¡Maño!,
Perdona por la voz de saludo, no era mi intención sobresaltarte. Y disculpas por el epígrafe: Pongo The magnificient five y no Los 5 Magníficos, como correspondería, en aras de darle al alias rimbombantes aires de moderna globalización y mayor empaque aún del merecido. Te explico, Martí: Si fuera aragonés, no ya zaragocista, no me conformaría con pegarle la bulla al tal Agapito en el minuto 32 y basta, no. Se la daría con una pancarta perenne bajo su empresa y domicilio. Y en el cartelón reivindicativo, la foto de Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, a ver si así se acuerda de respetar, honrar y enaltecer el patrimonio sentimental de su gente, en particular, y de todos, en general. Por cariño, me he dedicado a rebuscar una instantánea de equipo clásico, de los tiempos gloriosos, con la divina comparsa de Yarza; no reconozco si Irusquieta o Cortizo (lo siento, dudo), Santamaría, Reija y País con Violeta en la media. Equipazo de carrerilla, caviar Beluga a cucharadas soperas. Hacia los maños me dura el agradecimiento desde que nos enviaron a Valero Serer, ídolo histórico del Nàstic, porque no cabía en esa foto. Y eso que era bueno hasta decir basta. Pero con este once te chupabas los dedos y los sacarías a hombros del hipotético ruedo.
No me extenderé: Yarza, su sempiterno arquero, bajito aunque digno de figurar entre los grandes contemporáneos de su oficio. Santamaría -no confundir con el madridista-, central de los que marcaba la raya. Severino Reija, lateral internacional. Violeta, la institución del club antes de llegar a Xavi Aguado… Y Endériz, Sigi, Encontra, Murillo, Isasi… Bueno, freno aquí. A lo que iba: Agapito y sus antecesores en el cargo, que su parte de culpa pecharán en el desaguisado, merecerían que les acompañara un coro por las calles, e incluso en el sofá de su casa, repitiendo tales nombres hasta la ronquera, como un mantra. Así recordarían la penitencia impuesta y el castigo obligado por ser infieles a la tradición, a la mejor época, esa que abandonaron sin la menor explicación ni argumento. Abre las carnes, Martí, ver al Zaragoza colista destacado, resignarse de nuevo a la Segunda, casta impropia para su categoría y potencial. En los prodigiosos 60 cazaron dos Copas y una europea de Ferias y si debo serte sincero, siempre me pareció pírrico botín. Normal para institución tan señera en su tierra, escaso para la valía de sus estandartes. Por no extenderme: Con Villa y Lapetra en el ala izquierda, servidor se iba al último estadio del mundo. Y en especial con Lapetra, exterior retrasado avant la lettre, poseedor de una zurda descomunal.
Y ahora, así les ves, no me digas que no genera grima. Para ganarte el apelativo de 5 Magníficos, por analogía al western de siete, recién estrenado entonces, tus méritos resultaban de oro en barras o no te daban la licencia. Era entonces costumbre en el oficio agudizar el ingenio para hallar el alias que te brindara pasaporte a la posteridad: Los Stuka, la Orquesta Canaro, la delantera de seda, etcétera largo de postguerra inacabable. Si fuera yo el citado Agapito, antes gastaría mi patrimonio en aras de la dignidad colectiva que verme perseguido en pesadillas por la situación actual. O para eso, no haberte metido. De ahí a hoy, hay que hacerlo todo fatal, al revés, casi ni a voluntad. Y por donde brillaron los Bustillo, Seminario, Diarte, Valdano, Ocampos y tantos, reina ahora la más rotunda inanidad tras acumular el desfile de dos mil nóminas que no valen lo que cotizaría un solo Saturnino Arrúa. Tan mal les veo, es evidente, que sólo resta enviarles el recuerdo y los recuerdos de alguien que temía al Zaragoza con sólo ser nombrado, que respetaba a los blanquillos por saber que figuraban, fijo, entre la élite del gremio, que les esperaba gracias a su vocación de agradar en la práctica del futbol. Y ahora, Agapito, tienes el jardín de Mesopotamia hecho un triste solar de dónde huyen las piedras…
Nada, Martí, apunta otra cita irrenunciable: Darnos una vuelta por la Romareda y agasajarle los oídos con sus propias alineaciones de postín. Para que no se olvide, ni olvidemos, ni descienda la adrenalina en la justa reclamación de sus parroquianos. Si, tan bestial y desagradable nos resulta también el desguace visto y comprobado desde fuera.
Hablando de maños, acabo con don Luis Buñuel, genio de Calanda. En su fantástica biografía, Mi último suspiro, se quejaba a su guionista Jean Claude Carrière sobre el exceso de información, el peor mal de los tiempos presentes. Y eso, sin saber que existiría la Red. Lo de genio no es por adular, qué va.
Que disfrutes cuanto lleves entre manos, Martí.
Torrero, 28 de febrero de 2012
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