«Quiero pedir perdón al torneo y a Manolo Santana. No quería venir aquí a dar una rueda de prensa anunciando mi retirada, pero no ha sido posible hacer más», anunciaba ayer Roger Federer en una rueda de prensa tan amarga como inesperada. «Entrené el sábado y sentí dolor. Dejé el entrenamiento y volví un par de horas después. No mejoré. Es algo que me ha pasado antes y sé lo que pasa y como tratarlo, pero necesito un par de días de reposo. No iba a estar a punto para debutar el miércoles». La noticia nos atragantó la primera comida de la semana, a los más británicos les arruinó la siesta. Lo cierto era que el mejor jugador de la historia del tenis oficializaba su baja del torneo de Madrid y dejaba sin su magia a la capital española. Una imagen tan poco frecuente en el archivo del suizo que, sin embargo, resultó un déjà vú cuando él mismo lo comunicaba en la sala de prensa de la Caja Mágica. Algo tan común como sufrir una lesión o abandonar un torneo por la puerta de atrás parecía una utopía si se trataba del hombre de acero, del físico imperturbable de Roger Federer. Qué lejano suena ya este testimonio. Se acabaron las leyendas de superhombres, incluida la del gran campeón de Basilea.
De siempre se ha dicho que Rafael Nadal poseía el mejor físico del vestuario masculino en la época moderna, un error en el que muchos han caído tras embriagarse de esas llegadas imposibles, intercambios de Play Station y maratones en pista del jugador español. Pero no, alguien con más de una decena de lesiones diferentes en su historial y casi tres años completos de inactividad debido a las mismas no podía ser propietario de este supuesto galardón. El premio se iría irremediablemente hacia un hombre inerte a los dolores, a las molestias y a las ausencias; un cuerpo que, sustentado por un estilo rápido, ágil y efectivo a partes iguales, se abasteciera también de un exultante talento innato para no pisar la enfermería en más de quince temporadas en activo. Hablamos de Roger Federer, campeón de 88 títulos ATP y máximo benefactor de este físico privilegiado al que aludimos. El mismo que cumplirá 35 primaveras el próximo mes de agosto y al que el paso del tiempo le ha ido deshojando las margaritas de su eterna juventud.
Cuando en 2014 veíamos al helvético salir del top7 por primera vez en una década y ganar un solo título en doce meses de competición, todo sabíamos que había algo más allá que el bajo rendimiento sobre la pista. En efecto, una fuerte lesión de espalda forzada y, por lo tanto, mal recuperada, había obligado a Federer a perder más tiempo del previsto y escribir su peor temporada desde que se hiciera profesional. Hasta ese momento, éste había sido el único contratiempo en una carrera que todavía no le ha visto retirarse de un partido antes de llegar el matchball. En 2016, con apenas cuatro meses transcurridos, Roger ya ha sufrido una rotura de menisco –con operación incluida–, un virus de estómago y una lesión de espalda, tres amenazas que le han alejado de los cuadros de Róterdam, Dubái, Indian Wells, Miami y Madrid. Demasiados puertos sin visitar para tan poco trayecto. Y eso que el curso no empezó nada mal, con una final en Brisbane y unas semifinales en el Open de Australia, felicidad que se vio truncada mientras bañaba a uno de sus hijos y que terminó provocando ese disgusto en su rodilla. Montecarlo ha sido la tercera plaza que le ha visto jugar esta temporada, alcanzando unos cuartos de final en los que Jo-Wilfried Tsonga se impuso a un Roger muy lejos de su mejor versión sobre polvo de ladrillo. «Jugué en Mónaco unos días antes y me sentí bien. También me he entrenado en Suiza. He echado horas en tierra. Por suerte no necesito muchos partidos para sentirme bien y con confianza. Ahora estoy frustrado y triste, pero hubiera sido peor retirarme antes de la final de Wimbledon».
El movimiento de última hora ha caído como una bomba dentro del universo de la raqueta, tanto que no son pocos los que opinan que se trataba de una jugada completamente organizada. Roger Federer, ese imán de atracción mundial, ya se había encargado de colgar el ‘No hay billetes‘ para su próximo debut del miércoles noche, jornada que compartía con un tal Novak Djokovic. A veces, más de las que deberían, acontecen este tipo de episodios con el protagonista perfecto en el momento concreto, incidentes que te obligan a dudar de todo en este negocio. ¿Recuerdan lo que pasó en Miami? Exactamente lo mismo. Seguramente el suizo llegara a Madrid con ciertas dudas tras su paso en Montecarlo. Seguramente entrenara el día después de su llegada y se viera con ligeras molestias en su espalda. Seguramente ayer lo volviera a intentar y, seguramente, decidiera a última hora y sin premeditación bajarse del torneo que le ha visto alzarse con la corona de campeón en tres ocasiones. Seguramente, aunque siempre quedará ese 1% de incertidumbre ciudadana que te hace llegar a dudar sobre la manera en la que las marcas y las taquillas utilizan a sus estrellas con objetivos puramente comerciales. Aunque de estar en lo cierto, jamás será revelado.
Surrealismos e hipótesis aparte, el momento de Roger Federer escala ya hasta la condición de preocupante. Disputar tres torneos en cuatro meses de temporada revela que el principal enemigo del suizo ya no son sus rivales, ni las superficies, ni el henchido calendario al que se entregan. La mayor amenaza ha pasado a ser aquello que le ha acompañado durante toda su vida, el carné de identidad. Apuntando ya hacia los 35 palos, el actual número tres del mundo está padeciendo en 2016 todos los apuros que supo evitar a lo largo de su carrera, conflictos que le sitúan ahora mimo como undécimo jugador en la Race, ¡que no está mal para haber disputado apenas tres torneos! «Espero jugar en Roma pero si no es así, tampoco será una tragedia. Espero estar al 100 % para Roland Garros y si no, para Wimbledon. Es lo que pretendía cuando decidí operarme. Al menos ha sido la espalda, no la rodilla», alentaba Roger en sus declaraciones. No hay mal que por bien no venga, eso seguro, que se lo digan a los seguidores del Real Madrid, angustiados tras descubrir que la vuelta ante el Manchester City coincidía con el debut de Federer. Ahora ya no tendrán ecuación que despejar. Pero y el resto, ¿qué? ¿A qué nos agarramos? El elixir de la eterna juventud parece haber consumido su último frasco y el de Basilea se ha vuelto tan vulnerable como cualquier otro guerrero. Con ello, la capital madrileña pierde una parte importante de la magia que cada mayo reúne y nadie sabe si su figura nos deleitará una última vez en España. Menos mal que las marcas volverán a negociar su presencia de aquí a doce meses. Tan malas no serán.
* Fernando Murciego es periodista.
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