando de interior izquierdo en las formaciones netamente ofensivas del momento en donde se jugaban con cinco jugadores avanzados, se caracterizaba por dominar ambas piernas, una gran destreza en el regate y una visión de juego única, que le permitía hacer del pase, tanto corto como largo, una virtud al servicio del equipo. Su capacidad para entender el movimiento de sus compañeros, innovadores en el juego combinativo, hizo que pronto pusiese en liza su virtud principal, el liderazgo del grupo. A través de sus inmensas capacidades técnicas, el equipo crecía en el desarrollo de su juego ofensivo, evolucionando el mismo hasta cotas en ese tiempo insospechadas.
Su otra virtud, el gol, bien por disparo o bien por su excelente remate de cabeza, hizo que pronto, unida a la conjunción de sus habilidades contextualizadas dentro de un juego adaptado a las mismas, destacara en todos los ámbitos, para ser considerado el mejor jugador del momento.
Una de sus aportaciones al fútbol fue la pared, junto con su compañero y amigo Pedro Petrucho Petrone. El juego dinámico que practicaba el Club Nacional de Fútbol hizo que esta acción pronto fuese mundialmente conocida y su aporte al combinado nacional convirtió el estilo de juego corto en el incipiente paso al desarrollo del juego combinativo y de posición.
Su carácter especial, hizo que pronto se despertase en él la necesidad de trascender públicamente, el Mago Scarone, que así lo conocían, pasó a ser una figura relevante después de ir cosechando éxitos individuales y colectivos con su club y con la selección nacional. En 1924 conquistó con Uruguay su primer título relevante, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París, al vencer el combinado charrúa en la final al combinado suizo por tres goles a cero. En este campeonato se dieron anécdotas que trascenderían después a la historia del fútbol.
Una de ellas es el espionaje al que fue sometida la selección en sus sesiones de entrenamiento por uno de sus rivales, Yugoslavia, que envió a un representante suyo a valorar y conocer los métodos empleados por los uruguayos. Al conocer dicha circunstancia, el equipo charrúa decidió hacer una pantomima de sesión, haciendo del error virtud y convirtiendo la práctica en un completo desastre. Los yugoslavos, confiados, pensaron que la fama previa que traían los uruguayos era fruto del desconocimiento general y salieron confiando en ganar el partido. Craso error: Uruguay se impuso por 7-0, haciéndo un debút histórico en la los Juegos Olímpicos parisinos.
Otra anécdota que pasará a formar parte de la historia viva del fútbol es la reacción de los jugadores una vez ganada la final contra Suiza. En agradecimiento al reconocimiento del público, todo el equipo uruguayo decidió dar la vuelta al campo y aplaudiendo a los presentes. Nacía así la vuelta olímpica que dan los campeones tras la consecución de su logro.
Cuatro años más tarde, el equipo uruguayo viajaría a Ámsterdam para defender el título en los Juegos Olímpicos de 1928, en los que se impondrían en la final a su rival histórico, Argentina, por 2-1, siendo el autor del segundo gol Héctor Scarone, el Mago, el Gardel del fútbol.
Pero además de haber destacado en los Juegos Olímpicos, en donde Scarone dejó al fútbol internacional toda su clase y categoría, lo repitió en el viaje que hizo el Club Nacional de Fútbol por Europa en 1926, cuando su fútbol y sus particularidades técnicas hicieron que fuese considerado el mejor jugador del momento.
En esa fecha, como era costumbre en muchos equipos con posibilidades económicas, Nacional decidió dar a conocer su potencial viajando a España e Italia. Ahí se pudo enfrenar al F. C. Barcelona del mítico Josep Samitier o al Genoa italiano, entre otros equipos punteros del momento. El talento individual de Scarone, unido al enorme potencial de sus compañeros de equipo, hicieron las delicias del público europeo, poco acostumbrado al fútbol preciosista y delicado de los jugadores uruguayos. Scarone fue considerado el mejor y más espectacular jugador de la gira, su técnica individual y su capacidad para adaptar sus virtudes al juego del equipo hicieron de él el principal referente del juego ofensivo de su equipo.
En esa época le llegó la primera oferta para jugar en el extranjero: el F. C. Barcelona le ofreció formar parte de sus filas, siendo este el primer precedente de gran fichaje a escala internacional. En Barcelona se juntó a estrellas del calado de Samitier, pero la experiencia no resultó del todo fructífera. La adaptación a una nueva vida y los posibles celos profesionales y circunstancias diversas hicieron que la experiencia en el equipo culé no fuese del todo satisfactoria. Además, la oferta de un contrato profesional por parte del equipo catalán retrajo las ansias de fútbol del astro uruguayo, más interesado en formar parte del combinado nacional que defendería título en los juegos de Ámsterdam. Sabedor de que si aceptaba el contrato no podría participar en los Juegos, decidió volver al Uruguay y continuar su carrera en el club de siempre, Nacional, con el que logró mantener su estatus de estrella del fútbol y su condición de amateur, volviendo además a su profesión de toda la vida, cartero, oficio que nunca abandonaría hasta su jubilación del servicio nacional de correos uruguayo.
Después de una década de éxitos y reconocimientos, Héctor Scarone logró formar parte de la mítica selección uruguaya que participó en el primer mundial de fútbol, que se celebró en su país en 1930.
A pesar de que su estado de forma ya no era el mismo que en años anteriores, seguiía atesorando calidad y carisma suficiente para representar un gran papel en una selección que manifiestaba como nunca el estilo de fútbol rioplatense. En el estadio Centenario, Uruguay, con Scarone entre otros, alcanzó su primer campeonato mundial, confirmándose como la gran dominadora del fútbol de la época, añadiendo una estrella más a los dos oros olímpicos que coronaban su escudo. Scarone pasó a la historia del fútbol uruguayo como uno de los integrantes de la primera selección campeona del mundo.
* Alex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol.
– Fotos: Spaarnestad PHOTO
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal