“Estamos todos muy preocupados por el estado de Johan y esperamos que se mejore”. Quien habla es Andoni Zubizarreta, la tarde del 26 de febrero de 1991, a punto de subir al autocar del equipo que llevará a los futbolistas del Barça a la concentración previa de un partido de Copa contra la UD Las Palmas. Johan Cruyff acaba de sufrir una insuficiencia coronaria aguda y deberá ser sometido a una operación de urgencia al día siguiente. A corazón abierto. El de Johan, entrenador emergente de un equipo que aún no era el Dream Team en su esplendor, fue uno de esos episodios que sacudieron como un puñetazo. El Barça ha vivido varios de mucho calibre, quizás ninguno tan trágico (aparte del asesinato del presidente Josep Sunyol en 1936) como el de Julio César Benítez, un fenomenal lateral uruguayo fallecido en circunstancias nunca aclaradas en abril de 1968. Otros, felizmente resueltos como el accidente de automóvil de Hansi Krankl y su esposa Inge, ingresada en estado gravísimo, víctima de hasta dos paros cardíacos, necesitada de numerosas transfusiones de sangre. El agobiante secuestro de Quini, 25 días en cautiverio en un zulo de Zaragoza. El infarto de Cruyff. El tumor de Abidal. El de Tito. El segundo de Abidal. El segundo de Tito. Mazazos.
Ningún equipo, ningún club, permanece ajeno a las vicisitudes de la vida. En pocos años hemos sufrido pérdidas estruendosas en el fútbol, jóvenes brillantes y prometedores o más modestos, pero todos llenos de ilusión y energía, se fueron, dejándonos encogidos y doloridos. Menciono los casos recientes del Barça porque han sido muchos en los últimos años, pero ni siquiera tal cantidad permite acostumbrarse a semejantes golpes en la mandíbula. El miércoles, Tito. Otra vez a la lona y otra vez el recuerdo de tantos malos tragos. En realidad, estas líneas no pretenden llegar a ninguna conclusión: simplemente, ocurre. Sucede. El boxeador de la enfermedad, del accidente, de lo inesperado, anda apostado por las esquinas y golpea. Te tumba y derriba. No hay nadie preparado para encajar el golpe, en especial porque casi siempre llega de improviso. No hay privilegios, sino que el boxeador reparte sus bofetadas como y donde le place, a ciegas. Te vas a la lona y toca levantarse. Uno repasa los años vividos y son tantos los golpes que no caben en la lista de la lotería. ¿Qué hacer ante semejante sucesión de puñetazos? No queda más receta que la testarudez, empeñarse en seguir de pie incluso cuando la tarde se ha puesto fea y las noticias aturden. El Barça ha actuado con sensatez y sensibilidad, reflexionando sobre la dureza de los golpes y encomendándose a sus creencias deportivas, sin dejarse influir por la contundencia del boxeador ni perdiendo los nervios cuando más fácil resulta. Es en estas horas en que besas la lona cuando más valor adquiere el sentido común y la tenacidad; cuando más sentido adquiere la coherencia entre proclamas y decisiones. Levantarse es el mensaje.
– Foto: EFE
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