Hay una baja importante para el derbi sevillano de este fin de semana: Joaquín Sánchez. Para la gente de la ciudad, Joaquín siempre será bético, ya que es imposible imaginárselo con otra camiseta, aunque haga muchísimo tiempo que ya no vista de verdiblanco. Su imagen con el murciélago en el pecho o el celeste boquerón no ha calado en absoluto en la tierra, aunque el ídolo sea gaditano y sólo hispalense de adopción. Yo enfrente de él siempre me imagino a Jesús Navas, su homólogo particular, uno en cada orilla de la rivalidad, los dos artistas distintos pero parejos en el mismo palmo del campo, ambos desbordando por el carril derecho. En Sevilla, Joaquín es la nostalgia del talento perdido y el arte disperso, un duende incomprensible que no se ha vuelto a ver. Su gloria le viene, sobre todo, de aquel Betis de Serra Ferrer de Champions, campeón de Copa y capaz de ganar al Chelsea de Mourinho en casa, en una noche de embrujo y fortuna. “Con el 17, la finta y el sprint: ¡Joaquín!”. Pero aquellos tiempos ya pasaron.
Joaquín se marchó hace tiempo. Antes Lopera se jactaba de las mareantes ofertas que rechazaba para venderle, esa cosa tan sevillana de sacar pecho por poca camisa que se tenga y mucho aire que se necesite. Se habló del Madrid, pero sobre todo del Chelsea, del ruso que iba detrás de Joaquín y al que Lopera daba largas en inglés y en andaluz. Luego, buen rebote se cogió el presidente Don Manuel cuando su jugador franquicia se desdijo y quiso irse de verdad del Betis, y Lopera resolvió mandarlo castigado al Albacete, a galeras a remar. Terminada la pantomima y el culebrón, Joaquín acabó en el Valencia, una novia buena pero sin el caché de sus supuestos pretendientes. Cambió el Guadalquivir por el Turia y sus faenas continuaron, pero fueron haciéndose cada vez más caprichosas. No acababa de entenderse con sus entrenadores, Quique, Koeman, Emery. Nunca estuvo cómodo en la competencia por su puesto y a veces salía perdiendo, sobre todo con Pablo Hernández. Acusó una doble dinámica descendente, la suya propia, al recalar en un club aspirante, no campeón, y al dejar de ser convocado con la Selección española; y la del propio Valencia, que desde la marcha de Benítez no terminaba de despuntar. En suma, Joaquín se quedó a las puertas, figura pero no estrella, equipo grande pero no top, goles, asistencias, regates, pero pocos suspiros en la grada y no digamos títulos por ganar. Joaquín perdió el protagonismo y dejó de brillar. Se ausentaría del ruido y del elogio, de la jugada destacada, del destello de resumen de televisión. Desapareció del mapa de los mejores.
Pero la aventura malagueña reactivó sus tardes de puerta grande. El equipo de Pellegrini jugaba bien y ganaba partidos, con Joaquín en la banda diestra buscando su vuelo. El club invierte mucho y consigue meterse en Champions, y al año siguiente se convierte en el equipo revelación de Europa. Joaquín es pieza clave de este crecimiento, que le saca de su camino anodino de los últimos años. Querido, mimado, con viento a favor el portuense sabe sacar lo mejor de sí mismo. Joaquín vuelve a Andalucía y renace a pellizcos, sea casualidad o no. No es la maravilla verdiblanca de desborde y goles castizos, pero el hombre vuelve a ser feliz y se le nota. En Sevilla ven sus partidos con silenciosa admiración. Se alegran por él, pero una parte de sus seguidores querría, cariñosamente, que le fuera un pelín peor, para que acabara por volver al Betis a dejarse cumplir sus últimos años de profesional. Es una forma de verlo muy particular, muy de la tierra, pero tiene cierto sentido.
Este círculo se cerrará tarde o temprano, esperamos que una versión más favorable que la de José Antonio Reyes volviendo al Pizjuán. Joaquín volverá al Villamarín y allí recordarán bien su desempeño desigual, a lo Curro Romero, obrando una tarde mala, una regular y luego dos buenas a rabiar. Es imposible saber al comprar la entrada si se verá al Joaquín estelar o a la versión desganada y espesa. A él le sale o no le sale, pues nadie faena simplemente a voluntad, aunque su naturaleza voluble haya acabado con la paciencia de más de uno. Ignorando si, cuando ya le resten pocos partidos, será Gordillo de vuelta o el Ronaldinho del Milan, se le espera igualmente con los brazos abiertos para que trate en vano de remediar la nostalgia que se siente en Sevilla cada vez que se recuerda su magia de las tardes pasadas. Faltará un jugador verdiblanco en el Sevilla-Betis de este domingo en Nervión –es un decir–, y será un futbolista al que todos quieren pero da rabia mirar, porque iba para leyenda y se quedó en artista nada más.
* Carlos Zúmer es periodista.
– Foto: Susana Vera (Reuters)
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