"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
David Ferrer alza la vista. Enfrente, Roger, Novak, Rafa y Andy. Como si de un grupo pop se tratara, con sus raquetas empuñadas a modo de guitarra, melodías sedosas salían de sus cordajes en cada golpe de pelota, de gira mundial, conquistando el mundo. Entre bambalinas, David, sobrio, tenaz, brillante y sufridor. Irreductible ante el talento natural de los Fab Four , Ferrer se aprieta los machos para arañar cada centímetro de pista hasta hacerla suya. Portentoso en el esfuerzo, en cada carrera surca una autopista hacia el cielo y en cada golpe, sirve una última cena. En primera fila del escenario ATP, observa como la gloria se la llevan otros mientras, impaciente, prosigue con su tenis viral, apostado al rojo, doble o nada, contra los elementos, desafiando al vacío.
El lenguaje corporal de Ferrer ilustra a un gladiador en el Circo Máximo. Sea quién sea el oponente, va a exprimir su físico hasta besar la arena, exhausto en el esfuerzo, esperando el veredicto de un pulgar. El dominio incontestable de los cuatro magníficos, que se han repartido 31 de los últimos 32 Grand Slams, parece restar mérito y empequeñecer los logros de David, siempre preparado, cuya consistencia riñe con la ausencia de grandes títulos en el circuito, en los que siempre garantiza unos cuartos de final. Sostenido en el limbo del ranking actual, es el perseguidor por excelencia, el que busca el resquicio de la perfección para poder colarse de lleno en el último acto de una obra maestra, calavera en mano.
A la sombra de Nadal, David Ferrer ha creado su propia marca y se ha reinventado en algo más que un fiel escudero. Fue el tenista con más victorias en 2012, año el en el que llegó a semifinales de Roland Garros y el US Open y comenzó 2013 repitiendo penúltima ronda en Australia de nuevo ante Djokovic, verdugo meses antes en Nueva York. En el segundo major del año, Ferrer superó sus registros con un tenis impoluto sobre la tierra batida de París. A la garra y el tesón de quien se exprime al máximo, se unió la determinación del que ve la luz tras la fina grieta de la excelencia y, sin ceder un set en el torneo, se desembarazó de Tsonga mientras avistaba en la lejanía al gran emperador. Rafael Nadal es D’Artagnan y los tres mosqueteros en un solo espadachín, esperando en su púlpito a un nuevo aspirante que ose usurpar su trono. El balance es incontestablemente favorable al manacorí, con 18 victorias en 22 enfrentamientos, pero Ferrer volverá a ser David, esta vez en una final, y nadie llega tan lejos para morir en la orilla.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: EFE
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