Cada vez que Messi marca uno de sus goles planetarios, un adjetivo se suicida, con lo que la necrológica de los adjetivos suicidados alcanza un tamaño formidable, hasta el punto que el diccionario anda lanzando señales de socorro. La misma suerte están corriendo los conocidos adverbios de tiempo, lugar y cantidad desde que Xavi, Iniesta y Cesc decidieran cambiar la oración completa del juego. Y no digamos los pronombres, temerosos de Busquets, capaz de conjugar los posesivos con los indefinidos sin el menor rubor.
La mirada tradicional con que veíamos el fútbol ya no sirve para desmenuzar al Pep Team. Estamos obligados a cambiar de ojos para comprender lo que está sucediendo, no sea que nos quedemos ciegos por no ver la realidad del cambio histórico que está sugiriendo este equipo en el fútbol mundial. No son únicamente sus triunfos y victorias, imprescindibles como gasolina del cambio, sino el modo de jugar, la metamorfosis incesante que generan sus futbolistas, el derribo de muros tópicos e ideas preconcebidas como el físico, el músculo, los especialistas o los complementos, arrasado todo por la potencia del fluido. El Barça decidió hacerse líquido para burlar todas las presas y compuertas. Hacerse agua para escurrirse entre los dedos del equipo rival. Ya no es la flexibilidad del junco que se dobla ante el huracán, sino la propia ausencia de forma, la desaparición del cuerpo, puro escapismo sobre el césped.
Explicó Zygmunt Bauman en su Modernidad Líquida que las identidades han dejado de ser sólidas en tanto que soluciones permanentes y definitivas, transformándose en un cambio constante de forma. De ahí que podamos hablar ya de un Barça líquido, alejado de criterios inamovibles y bases sólidas, pues parece haber adoptado la ingravidez como paradigma de la alquimia guardiolista. Consciente que con la vocación ofensiva y los conceptos básicos del juego no le bastaban para superar los obstáculos que, día a día, crecen y se multiplican, el entrenador optó por avanzar en la búsqueda de la fluidez y todas las decisiones adoptadas caminan en dicha dirección: abandono de la solidez, desaparición de las formas clásicas, apuesta por el equipo líquido, del que no se adivina su principio ni su final, ni quién es quién. Donde todo es disimulo y nada es lo que parece, ni el portero ni el extremo, ni el lateral ni el goleador. Equipo impostor que parece una cosa y hace la contraria: sin gente en las áreas, golea y se defiende mejor que cualquiera. Carente de forma reconocible, su fluidez le hace huir de los dibujos estáticos y las formas definibles, consiguiendo que el contrario no pueda atrapar nunca ese fantasma en forma de agua que se desliza entre las manos sin hacer ruido, casi sin mojar.
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