"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Mi querido amigo:
Mientras el madridismo se ha encerrado con el solo juguete de la Décima, por aquí nos distraemos a base de efemérides, sentencias y peticiones a los poetas. Empecemos por lo último, si te parece. Hay corriente romántica empeñada estos días en rogar, no sin razón, que salga un rapsoda de tronío para dedicarle a don Andrés Iniesta su Oda particular y eterna, a la manera de Rafael Alberti con Ferenc Plattkó tras aquella final del 28 en Santander. Iniesta flota y se desliza, baila con la destreza y naturalidad de aquel Fred Astaire, es el yerno perfecto para cierta (e imposible) España moderna y quita hierro a sus continuos recitales de madurez plena, como si le molestara captar la atención. Y esperamos con deleite, Martí, que salga a plaza el osado con deseo de eternizar el perfil de ese manchego soñador, jugador único, incomparable, grácil de movimientos. Si podemos pedir, acéptame la broma, que escriba alguien con conocimiento y larga sapiencia del juego, antítesis del autor de “La arboleda perdida”, quien se encontró entonces de sopetón en la grada de El Sardinero sin saber casi, casi, procedencia del blanquiazul donostiarra y cromatismo del blaugrana defendido en última instancia por su heroico ‘Oso rubio de Hungría’. Alberti acudió al sensacional evento en primera entrega acompañado por su anfitrión cantábrico, el sabio taurino José María de Cossío, sin que el fútbol hubiera figurado jamás entre sus atenciones de preferencia, de ahí que creyera vencedor al Barcelona en la lid cuando tan legendaria final coció su calificativo a lo largo de tres enconadas reyertas prolongadas en dos amplios meses de margen, gentileza de los Juegos de Amsterdam que cayeron por medio.
Iniesta necesita su Alberti, pero igual le pasa lo mismo que al bravo arquero sucesor de Zamora y a sus predecesores de entonces, mucho más afines a cultivar amistad con alguien que sonaba más prosaico y próximo, un fanático de sus colores, amigo íntimo de Samitier, conocido por Carlitos Gardel. El Zorzal criollo andaba de grabación por París y se desplazó hasta Santander por promesa de farra, por el placer de acompañar a una colección de figuras y figurones que le servían de comparsa en sus desfiles por el Paral·lel barcelonés, centro vital de la feliz Barcelona de los 20. Ni siquiera debo confesar, ya lo adivinas, que prefiero mil veces “Patadura” en la cuarta versión corregida por Gardel que la glorificada Oda del poeta, que no sabía ni cuarto ni mitad del balompié y proclama héroe al magiar por una coz que le quitó el sentido en pleno encuentro, como si el lance resultara novedoso en aquel deporte de entonces, hecho de furia, raza y duelos personales batidos a puntapiés. Al tango “Patadura” le quitó Gardel sus referencias argentinas, fueran Ochaíta o Tarasca, para introducir su recién ganada admiración por Sancho, Vicenç Piera, el divino Zamora -al que Carlos llama colosal– o a su amigo Sami, a quien dedicaría posteriormente otro son, aquel tan admirativo con tonadilla centrada en el “capitán del Barcelona, caballero del balón”. “Patadura” corre por YouTube y es una delicia absoluta. Por última vez, me carga la épica desmesurada, casi troyana, de la oda, aunque haya ganado posteridad eterna en eso tan peleado, para nuestra desgracia, del fútbol y la poesía.
Pues eso, Iniesta merece un soneto o un poema medieval a lo Roland, si cabe, del mismo modo que bien haría el barcelonismo en recordar dónde y cómo estaba hace exactamente diez años, cuando Joan Gaspart decidió abandonar la presidencia. Lo resumo en una anécdota sangrante, si me permites, Martí, esencia para aquel caos. ¿Recuerdas a Giovanni Van Bronckhorst? El lateral izquierdo fue cedido por el Arsenal para recuperar forma tras una lesión y apenas llegar comentó sin ambages a la canallesca que su deseo no era otro que regresar al redil gunner, que eso del Barça era una simple estación de enlace con billete de vuelta. En su debido momento, apenas nadie reparó en el bochorno que encerraba tal afirmación, en la pérdida de valor, prestigio y desprestigio que conllevaba la definición del holandés. A un Barça, entre pocos otros, se llega con la sonrisa máxima del triunfo, es la estación término, el punto y final a las ambiciones de los profesionales de mayor pedigrí, pero a Van Bronckhorst aquel jaleo de club le parecía pura segunda fila, pasto de secundarios y gente del quiero y no puedo. No entraremos en detalles, resultan demasiado recientes. Tampoco lo haremos, no somos nadie, en petición de responsabilidades ya prescritas y caducadas, ni para refrendar la especie que proclama al peculiar empresario hotelero como el peor presidente en la historia de la centenaria entidad, ni para refrescar sospechas sobre irregularidades en el desempeño de sus funciones nacidas ya en los tiempos de Núñez y un montón de operaciones marxistas. De Groucho, claro, consistentes en pagar gusto y ganas por cualquier mediocridad, generando así delirio de rumores sobre suculentas comisiones. No, dejamos eso al margen y tampoco caigamos en el cliché del tempus fugit, no. Simplemente, en un club con la fea manía de nunca ver más allá del último partido y no fijar el horizonte ni un centímetro detrás del próximo duelo, estos diez años han resultado variante de década prodigiosa, evidente el sambenito, que no hallará análisis ni reflexión en los medios, ocupados mayormente en mirar cómo se rasca el ombligo el Madrid o cualquier circunstancia de rango y vuelo similar.
Hemos vivido la década que transformó la entidad arrancando de abajo, de las antípodas del éxito o casi, con un presidente convencido de que había venido a ese palco a ganarse la eternidad por la vía del sufrimiento, algo bastante coherente con su filiación en el Opus Dei, pero, de nuevo, vivido bajo enfoque equivocado. No era Gaspart quien sufría, sino el barcelonismo ante su desesperante incapacidad para el cargo, que le sumía en una especie de hiriente purgatorio, a punto de quedar perpetuados en la quinta fila del concierto futbolístico mundial, sin voz, ni voto, ni ná de ná. Tanto hinchó las narices el personaje, si recuerdas, Martí, que todo se sintetizó en la necesidad del foc nou (fuego nuevo) unánimemente aceptada por la masa social. El catalán es persona de seny, venga con los topicazos, hasta que le escuecen los bajos y se lanza a la rauxa, al desenfreno revolucionario, como ocurriera entonces. Casi resignados al papel de segundones absolutos, a ya no ser invitados a los bailes de palacio, se optó por la toma del Palacio de Invierno. Y en ésas llegó Fidel, digo, Joan Laporta, aquella tropa del power-point y la suerte de acertar con tres detallitos en resumen: pedirle a Cruyff que diseñara el modelo a seguir, meter al santo varón Rijkaard en el banquillo y acertar plenamente con un fenómeno prodigioso, incapaz aún hoy de comprender la importancia de su papel en la resurrección del agonizante, emprendida bajo sonrisa angelical y saludo de surfero brasileiro. Ronaldinho nunca llegará a entender el rol desempeñado personalmente en la función porque, de entrada, no le correspondía tanta frase y, de salida, tampoco comprendió qué se precisaba de él una vez estabilizada la zozobrante nave.
Ya ves, caballero, sin poesía para Iniesta y sin memoria para Gaspart. Por si faltaran elementos que nos convidaran al repaso de tiempos transcendentales y próximos, tiempos en los que se dio una sensacional vuelta a la tortilla del concierto mundial, ahora el Supremo le ha dado un sopapo al factótum que evitó el hundimiento en la mediocridad más supina por el tema de los avales, los dichosos ocho días de gestión y otras minucias legales por las que, francamente, cuesta navegar. No deja de tener su aquel que en el décimo aniversario de la ignominia se lleve la pedrada el sucesor, pero, bien mirado, todo queda como muy del Barça de antes. Del 2003 para atrás. Lástima que tanto babeo actual les impida repasar las decisivas lecciones recibidas. Sacarían un montón de enseñanzas sobre todo lo que históricamente se había hecho fatal y todo lo que sentó los cimientos para obrar como correspondía al potencial de la entidad. Pero nada, Martí, un soplo, nadie reparará en nada, ni siquiera el rapsoda buscará a las musas para contentarnos con don Andrés.
Cuídate y a ver si llega respuesta, amigo. Con los mejores deseos de costumbre,
Poblenou, en el Xº aniversario de Waterloo
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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