«Mientras yo sea presidente, el Real Madrid será siempre de sus socios». Hotel Palace, Madrid, 31 de mayo del 2013.
Abierto el proceso electoral, el ser superior desciende desde las alturas y se lanza a conceder entrevistas como si no hubiera mañana, como si tuviera algo que contar. A unos los aburre con palabras vacías; a otros les pasa, con razón, la factura por su parte de culpa en el tóxico ambiente en el que ha vivido el club en los últimos cuatro años. La autocrítica, eso sí, no aparece por ninguna parte, pues la excelencia no se la puede permitir. Salta Florentino de una radio a otra, aparece en las portadas de los periódicos apoyando al Gobierno y posando delante de lo que parece su jardín particular, coronado al fondo por la que sin duda es su obra más importante como presidente del Real Madrid, esas cuatro torres galácticas, cimas de la cultura del pelotazo que tanto mal ha hecho a España.
Sabe el presi del Real Madrid que puede serlo el tiempo que quiera. Las elecciones, cuando las hubiera, serían un trámite, un pequeño obstáculo en el camino hacia su verdadero objetivo: llevar al Real Madrid al lugar que le corresponde. ¿Cuál es ese lugar? No se sabe a ciencia cierta. Hace unos años la meta era la excelencia y la excelencia era ganar. Ahora, con estar cerca (a punto de ganar la Champions, dice él) Florentino se conforma. Si no es Valdano será Zidane y si no es Mourinho será el que venga, da igual. Todos cumplen la misma función: son piezas del tablero que maneja a su antojo, caramelos que les tira al pueblo para mantenerlo contento mientras él sigue infalible con rumbo fijo hacia el éxito y la grandeza. La figura de Florentino Pérez se asemeja a las de los monarcas ilustrados que durante el siglo XVIII gobernaron para el pueblo pero sin el pueblo. Ahora es para los socios, pero sin los socios.
Rescató a un club que estaba en una situación típicamente española: ahogado en lo económico pero capaz de guardar las apariencias en lo deportivo. Si ese Real Madrid de Lorenzo Sanz hubiera existido en los años finales de la burbuja, ahora se habría dicho de él que vivía por encima de sus posibilidades. Y seguramente así fuera. Pero llegó Florentino para ponerlo todo en orden, su orden, y avalar lo que hiciera falta con su patrimonio personal, como bien se ha encargado de recordar estos días, un poco como Aznar, que no para de recordarnos que con él se crearon no se cuántos millones de milagros económicos. Yo, la verdad, no le culpo. A Florentino, no a Aznar. Si cuando te vas resulta que llega al club un tipo como Ramón Calderón, normal que crezca en ti, humildemente eso sí, esa vanidad que te hace creer que el Real Madrid te necesita.
La frase con la que empieza este texto deja bien claro que no hay alternativa posible al florentinismo. Quizá exagero. Sí la hay, pero es el infierno, algo terrible: que venga un jeque (uno de esos seres nacidos de la oscuridad del crudo) y haga y deshaga sin tener que rendir cuentas a nadie. Esa fue una de las excusas para establecer unas condiciones para presentarse a presidente que solo cumplen Florentino, el Rey (si contamos sus cuentas en Suiza) y Emilio Botín. De esa manera, Florentino Pérez pasa de presidente a candidato y otra vez a presidente en apenas dos semanas. ¿Y lo socios? «Déje que le diga que cuando yo llegué al Real Madrid tuve que avalar…».
* Darío Ojeda es periodista.
– Foto: EFE
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