Hay una tendencia extendida en el fútbol base que consiste en clasificar a los entrenadores en dos grandes bloques: formativos o competitivos. Se hace como si habláramos de dos conceptos antagónicos, irreconciliables, de dos mundos diferentes. El principal argumento que se utiliza para hacer la división es si el técnico en cuestión busca resultados (o sea, ganar) o no. De ahí nace la confusión. Porque todos los entrenadores de base buscamos el mejor resultado en cada partido. Sí, todos queremos ganar. Lo que realmente debemos analizar no es el objetivo, sino qué camino escogemos para obtenerlo. Es aquí donde se debe poner el foco, en el proceso, no en el objetivo. Por lo tanto, volviendo a la dicotomía a la que hacíamos referencia al principio, la división debería hacerse entre entrenadores formativos y resultadistas.
Los primeros son los que establecen unas prioridades, dibujan un marco de trabajo, crean las condiciones para que el grupo de jugadores hable el mismo lenguaje técnico-táctico, fijan como prioridad el estilo que se ha elegido para conseguir el objetivo (ganar) y lo establecen como un bien superior; transmiten a los jóvenes jugadores que el proceso, el cómo, es la prioridad, y que siendo fiel a él habrá una consecuencia: la mejora de rendimiento y, como colofón, los buenos resultados. Seguir estas líneas requiere paciencia, entender que habrá altibajos en la progresión de los jóvenes jugadores y que ser fiel a estos procesos de aprendizaje nos deja expuestos (aunque no es matemático que sea así) a reveses en la competición a corto plazo (derrotas). Pero servirá para crear bases sólidas en los futbolistas de cara a las próximas temporadas.
Tomemos un ejemplo práctico para aclararlo. Tenemos dos equipos que, durante una temporada ganan la mayoría de sus partidos y quedan primeros de sus respectivas ligas. Al inicio de la campaña siguiente hacemos un seguimiento de las habilidades técnicas y tácticas que tienen los jugadores que los formaban. En el primer equipo que analizamos, el 90 % de los futbolistas dominan todos los aspectos del juego que les corresponden por edad. Ese es el fruto del trabajo de un entrenador formativo. En el otro, que obtuvo las mismas victorias que el primero, solo el 10 % de la plantilla domina los registros que deberían tener consolidados, tanto en lo referente al aspecto técnico como al táctico. Este es el resultado de los métodos de un entrenador resultadista, que no competitivo.
La competición no es enemiga ni rival de la formación. Es un elemento más, importante y estimulante, siempre que se utilice bien, del proceso formativo. En cambio, la búsqueda de resultados haciendo caso omiso a los procesos de aprendizaje o centrándose solo en explotar las condiciones de uno o dos jugadores es empobrecedor.
* Martí Ayats.
– Foto: Lluis Gené (AFP)
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