Mi querido amigo:
Convendrás conmigo en que resulta harto difícil sentirte orgulloso de ser el causante de derramar lágrimas ajenas. Normalmente, son lágrimas negras, de las que canta el maravilloso Diego el Cigala. No temas, no pienso entristecerte la perspectiva del fin de semana. Esta vez, para el caso que quiero plantearte, fueron gotas de plena felicidad. Al fin y al cabo, al menos desde mi punto de vista, en la tremenda foto de Rod Stewart desbordando gozo por el lagrimal en Celtic Park, apenas refrendada la victoria de su equipo sobre el todopoderoso Futbol Club Barcelona, se concentra en perfecta síntesis el retrato de toda una época de esplendor. Barcelonista, por supuesto. Los católicos de Glasgow, que apenas han surfeado por Europa desde aquella final de Copa conseguida en el 67, recibieron de sus héroes, según definición del propio entrenador, el mejor regalo posible en la celebración del 125º aniversario de su clásica existencia. Una victoria por 2-1 que aquí, por tu tierra de origen, debería ser leída e interpretada como si fuéramos enfervorecidos supporters de las franjas verdiblancas.
No te echas a llorar si no eres consciente de la hazaña, si no valoras que has derrotado al adalid de la admiración más genuina, el amo del fútbol mundial en el transcurso de los últimos cursos, el equipo bello, el que propone arte, emoción y espectáculo a partir de sus archisabidas señas de identidad. Y este es el Barça, como antes lo fueron otros que tú, yo y el amable lector sigue teniendo bien presentes, al margen de fanatismos, colores y que se tienda hoy a justificar cualquier rueda de molino para comunión a base tan sólo de vísceras. Apenas recordaré un ejemplo histórico: el Leeds inglés, que llegó a ser la repanocha en su momento, decidió vestir de blanco por admiración hacia el Real Madrid de Di Stéfano. Expuesto quede por si algún seguidor no lo recuerda.
Existen barcelonistas, haberlos, haylos a manos llenas, enfurruñados por el traspié del pasado miércoles. Pues aquí, compartamos la reflexión en jugarreta, vamos a proponerles repasar de nuevo el vaso de esa derrota para verlo rebosante, reverso del que ellos vieron momentáneamente medio vacío. Si el Barça hace llorar de emoción a Rod Stewart, auténtico fanático que ha visto fútbol de todos los colores desde los tiempos de Billy McNeill, Jimmy Johnstone y el entrenador Jock Stein, estandartes de sus quince minutos de gloria europea, señal de que el club catalán ha realizado la tarea en los últimos años de manera pletórica, inmejorable. De vez en cuando, más allá de títulos y reconocimientos puntuales, sienta bien acercarse a estudiar la reacción de otros, a observar con atención su comportamiento y alegría para saber cuáles son las coordenadas de GPS, dónde estamos, ser justos y evaluar sin pasión el camino recorrido. Parafraseando a Felipe González, esta sí fue una derrota dulce, desprovista de consecuencias deportivas y facturas por pagar. Más bien todo lo contrario: perder contra un equipo notoriamente peor, consciente de su inferioridad y de tu hegemonía, debe generar orgullo a espuertas. Para llorar con tal sentimiento, Rod Stewart debe admirar mucho, muchísimo al Barça, a sus jugadores, sus rasgos de carácter sobre la hierba y la dimensión de esta personalidad a la que, desde su propia casa, a veces se exige bajo un punto cruel de perfección. En el fútbol, en el deporte y en la vida se pierde y se gana, tales son las normas del juego. Lo que importa es aprender las lecciones y, efectivamente, la foto del creador de la preciosa Maggie May nos deja mil palabras de reflexión a poco que nos paremos a meditar.
A ver, querido, si es capaz la masa social del barcelonismo de reconocer las múltiples ventajas que comporta la existencia una vez te instalas en la gloria y apreciarlas cuando alguien te vence para sentirse el club más afortunado del mundo, aquel que, una vez, fue capaz de vencer al maravilloso Barça de los años diez del nuevo milenio. Y como antídoto para obcecados en la defensa de su particular trinchera, por si este Magazine dispusiera de tales lectores –que lo dudo–, ratifiquemos el ejemplo de satisfacción en la derrota (o empate, para el caso) con un ejemplo aún fresco: no hubiera celebrado Francia las tablas agónicas en su pulso contra la selección de Del Bosque en el Manzanares como la gozaron Deschamps, Benzema y su cuadrilla, L’Equipe y hasta en la remota aldea de Astérix, de no tener delante a una tricampeona que lleva la batuta del concierto mundial con mano digna de Zubin Mehta. No fastidiemos, pues, con la manía de echarle agua al vino cuando ese tipo de lecciones sólo sirven para lo mismo que cuando el amigo te cuenta achaques de salud y tú, tan feliz, vas pensando “Virgencita, menos mal, que me quede como estoy”. Pues eso, que ya nos entendemos con sólo dos frases o una mirada, Martí. Qué orgullosos deberían estar los culés gracias al jolgorio organizado por los católicos de Glasgow.
Cuídate, un abrazo y disfruta del fin de semana, caballero.
Poblenou, otoño del 2012
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Foto: Captura de la retransmisión de Sky Sports
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal