“Un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tanto aprieto…”. Viene a la cabeza Lope de Vega a propósito de Juan Camilo Restrepo, seguidor de este Magazine gracias a la praxis de la aldea global y lanzador de uno de esos retos difíciles de capear. El club de sus devociones, el Deportivo Cali, cumplía días atrás todo un centenario vital y Juan Camilo nos solicitaba artículo de conmemoración. Francamente, turbaba a fondo tamaña muestra de confianza. Y aún más, nacía la réplica sincera del cronista poco asertivo, incapaz de soltar un no cuando alguien le expresa crudo sentimiento futbolístico, sea el que fuere. ¿Qué puedo escribir yo de lo que nada sé? Con apenas esa franqueza, da para resignarse, encoger los hombros y resistirse a recoger el guante lanzado. Pero la curiosidad es propia de gatos y de periodistas, y a las dos especies las mata el meter la nariz donde nadie los llama, abrir la puerta cerrada, indagar para saber. Y si Holmes confiaba en la ayuda de Watson, a quien busque le ayuda la red a no caer y descalabrarse en el empeño. Apuntaba el amigo colombiano que sus verdiblancos fueron la réplica colombiana del admirado Ballet Azul, bajo otro rimbombante apelativo labrado en el lejano 49, cuando el país hervía en creciente pasión por la pelota, los estadios se llenaban y millones eran los felices en el lapso recién descubierto de los noventa minutos.
Al Deportivo Cali de aquellos días, el del feliz siglo de hoy, le apodaban El rodillo negro, dada la calidad de sus delanteros de color. Y a ritmo de clic, con suma rapidez, aparece una figura descomunal y sorprendente por desconocida, la del peruano Valeriano López, apodado El Tanque de Casma, atleta de ébano con 188 centímetros de altura capaz de cabecear lo imposible, peculiar y desmedido hasta el extremo, por lo que parece, de negar una oferta del Madrid pre-Di Stéfano alegando nulo deseo de abandonar su tierra. De hecho ya abandonó su Perú natal para militar dos años en la cercana Colombia, víctima de un destierro por haber abandonado la concentración de su seleccionado. Era Valeriano jugador de los Sport Boys, goleador en los últimos tres campeonatos previos a su mudanza y figura venerada capaz de ofrecer una media superior al tanto por encuentro. Apenas el brasileño Arthur El mulato de ojos verdes Friedenreich y el argentino Bernabé El mortero de Rufino Ferreyra, dos mitos de tomo y lomo, mejoran el promedio de los 207 goles en 199 partidos legado por Valeriano. “¿Qué torbellino de ébano es ése que avanza arrollador con un turbante de goles en la cabeza? No hay muro que le salga al frente demoliendo barreras, cañoneando con la cabeza, hombre gol de rutilante casco, ‘el Tanque de Casma’, Valeriano López, y su compadre Barbadillo, carnales de césped y de la cebada, bebiéndose todo el rocío de los prados. ¿Dónde iremos a buscarlos?”. El poeta Arturo Corcuera le dedicó esta oda preñada de nostalgia, entregado a su categoría y a un evidente sentir hedonista de la vida como deportista de élite.
Salen al encuentro del buscador coplillas peruanas de época lo suficientemente descriptivas: “La tribuna está llena de gente, la cancha está llena de sol, y el público espera vehemente al negro más grande del gol (…) Valeriano, el artillero, el más certero shoteando al gol. En la ofensiva del team peruano, es Valeriano el hombre gol. Las glorias de tardes pasadas, de nuevo podremos gozar, por eso tu patria añorada por siempre te supo esperar”. Resulta fácil deducir que la canción se compuso nada más regresar Valeriano al redil, ya perdonado el desliz que causara el exilio. Y asoma, de nuevo, la sospecha del eurocentrismo más absoluto a la hora de recordar a los grandes del balón. Lo tienes fatal para labrarte un lugar en la posteridad según la procedencia nacional de cuna y peor aún si en tu lugar no existen poderosos altavoces de épica futbolística. En el vuelo raso por la red, aparece fácil otro son tejido antes de la II Guerra Mundial, dedicado a las glorias de un Perú desconocido aquí, del que nada sabemos, ni siquiera si en su país le mantienen el correspondiente altar de veneración: “No hay en el suelo chalapo, un solo muchacho con más de un pulmón, que no ande ronco los lunes por tantos chinpunes que dio al Sports Boys, ese equipazo porteño que a fuerza de empeño supo ascender hasta el tope y luego al galope brillar en Berlín. ¡Vamos, Boys, quiero ver otro gol en tu score y sentir el rugir del viril chinpún Callao!”.
¿Berlín, qué tiene que ver Berlín? Pues resulta que Perú acudió a los Juegos propagandísticos urdidos por Hitler en el 36 [puedes conocer más sobre este evento en el sitio Buenastareas.com] con un señor equipo, cimentado en esos Sports Boys, que fulminó a Finlandia por 7 goles a 2 antes de ganar ante la Austria del anchluss por 4-2 tras prórroga y descomunal encerrona. Tamaña fue la componenda que el entonces presidente Óscar Raymundo Benavides ordenó la retirada de toda la expedición olímpica peruana. Un sabio del balón como el uruguayo Eduardo Galeano reflejó en algún escrito tal peripecia de dignidad. Hitler asistió al susodicho encuentro, el árbitro anuló tres goles al Perú de los atacantes negros y esa misma noche, el comité organizador de los Juegos se reunió para anular el choque bajo la excusa formal de que un espectador, sin precisar filiación, había agredido a un jugador austríaco. Vamos, que Hitler se tomó fatal el triunfo de esos representantes de una raza hipotéticamente inferior según sus postulados. Y nosotros, convencidos de que sólo Jesse Owens le había pasado la mano por la cara al psicópata nazi desde la acción deportiva…
De nuevo la pregunta: ¿y qué tendrá a ver Restrepo y su Deportivo Cali con el desconocido aquí Perú del 36? Pues nada y todo, que internet es frutero de cerezas donde salen engarzadas unas con otras, buscas por aquí y acabas en el más recóndito lugar donde no imaginabas llegar. Y aun así, te empapas de conocimiento, ese que nos sigue faltando por vivencia directa, por transmisión oral entre generaciones, sobre las cuitas y hazañas de Los Verdiblancos, La amenaza verde o Los Azucareros, que por esos alias se conoce al Deportivo, club donde triunfó Don Vale, en el que se tocó la gloria deportiva a lo largo de la era enmarcada entre el 65 y el 74 y, más tarde, ofreció al mundo gente tan distinguida como Carlos El Pibe Valderrama, esa melena rubia a lo afro que la tocaba a modo de los ángeles y ofreció en el Valladolid de Maturana destellos de su inmensa técnica. Repitiendo sin fundamento ni conocimiento vivido, entre sus héroes figuran gentes que llaman la atención, sincerémonos, por sus apodos. Como el portero Miguel El Show Calero. En la tierra que ha parido a René Higuita, ni nos imaginamos el porte del tal guardameta para que fuera rebautizado como El Show… Igual le cuadra el cántico aquel de los campos argentinos: “Tenemos un arquero que es una maravilla, ataja los penales sentado en una silla…”.
Ni les cuento ya, apelando a su complicidad, sobre Miguel Angel El Mago Loayza, Jairo El Maestrico Arboleda, Óscar Mario Tranvía Desiderio, Henry La Mosca Caicedo… Ojalá en otra vida se nos presente la oportunidad de asistir a un Clásico de San Fernando entre Deportivo y América, reclamo suficiente como para poner periódicamente a Cali del revés. Los verdiblancos han cumplido sus primeros cien años de edad. Enhorabuena. Sabemos algo más de lo que sabíamos, igual a nada, y certificamos algunas evidencias por enésima ocasión: en efecto, el fútbol es lo más importante entre las cosas banales y nos sirve para explicarnos la vida según a quien apoyemos. Punto y final, antes de que se nos alargue el cuento y quede claro que lo escribimos de oídas. Como no hay que escribir, vamos, aunque sea por encargo emocional de un devoto que quiso vernos en este aprieto de glosar a los suyos.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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