"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Mi admirado colega:
Disculpas de antemano por la reiteración, ya te susurré en el anterior parte meteorológico que me convenía vaciar el buche a propósito de Las Tres Derrotas, ese ciclón en estado de ánimo que amenaza la estabilidad, física y mental, de la parroquia culé. De confirmarse la eliminación en Champions, eso de Las Tres Derrotas bien podría quedar cincelado en mármol, en las antípodas, un suponer, de Les Cinc Copes o celebración histórica de cariz similar. Las Tres Derrotas son ya como las dos cruces de la copla, aquellas clavadas en el monte del Olvido por dos amores que han muerto, pero en exagerado desgarramiento. Así que descendí de la azotea tras otear el panorama, me han entrado ganas, Martí, de sacarme unas perrillas con la ayuda de un diván plegable a instalar cada vez que me asalten por la calle o en cualquier estancia pública con la brasa de moda. En lugar de blandir arma intimidatoria, sueltan a quemarropa el ahora constante ¿cómo lo ves? y ya está liada, media hora en la improvisada consulta. No quieren los pacientes accidentales receta, terapia ni consuelo, apenas escuchar aquello que desean fervientemente oír: un “Pasaremos” tan contundente como el “Volveré” de Douglas McArthur en Filipinas. Si optara por ese laconismo hipócrita, igual me besarían las manos antes de proseguir cada cual su camino, pero, como sabes, soy la excepción a la regla tópica del catalán y el negocio y busco ya la manera de amortizar la inversión de tiempo dedicado a cada sermón de los míos, que no pretende confortar a tales almas en pena, por mucho que sólo deseen eso. Hemos pasado de la tempestad a otro estado, no sé si peor, consistente en oír una y mil voces desde cualquier rincón o trinchera que pueden prometer y prometen el pase a cuartos. Que lo suelten los futbolistas, pase; al fin y al cabo, son los protagonistas del asunto y presentan trayectoria digna de confianza, aunque en este Barça ya no disponga de crédito ni Gamper, por no caer en la blasfemia.
Les ha dejado Las Tres Derrotas el alma seca como la mojama y a la tarea del arriba ese ánimo se apuntan diarios, tertulias y diversos lavaderos de confraternización, convencidos de que si se lo dicen unos a otros acabará siendo verdad, fe de raíz esotérica y un tanto postmoderna. No es ese su teórico trabajo, pero, mira, se han lanzado en aluvión a repartir esperanzas como si fueran caramelos. Quedan atrás los días de soltar espuma por la boca y búsqueda de presuntos culpables para linchamiento público. Ahora, Martí, acabamos de entrar en otro nivel, no sé si propio de la tercera fase o del cuarto milenio. Entre los pacientes ocasionales nadie apunta soluciones o maneras de jugarle al Milan, no hacen falta razonamientos, ni variantes en la hipotética alineación. Como la lista de argumentos que justifican el reciente bajón de rendimiento y resultados es larguísima cual día sin pan y vivimos en el tiempo de la inmediatez, ninguna entre las preguntas espera terapia por sesiones, sino certeza de carácter fulminante. Si buscan infalibilidad, que pregunten en Castendangolfo, a ver si allí les aciertan el pronóstico…
Increíble el espíritu proverbial en los culés, a eso iba. Ese ajetreo, esa taquicardia colectiva no guarda razón de ser, por supuesto, y la creíamos erradicada como atávica enfermedad a lo largo de una década de vacunas cargadas con prodigiosos avances médicos, también conocidos por títulos. Pero no, error, vuelve a sacar la cabeza el flanco zombie de la feligresía tal que asistiéramos a un rodaje de The Walking Dead. Te miran incluso mal si suavizas la tensión parafraseando a Galeano con aquello de que el futbol es apenas lo más importante entre lo intrascendente o si pretendes emular a Coubertin en aquello tan demodé y anacrónico del participar y competir aunque caigas. No, aquí no se atiende a razones y tras Las Tres Derrotas esto se ha quedado convertido en un baile de San Vito colectivo que ríete tú de los Harlem shake. Está la peña como George Custer acabado de aterrizar en Little Big Horn. Como caigan, me monto el diván en la esquina y ya no lo buscaré en internet por alquileres sino en oferta de compra. Qué desmesura.
Quedan unos días de carácter heavy, Martí, que el paisanaje anda irreconocible y no atiende a razones. Para la semana próxima se barajan dos opciones. La primera, el ¿ves, tonto?, ya te lo decía yo que saldrá bravo de toriles así que se consagre la histórica remontada, por aquello tan humano del apuntarse al carro ganador y sufrir el deseado ataque de amnesia que apriete el botón de delete para todo este circo actual. Y la segunda, ay, la segunda, qué previsibles somos los mortales y los periodistas, barahúnda de rechinar de dientes antes de dar paso al advenimiento inmediato de Neymar, una lista con 50 centrales y 30 porteros en fila para sustituir a Valdés, no sin antes asistir a otro temblequeo general de piernas por la suerte de la Liga. Trece puntos, tre-ce. Pues nada, también peligrará el título liguero. Vaya, cómo somos y cómo nos conocemos, tal que nos hubiéramos traído mutuamente al mundo.
Bueno, Martí, te dejo con una frase de Oscar Wilde que, o poco te conozco, igual acaba en el frontis del Magazine: “No existen más que dos reglas para escribir. Tener algo que decir y decirlo”. El genio del aforismo también proclamaba que “la mejor manera de escapar a una tentación es caer en ella” y, en coherencia, no he resistido a contarte esta nueva estación de tan curiosa procesión, avanzada al programa de Semana Santa. Cuídate,
Poblenou, se busca diván plegable
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto del General Custer: US Army
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