El Madrid no está tan mal como aparenta, aunque la apariencia es horrible. Su partido en Pamplona fue un secarral desde todos los puntos de vista pero no seré yo quien me apunte a la teoría universal de que el resto de su temporada continuará obligatoriamente por esa vía. El Real Madrid está jugando mal, padece serias tensiones internas, ha sufrido bajas notables y la mano del entrenador contiene más cicuta que árnica. Pero con cuatro buenos partidos se podría plantar en la final de Copa. ¿Que la Copa no compensa la debacle liguera? Sin duda, pero sumada a la Supercopa, algo alegra. La apuesta por la Champions, por esos siete partidos que le separan del santo grial, es incluso más etérea, sabido el alto porcentaje aleatorio que posee la Copa de Europa. Pero es la opción que se ha dibujado en sus mentes aturdidas, una vez transcurrida media temporada de pesadilla.
Al Madrid se le empezó a poner cara de problema cuando ganó la Liga pasada de forma brillante: ya lo había conseguido. Objetivo concluido, capítulo cerrado. Y no abrió ninguno más. Y se marchó la diana de todos sus disparos (Pep), en tanto el nuevo (Tito) llegó embutido en un traje de aceite, discreto, silencioso y resbaladizo. Mourinho se quedó sin rival al que derribar y el Madrid pensó que las dinámicas ganadoras eran para la eternidad. Bastó una visitilla a Getafe para comprender que todos los circuitos internos estaban desenchufados. Como si se pudiera elegir, el equipo -sometido a una ventisca exterior de aúpa- solo se puso a jugar ante los grandes rivales. A jugar a lo que juega el Madrid, que es un juego totalmente emocional. Ante el Barça o el City, los jugadores se movieron desde la electricidad, que es materia imprescindible para su fútbol de impulsos: esperar, cortar y golpear. En los restantes partidos, simplemente funcionó a baja intensidad, que es el equivalente a funcionar muy poco.
El Madrid sí tiene un modelo de juego, pero está tan ligado a su estado anímico, depende tanto de sus emociones, que solo responde con acierto cuando se mueve desde el alto voltaje. Un equipo con Pepe, Ramos, Alonso, Özil, Benzema y Cristiano nunca puede ser dado por muerto. Sí por desenchufado, que está siendo su estado más habitual estos meses, pero no por muerto. Si se emociona, logrará volver a competir, no lo olvidemos. Otra cosa bien distinta es el ruido. Ah, eso sí: hace un ruido del carajo. Y es un ruido de añicos.
– Foto: Helios de la Rubia (Real Madrid)
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