"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
El juego del nuevo Barça de Tito ha dejado hasta hoy sensaciones dudosas, aunque no es descartable que algo tenga que ver la memoria, que siempre tiende a magnificar el pasado, lejano o reciente, y ahora nos hace creer que el Pep Team fue siempre un muro de hormigón armado al que nadie hacía ni cosquillas, como si no hubiese existido nunca un Atlético de Madrid eléctrico y reivindicativo, un Shakhtar Donetsk terriblemente amargo, un Hércules pegajoso o un Estudiantes de La Plata tenaz, agudo y sulfúrico. Aquel maravilloso Barça, adolescente del actual adulto, también tuvo períodos raros y complejos, momentos espesos y noches inciertas como el equipo de estos días presentes. Pero hoy no pretendía escribir de incertidumbres en el juego, ni de procesos sucesorios, sino de una certeza aplastante: el Barça de Tito es un formidable animal competitivo.
Solo así puede entenderse ese dato contundente de 16 goles marcados durante los minutos finales (del 70’ al 90’) en nueve de los partidos oficiales disputados hasta ahora. Porque para lograr semejante resultado, prácticamente a dos goles por encuentro en dicho tramo de tiempo, hay que estar muy convencido de las propias fuerzas, del juego desarrollado, de las capacidades atesoradas y también ser muy consciente del enorme desgaste infligido al contrario. Digamos antes de proseguir que, por descontado, también hay que tener mucha fortuna para lograr tantos goles en momentos de alta tensión, especialmente en la denominada Zona Cesarini, pero son unas cifras demasiado rotundas como para centrarlo todo en la suerte. Esa suerte hubo que ir a buscarla a la cima de una montaña cada vez: no cayó regalada del cielo. La suerte de los campeones solo existe si el campeón se comporta como tal: compitiendo siempre al 100%, sin reservas físicas ni mentales; pulsando los recursos del rival para atacar sus debilidades (¿acaso no era eso lo que hacía Muhammad Alí cuando bailaba como una mariposa?); persistiendo más allá de la tozudez y el aburrimiento, más allá del conformismo. En esos casos acostumbra a llegar la fortuna, que no es más que otro sinónimo de una ecuación que reúne talento, esfuerzo, ambición y confianza en uno mismo.
Es ahora precisamente cuando se aprecia mejor lo ocurrido la temporada pasada en varios encuentros de fácil recuerdo (Real Sociedad, Osasuna, Espanyol por citar algunos), donde un equipo con idéntico talento al actual dejó escapar puntos como el puente deja pasar el agua. Ganar innumerables títulos y disputar cientos de partidos desgasta la mente y colma la sed; posiblemente aquellas derrotas estuvieran muy relacionadas con dicho agotamiento o hartazgo. Lo que parece cierto es que la pérdida de dos títulos (Liga y Champions) ha provocado el efecto contrario: un hambre voraz que compensa las incertidumbres del juego. La impresión de estar, de nuevo, ante un competidor feroz que no está dispuesto a rendirse ni cuando en el reloj ya suenan los adioses.
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